Llegamos a él antes del mediodía, cuando el sol irradiaba ardiente y abrumador. Sin embargo, al observar su colosal belleza, me sobrepuse al cansancio y traté de seguir a mi hija, quien, portando su video para captar mejor cuanto veía, escalaba las altas gradas donde se sentaban los espectadores.

Ya en lo más alto del graderío o ?cavea?, observé el teatro en su conjunto. Ahí estaba la ?orchestra? (u orquesta), lugar para el coro, pero del escenario sólo quedaban algunas piedras. A pesar de ello, el teatro seguía mostrando su indiscutible grandeza.

No pude dejar de imaginarme a la multitud griega que, como espectadora, se sentaba en la ?cavea?, participando fielmente de la ceremonia dentro de la cual tenían lugar las tragedias griegas. Porque recordemos que estos espectáculos no eran de carácter profano, sino religioso. Algo equivalente a la ?Santa misa? de los católicos, en donde el sacerdote hace de actor y los espectadores de fieles participantes.

La joven guía se empeñó por señalar a los turistas la armonía estética ideal del teatro, que está dotado de una acústica casi perfecta. Lo demostró al dejar oír el caer de una ficha en la piedra que servía de altar en medio de la ?orchestra?. La palabra hipócrita, explicó, viene del griego ?hypocrités? que significa actor. Frente al numeroso Coro, los actores eran únicamente tres, quienes hacían todos los papeles de la tragedia cambiándose tan solo la máscara.

En este teatro se celebraban anualmente los festivales en honor de Asclepio, que incluía representaciones dramáticas. En la actualidad todos los veranos se celebra el festival de Epidauro y se representan las más conocidas tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides. Pensé en lo feliz que sería si pudiera estar, algún día, en alguna de esas representaciones.

Amante como soy del teatro griego, este año que fui a Sicilia me empeñé por conocer el otro gran teatro que se encuentra en Siracusa. Como no había excursión alguna a la que me pudiera incorporar, contraté para mí sola un guía especial, quien me enseñaría las principales reliquias de los monumentos griegos y latinos que se encuentran en este lugar.

El guía me estaba esperando puntualmente en la estación del tren. Tomamos un taxi y nos dirigimos al gran teatro griego. La emoción me embargaba del mismo modo que cuando visité el teatro de Epidauro. Y no era para menos, el teatro de Siracusa no dejaba nada que desear. Inmenso, se extendía ante mi vista, teniendo como fondo el mar Mediterráneo.

Desde su nacimiento, el teatro griego de Siracusa ha sido la sede de espectáculos memorables. Se recuerdan representaciones de tragedias de Esquilo, nacido en Sicilia, y de comedias de Epicarmo. El guía me explicó que pocos días antes de mi llegada a Sicilia, se habían dado representaciones de las tragedias griegas que ahora tendrían lugar cada año, en vez de cada dos años, como era antes.

Para tal ocasión -me explicó- llega mucho turismo y el teatro se abarrota de gente. Y como en un sueño imposible, me imaginé estar participando en alguno de esos espectáculos, lo que me llevaría al colmo de la felicidad.

En el centro de la terraza calcárea que yace en la parte alta del teatro, está excavada una pequeña cueva artificial llamada Gruta del Ninfeo. Allí disfruté del frescor de la sombra y de la clara cascada que aún existe y pedí al guía me tomara algunas fotos.

Hubiera querido quedarme por más tiempo gozando de la vista que me ofrecía el gran teatro de Siracusa. Desgraciadamente, el guía me señaló un tiempo límite que talvez se hubiese alargado si hubiese estado acompañada de otros turistas.

Más allá del escenario del teatro, vi a algunas personas que yacían cómodamente sentadas en la grama verde, bajo los árboles. Leían o platicaban. Las envidié. Pero los pocos minutos que estuve en el teatro fueron tan intensos que me dejaron satisfecha. Además, había podido conocer los dos teatros griegos más grandes de la historia.