Como es natural, este despertar invade el campo de la literatura. Poco a poco y tardíamente, la mujer guatemalteca se va dando cuenta de su ser y de su valer en sí misma, y no sólo como objeto al servicio del hombre.
Todavía por los años 50 la poesía femenina giraba en torno al molde modernista y se dirigía a motivos de índole religiosa o referentes a la maternidad y a la familia. Lejos estaba la mujer de revelar su ira oculta frente a la prepotencia viril que en todo la limitaba. Se aceptaba el statu quo patriarcal y no se hacía referencia a las necesidades propias del género femenino que callaba sus arrebatos sexuales y sus ansias de erotismo por creerlos un atentado en contra de la moral.
Asimismo, la forma era determinante. Imposible que una mujer, al escribir poesía, se desprendiera de la métrica y optara por el verso libre. Claro que, para poder escribir poesía, la mujer debía ceñirse a reglas aprendidas en los clásicos españoles del Siglo de Oro.
No era fácil, luego, lanzarse a la creación poética. Magdalena Spínola, Angelina Acuña y Luz Castejón de Méndez hubieron de aceptar estas imposiciones que, al mismo tiempo, eran un reto. Poder manejar el soneto y otros versos clásicos no es tan sencillo. Se necesita sensibilidad, cultura literaria y talento. La obra de estas tres poetisas es algo digno de ser exaltado, aunque no hayan entrado en la temática feminista.
Luz Méndez de la Vega, en su obra ?Mujer, desnudez y palabras -antología de desmitificadoras guatemaltecas-? recoge, ante todo, la obra poética de la mujer que ha tomado conciencia de las injusticias que sufre por pertenecer a su género y plasma su ira y denuncia por medio de la palabra.
La primera que encabeza su antología es Romelia Alarcón de Folgar, que a pesar de pertenecer a la época de las poetisas arriba mencionadas, es ya una mujer profesional liberada, para quien es más fácil adoptar una postura rebelde y enjuiciadora. Luego sigue Alaíde Foppa, feminista convencida y mujer sensible y de una cultura artística y literaria sólida y fecunda.
Sin embargo -nos dice Méndez de la Vega- el influjo más decisivo, aunque indirecto, ha sido el influjo de las feministas de los 70, cuando surge ?Poemas de la izquierda erótica? de Ana María Rodas, con un éxito rotundo en su lenguaje coloquial y agresivo desenfado erótico. Rodas tiene, aún hoy, una serie de seguidoras, lo mismo que Luz Méndez de la Vega con su poemario ?Eva sin Dios?.
La antología de Luz Méndez de la Vega tiene un doble valor: primero, recoge la poesía rebelde de las más destacadas mujeres del pasado y del presente. Segundo, hace de cada una de ellas un análisis riguroso que las sitúa dentro de su contexto.
Un libro que, desde ya, será tomado como texto valioso para el estudio de la poesía femenina guatemalteca.