Vida

Navidad en un mundo de cicatrices

Un árbol cae, y al caer se lleva consigo cien, doscientos años o más de sombra y nidos, de pájaros y verticalidad.

El río que corre es como el presente, es lo que ya no es, es lo que fue. Sobre los volcanes la nieve brota del fuego. De la luz que el cielo mana nace el día, que llega y se va. Vuelve la noche y se tiñe de nostalgias con su luna antigua y pasajera.

Es preciso conformarse con que todo lo que existe lo percibimos de manera parcial. Borramos el ?ayer? con el olvido. Nos encaminamos por dos diferentes senderos hacia el amor. Dos paralelos que perciben el mismo objetivo, sin encontrarse, y alcanzarlo jamás.

Hay un amor que espera, no sé dónde. El amor no es cosa de cada día sino que debe rehacerse cada día. La vida es un viaje cuyo destino es el viajero mismo, a veces atrapado en una malla de imágenes, como en una red. El camino que forzosamente tenemos que recorrer es una difícil andadura. De sus rectas y de sus curvas dependerá su belleza, y de sus baches, los dramas y las tragedias.

No hay nada fijo para siempre, todo cambia. Avanzamos sobre movedizas arenas de la ilusión y agotado el caudal de viejas esperanzas el futuro suele ser la suma de nuestras desilusiones. El mundo es un mapa de cicatrices. A la hora de hilvanar mis memorias estoy recogiendo en los jardines del ayer la flor de lo que duele, pero qué importa que la rosa marchita sólo deje su aroma de recuerdo.

Qué importa que el amor se haya ido; todo perdura en el correr del tiempo, en un tiempo tan hondo como el mar de mis muertos. El mar con su oleaje en mi oído; el árbol que dejó su rumor en el viento; los días que no vuelven; la ausencia, que canta y llora, siguen siendo, perpetuamente, aunque ya no soy la que fui.

Recordamos todo medio perdido, todo es el resultado de un proceso ilusorio, un espejismo, un recuerdo de lo recordado. Remontando la cordillera vuela el cóndor, sus alas tienen ?el color del plomo que le hirió?, derramándolo. Miles de años nadan sobre la piel lisa del mar, encima de los galeones hundidos.

Hablamos, callamos. Las palabras flotan como astillas de un naufragio en las orillas del océano, o hallan sus tumbas en las hojas de los libros. Las cosas hechas de nunca y siempre. El tiempo que se encarga de cegar orgullos y ojos; cuando todo rostro conocido se desvanece y cuando caminemos nuestra última etapa de la vida por el borde de un precipicio de hojarasca que nos conduce a una nueva vida o una nueva Navidad, donde el niño Dios vuelve a ser el niño que salvó el mundo, y que vino para morir en la cruz.

Pero en este mes de diciembre aún es un pequeñito, rodeado de María y José, que duerme en una cripta con paja. Niño, hoy y mañana; niño para siempre en el pesebre. Niño Jesús que rescata el Cielo, que la muerte mata, el infante vestido de heno nos enseña que el que menos tiene es el Hijo de Dios.

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