Vida

La mujer de las caderas anchas o el objeto encontrado

Muchas generaciones se educaron con el maestro Max Saravia en la Escuela del Cerro del Carmen, la Escuela de Artes Plásticas y la Universidad Popular.

Desnuda. Recostada contra un bloque que bien podría ser largo y estilizado pelo o bien cascada de agua que resbala en torrente desde la nuca y las voluminosas caderas hasta la pantorrilla.

Los brazos entrecruzados sobre la cabeza luciéndose, dejando al descubierto los rasgos indígenas de su rostro, de su esencia guatemalteca. De caderas anchas y senos púberes. Eva en cuanto a tentación.

Volúmenes agradables, curvaturas “deco”. Formas rotas, sensuales. Contrastadas en el trazo vertical de la columna con la que se funde y en la que se dibujan, aún más, las diferencias otorgadas por su creador.

Reconstruida por los daños sufridos durante su desconocida historia, en el lapso de olvido al que fue sujeta, hoy reaparece como reto para que se identifique su origen.

En efecto la escultura descrita permaneció olvidada por la memoria del mundo culto. Exhibida (y a la vez oculta) entre el cúmulo de cachivaches de los que se desprenden los pocos aficionados a las antigüedades.

Más de 20 años sin ser atendida, ya arrinconada en una vitrina, estante, cofre y o el propio suelo. Ignorada incluso por las autoridades que de vez en cuando irrumpen en los anticuarios en busca de valores que registrar.

Ahí estaba, digna, con la cara en alto, esperando como las sirenas a su marinero.

Claro, no ostenta firma y esto en la cultura “coleccionista” es pecado. Por supuesto, ser de terracota es el pecado más grande. El tercero, el no aparecer a todo color en una ?coffie table? de los que se exhiben en las librerías de afluencia intelectual, significa una afrenta para los traga modas. Claro que si se plantea como “un objeto encontrado” el interés de los expertos en arte se manifestará, por lo menos, con el respectivo movimiento de orejas.

Sin embargo la pieza está lejos de ser huérfana. Es más, como en los cuentos de hadas, resultó ser una princesa proveniente de un tiempo de aciertos fundamentales en la historia del arte del siglo XX guatemalteco.

Es una estatua temprana del período revolucionario y no tiene firma porque su autor consideraba que el arte era producto social, no de élite.

Ella y muchas de sus hermanas -pinturas y esculturas- encuentran su filiación en la factura que, en el transcurso de los años transcurridos, identifican su origen.

Ignorando la actitud e intenciones del artista, en beneficio del futuro de la pieza que hoy se presta como material de estudio, habrá que indicar su nombre: Max Saravia Gual (1919-1995).

Este artista fue homenajeado por la Fundación Paiz en agosto de 1998 con una retrospectiva y un catálogo en el que aparecen otras de sus obras.

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