“Esta es la evidencia más clara, hasta ahora, de un proceso cognitivo que se ejecuta en un cerebro muy simple”, explica el profesor Gero Miesenböck, director del equipo que realizó la investigación en el Centro de Circuitos Neurales y de Comportamiento (CNCB) de la Universidad de Oxford (Reino Unido). Estas investigaciones no sólo ayudarán a conocer mejor a estos insectos, sino que también pueden contribuir a comprender mejor los procesos de aprendizaje en los seres humanos.
Para demostrar esta peculiar característica, los investigadores del centro entrenaron a varias moscas dentro de cajas cuyos lados tenían unos conductos de aire. Por un lado se esparcían olores fuertes y por el otro lado un aire menos concentrado.
En el momento en el que ambos olores se esparcieron por el ambiente y llegaron a las moscas, las neuronas implicadas en el proceso -participan hasta 200- se activaron rápidamente y, al poco tiempo, estos pequeños insectos decidieron que el olor más débil era el menos peligroso para ellas. Por ello, se posaron en los conductos de aire correctos. Este hecho demostró que cuando los olores eran fáciles de distinguir tomaban decisiones rápidas y contundentes.
Sin embargo, a medida que las diferencias entre los olores iban disminuyendo y más se parecían entre ellos, las moscas tardaban más tiempo en decidirse por uno u otro olor. De hecho, empleaban más tiempo en reflexionar para no equivocarse aunque a veces elegían al azar “si la diferencia era de tan solo un 10 por ciento” , señala el estudio.
“Los mismos modelos matemáticos que describen la toma de decisiones humana también pueden aplicarse al comportamiento de las moscas”, explicó el profesor Miesenböck. De hecho, según cuenta el investigador, este método lleva estudiándose desde el siglo XIX tanto por los psicólogos y neurocientíficos.
“La gente tiende a pensar que los insectos actúan como pequeños robots y sólo responden a las señales de su entorno. Ahora sabemos que esto no es así”, explica el científico, incidiendo en que las moscas no solo actúan de manera mecánica e instintiva como se creía hasta ahora.
Este proceso está ligado al FOXP, un gen asociado con el desarrollo cognitivo y del lenguaje en los seres humanos y que, a partir de ahora, se vincula también con las moscas. El investigador Shamik Dasgupta, especiallista en filosofía de la ciencia de la Universidad de Princetow, Nueva Jersey, Estados Unidos, explica que este gen actúa como un cubo de agua. “Antes de que se tome una decisión, los circuitos cerebrales recogen información al igual que un cubo recoge agua. Una vez que la cantidad de información ha llegado hasta un determinado nivel, se activa la decisión”, señala.
Los investigadores decidieron ir más allá y estudiar cómo actúan las moscas transgénicas cuyo gen FOXP se encuentra alterado. Así fue como descubrieron que aquellas moscas que poseen defectos en el gen tardaron incluso más tiempo en decidirse que el resto.
Según explican los autores de la investigación, en el ser humano este tipo de defectos se podrían asociar con una baja inteligencia, dificultades con el lenguaje e incluso problemas a la hora de realizar movimientos que requieren una gran precisión. Con información de: www:el mundo.es