ALEPH
Pasar el Rubicón
A decir de la historia, el Rubicón era el río que separaba a Italia de la Galia Cisalpina. El Senado romano le dio un carácter sagrado a ese río, y todo aquel que se atreviera a cruzarlo, no importaba si lo hacía con una legión o apenas con un pequeño séquito, era considerado sacrílego y criminal. Sin embargo, lo que en realidad quería impedir el Senado era el paso de tropas procedentes del Norte. A pesar de ello, Julio César, quien tenía varias razones para derribar a Pompeyo, luego de dudarlo mucho, decidió atravesar el Rubicón con su ejército diciendo: Alea jacta est (la suerte está echada).
A los ojos de todos, lo más probable era que este hecho desatara la Guerra Civil. Pero sucedió lo inesperado: Pompeyo, sintiéndose amenazado por la presencia del César y sus tropas, huyó de Roma, con todo y una gran cantidad de senadores y aristócratas. Entonces Julio César entró a la capital sin derramar una gota de sangre, persiguió hasta el mar a los fugitivos y se dirigió a España a enfrentar al ejército enemigo. Desde entonces se usa la expresión “pasar el Rubicón” para nombrar esos momentos en los cuales se ha de tomar una decisión atrevida y asumir las posibles consecuencias.
No pretendo ensalzar ninguna guerra, más bien navego en sentido contrario. Lo que quiero relevar es el hecho de que hay normas o disposiciones que ya forman parte del imaginario colectivo y que, una vez instaladas, nadie cuestiona. O casi nadie, como en el caso de Julio César, que vio una veta de oportunidad, y se coló por ella arriesgándolo todo. A Guatemala le viene bien eso de “pasar el Rubicón”. En ello estamos. Vimos una veta abierta y por allí nos estamos colando, aunque nuestro “Rubicón” sacralizado sea la famosa preservación de una institucionalidad secuestrada y debilitada, y un orden que es un desorden.
Viendo cómo se reciben y se deniegan y se vuelven a aceptar los múltiples amparos a favor o en contra de Otto Pérez Molina; viendo cómo se registran y desregistran candidatos a puestos públicos porque los desagües están a flor de tierra; viendo cómo se trata a los jueces y juezas que ejercen de manera ética su cargo; viendo cómo se legisla y se deja de legislar en Guatemala; viendo cómo se ligan personas a procesos y cómo otras ni siquiera han sido atrapadas por la justicia desde hace meses y años, se antoja hablar de litigio malicioso, que no es otra cosa que un litigio mal intencionado.
Hace algunas semanas, escuchando a varios expertos hablar sobre este tema, la primera idea que quedó clara es que no hay litigio malicioso sin cómplices. Como dijo el expresidente de la CC Rodolfo Rohrmoser, se usan herramientas legales para tergiversar y complicar una pronta y cumplida aplicación de justicia, cuando la ley del Organismo Judicial es clara para normar el ejercicio de un juez. Todos los jueces están facultados para rechazar pretensiones abusivas e ilegales que solo retardan los procesos penales. Pensando en ello y en la puerta que la Cicig ha abierto, seguro nos toca ver ahora cómo muchos de nuestros senadores, funcionarios y aristócratas, en cohorte, tratan de huir detrás de Pompeyo.
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