LA ERA DEL FAUNO

Recorrido por el gallero

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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¿Saben qué cosa es horrible? Presenciar una pelea de gallos. El paroxismo es extremo. Los gritos del público se mezclan con el alcohol y las apuestas. Por los graderíos desciende, hacia el centro del ruedo, una sarta de maldiciones como si fuera niebla espesa. Los apostadores gritan, fuman y escupen sobre las cabezas de quienes están sentados más abajo; estos hacen lo mismo sobre los que tienen adelante. En la arena se baten dos animales. Mientras más furiosos, más extasiados los apostadores. Humo, ron y salivazos corean a los gallos que abren sus plumas y brincan, chocan como estallando a cada embate. El gallo campeón sale idiotizado. El perdedor, si no muere, sale sangrando en brazos de su padrote.

La política, según se ve, es una pelea de gallos. Cada espolón busca picar el hígado del contendiente. Los adversarios se dejan crecer las garras. Se afilan el pico para herir profundamente al hacer contacto. Nada más maravilloso —para el apostador— que su gallo contrincante convulsionando en el suelo tras el espolón directo al pescuezo. Financistas, funcionarios desempleados a la espera del puesto y los aficionados vociferan contra el rival o exageran las virtudes inventadas de su benefactor.

Tan crueles son las peleas de gallos como hipócritas los debates donde se ocultan las verdaderas intenciones. Unos cobrarán su inversión, otros esperan que de aquella victoria les salga un puesto en el gobierno. Alrededor del encuentro, las cámaras de CNN, The New York Times, The Washington Post y otra docena venden a buen precio para el mundo cada episodio de la refriega.

Tan pervertido el uno como hipócrita la otra, Donald Trump y Hillary Clinton se baten por el campeonato mundial. Máscara contra cabellera. Pese a que uno de los dos será electo para gobernar su país, en realidad administrará el petróleo del planeta, las políticas de Asia y América, la banca europea y la explotación de los recursos naturales africanos. Anoche se jugaron el Cinturón Migrante. El todo por el todo. Republicanos y demócratas gritarían —si pudieran— ahogados en guaro alrededor de la pelea. No les importa este país. Ni lo sueñen. No les importa su miseria ni los migrantes ni sus elogios para cualquiera de los candidatos.

Guatemala tiene sus Trumps. Aún más racistas, más xenófobos. Muchos políticos y ciudadanos critican de otros países lo que internamente promueven. El racismo se encuentra hundido en muchas cabezas e institucionalizado en lo público y lo privado. O recordemos al cómico aquel, diputado Fernando Linares Beltranena, personaje especial cual tira de historieta, que tras participar en la Convención Republicana en la que Trump fue proclamado candidato a la presidencia, escribió en redes sociales: “En lugar del muro de trump, es mas barato poner un cerco. Y es mas barato todavia, ponerlo en la frontera sur-este de Guatemala” (sic). Tipo extraño.

En el otro extremo, políticos guatemaltecos y particulares hay que albergan a su Hillary Clinton. No me refiero a la intelectual de méritos académicos, a esa dama de hierro americanizada, sino a esa otra que oculta una navaja en el espolón, esa que Assange llamó halcón de guerra al que le emociona matar a la gente. Y con razón, pues viene de una cepa adicta a provocar guerras para quedarse con el petróleo. Han bombardeado a tanta gente. Por causa de sus ataques hay civiles amputados, niños destrozados, ciudades arrasadas. Todas esas víctimas sangrantes deberían resucitar en las butacas del coliseo donde ofrecen sus peleas. Trump Vs. Clinton. Fight!

@juanlemus9

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