No hablo de un recorte de personal en la poesía, sino de su multiplicación.
¿Para qué diablos le serviría tanta fama? Pues bien, a quienes hipócritamente abjuran de la fama, a quienes se creen los patriarcas (o matriarcas) literarios de la nación, o a los más rebeldes chicos crack, a todos ellos puedo decirles: ¡Un libro de Luis Alfredo, a cambio de tanta basura!
Luis Alfredo jamás figuraría como el poeta marihuano, ni como el poeta escandaloso, sino como el gran recreador de la sencillez. Virtud ésta difícil de alcanzar, ubicada al extremo opuesto de la simpleza.
En cierto modo, Luis Alfredo Arango fue un tipo afortunado. ¿Qué más puede pedir a la vida un hombre, sino que lo quieran con todo y sus poemas, y que alguna vez lo insulten en los periódicos?.
El cariño lo recibió de Francisco Morales, Max Araujo, Carmen Matute y de otros amigos suyos, y los denuestos más abusivos de Marco Antonio Flores.
En cuanto a la difusión de su obra, y también de su muerte, hay que decir que, aunque publicó unos 25 libros, es más conocido por los escritores que por quienes no lo son.
Por otro lado, cuando se muere un escritor, digamos, español, las agencias de noticias difunden tantos cables por todo el mundo, tal como si lanzaran un nuevo disco.
Muchas veces se trata de Manolo El Tonto, ?escritor muy famoso…? en su aldea. Y es que aún se tiene el retraso mental de que los hijos del Siglo de Oro, o los cultos adictos al Beat heredan, entre los glóbulos, cierta nobleza literaria. También los colombianos son buen ejemplo de esto.
Muchos en el Sur no se recuperan del politraumatismo que les propició el mazazo marca Márquez, pero la difusión hace maravillas.
La obra de Luis Alfredo Arango debería ser la de un poeta de los más conocidos en Hispanoamérica. Este escritor, que se mantuvo al margen de los choques de copas, de lambisconerías, y que no tenía a los medios de comunicación a su favor ni en contra, pasará a la historia como un individuo relativamente conocido. No importa. Ahora ya está muerto. Se fue el hombre, quedó su poesía.
En 1988 le dieron el -para muchos codiciado- Premio Nacional de Literatura. Entonces no le dieron más que aplausos. Ni un solo centavo, sino hasta finales de los años 90. Y en cuanto a sus amigos, les recomiendo estas palabras de Jean Couteau: ?Haced como que lloráis, pues los poetas hacen como que mueren?.