El quinto patioEl canchito bueno

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No había hecho el comentario, porque cada vez que veo uno de esos anuncios de Rubios trato de olvidarlo lo más pronto posible. Y es que no soporto la vacuidad del concepto y la pésima ejecución de la idea. Sobre todo, me ofende la manera en que se pretende elevar el paternalismo burdo a nivel de solidaridad, y ese racismo a ultranza, a la altura de amor al prójimo.

Ya ni recuerdo cómo comenzó la serie del hombre joven, bien parecido y siempre dispuesto a ayudar -sin que nadie se lo pidiera- a los pobres indígenas ignorantes e incapaces de valerse por sí mismos, según los pintó el genial creativo que se hizo cargo de la campaña para que la gente se identificara con la marca ¡Rubios, el sabor ganador!

Sólo sé que después de lucir su bien desarrollada musculatura y un ampuloso gesto de seguridad en sí mismo, enciende un cigarrillo y echa una mirada de reojo a sus beneficiados, como transmitiendo esa ideología patriótica made in tabacalera, que en algún lado debe tener un lema que dice algo así como: “échales una mano a los pobres infelices y serás un triunfador”.

Sin entrar al análisis de lo que representa una campaña dirigida a que la gente fume más y crea que así asciende a un nivel superior en la escala social, es pertinente discutir el contenido del mensaje, porque lo que proyecta es un paternalismo repugnante desde el estrato blanco-acomodado-buena onda-y con dinero hacia el indio-pobre-dependiente-y encima inútil.

Así aparece en todos sus capítulos, desde aquel del puente hasta este último que es el colmo de los colmos, y que pretende representar a María y José encarnados en un par de indígenas muertos de hambre y frío, sin saber qué hacer, pidiendo posada y yendo a parar al establo de un ricachón antigüeño que quién sabe a qué personaje representa en esta historia medio bíblica, trabada en el surrealismo publicitario chapín.

Los publicistas y los empresarios que financian estas campañas deberían entender que no es explotando el abismo que separa a ladinos ricos de indígenas pobres como se va a mercadear un producto que, encima de todo, es dañino para la salud.

Hay que tener los conceptos más claros, y abstenerse de utilizar las inequidades sociales como argucia publicitaria, manipulando los sentimientos colectivos en el afán de convencer de las bondades de un producto.

El canchito de Rubios no resiste el menor análisis. Es un recurso artero para vender tabaco, toda vez que pretende transformar en algo natural -y por ende, derivado de la naturaleza- la superioridad del ladino sobre un estereotipo de indígena incapaz de resolver su propia vida. No hay más que mirar en derredor para darse cuenta de que ha sido precisamente esa distorsión de la realidad la que ha diluido la escasa identidad cultural de este pueblo, en un caldo de racismo e intolerancia contra sus propios hermanos.

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