Como una opción a la liberación de la ira y el estrés, en los últimos años se han popularizado los cuartos de ira, que consisten en ambientes controlados en los que se pueden romper desde botellas hasta electrodomésticos.
En estos espacios hay televisores antiguos, colchones, botellas de vidrio, llantas, un saco de boxeo y un muñeco de trapo para destruir y romper. Preparados con trajes de protección, careta y un bate o uña de albañil, ingresan los clientes y por 40 minutos pueden destruir lo que quieran para liberar el estrés. Así lo ofrece Inside the breaking rooms, un local ubicado en la avenida Petapa.
Jared Gómez y Georgina Chuc, ambos de 26 años, son pareja hace más de un año y juntos decidieron adaptar para Guatemala la iniciativa de los cuartos de ira instalados en México, Perú y Estados Unidos. Ambos renunciaron a sus trabajos para emprender juntos dicha empresa que nació de la necesidad de liberar el estrés.
“Abrimos la empresa para ayudar a nuestra población, de una manera entretenida y diferente, a mejorar su salud mental y vivir más tranquilos”, afirmó Gómez.
Explicó que al igual que muchas personas, como resultado del confinamiento, su nivel de estrés e ira se acrecentó y consideran que el servicio que ofrecen tiene un enfoque recreativo y lucrativo, que podría mejorar la salud mental de los clientes.
“Les explicamos que esto es una forma divertida y entretenida para sacar el estrés, pero no es clínico”, aclaró Gómez.
Sin embargo, para quienes asisten la experiencia es liberadora, relajante y hasta “religiosa”. Más de 100 post it están pegados en una de las paredes con mensajes de los clientes al terminar las sesiones, algunos en inglés o alemán.
“¡Que se joda la terapia!”, se lee en una de las notas anónimas.
Para que la actividad sea terapéutica y no solo de descarga, debe ser guiada por un profesional que establezca un cambio interno y de comprensión a lo interno de la persona, puntualizó el psicólogo y profesor universitario César López.
“Creo que puede complementar una sesión clínica. Los terapeutas pueden referir a sus pacientes para que puedan tener la experiencia, pero no creo que eso pueda sustituir la terapia”, hizo ver el profesional.
Antes de la sesión se explican las medidas de seguridad y normas del lugar, entre las que se menciona no romper las paredes. Dentro de los cuartos, al iniciar la actividad se apagan las luces, suena la música a elección del cliente, se cierra la puerta y comienza la experiencia.
En la sesión a la que acudió esta redacción se lanzaron botellas de vidrio a la pared, se destruyó un televisor antiguo y se golpearon colchones y sacos que están dentro de los cuartos. Al salir, se puede tener unos minutos de relajación en un cuarto contiguo.
Efectos
Gómez y Chuc comentaron que algunas personas salen llorando y otras llevan fotos de alguien para ponérsela al muñeco que está en el cuarto. Algunos más acuden en pareja un tanto distantes y salen dispuestos a hablar y exponer sus sentimientos.
“Mi novio me engañó y me trajo aquí para liberarme y perdonarlo. P. D. Lo perdoné”, se lee en otros de los mensajes escritos por lo clientes.
López tiene una opinión positiva sobre estos lugares en los cuales la ira se puede expresar en un ambiente controlado, sobre todo porque en nuestra manera de vivir no está bien visto, puesto que “se deben cuidar las formas”, lo cual provoca que la ira se acumule.
“Habrá que estudiarlo para darle seguimiento y saber si hay alguna contraindicación más adelante, pero por ahora creo que son espacios para beneficiar a estas personas y que no hagan daño a sus seres cercanos”, agregó.
Seguridad
Desde la perspectiva de López, la experiencia podría llevar a las personas que sufren de ira a conectar con esa emoción, por lo que recomienda que en el lugar se tenga una lista de profesionales a los cuales puedan referir a los clientes que así lo deseen.
“Sería muy probable que al estimularlo —el sentimiento de ira— haya una conexión con esa emoción original. En una persona que ha sufrido múltiples traumas en la infancia y se conecta porque sufrió abuso o bullying va a haber un desborde de esas emociones”, remarcó.
Gómez precisó que para ingresar solo verifican la vestimenta y calzado adecuado para que las personas no resulten lastimadas, aunque no se le niega la entrada a nadie y se brinda equipo de seguridad.
En el cuarto cerrado entran de dos a tres personas como máximo y se les monitorea a través de una cámara desde la recepción.
Gómez y Chuc indicaron que por el momento no han tenido dificultades, como que se produzca algún acto de violencia contra una persona o que se salgan de las reglas de lo permitido en los cuartos, aunque hacen énfasis en que cuentan con el apoyo de seguridad privada.