LA BUENA NOTICIA

¿Matrimonio gay?

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El plebiscito irlandés que aprobó el matrimonio homosexual y la decisión de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos de reconocer como matrimonio a la unión de dos personas del mismo sexo merecen una reflexión. Estos dos acontecimientos son las manifestaciones más clamorosas y recientes de una campaña de redefinición de la sexualidad y de la persona humana que comenzó con la decisión de la Asociación Americana de Psicología (APA) que en 1973 sustrajo la homosexualidad de la lista desórdenes psicológicos. Desde la ONU hasta las asociaciones locales de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales empujan la causa por la normalización de la homosexualidad. No discuto el derecho que tienen de hacerlo, pero creo que es necesario mostrar que a quienes piensan de otro modo les asiste la razón y la coherencia lógica.

Este no es un asunto religioso que haya que defender con citas bíblicas, sino un asunto del que depende la integridad de la sociedad y del mismo hombre y que hay que sostener con argumentos de razón. El sexo determina el género de una persona; y solo la unión de un hombre y una mujer se puede llamar matrimonio. El cuerpo y el espíritu, la exterioridad y la interioridad humana son dimensiones de la única persona. La disociación de cuerpo y espíritu puede tener raíces platónicas, pero la unidad de la persona reclama que se correspondan uno al otro. Solo si se considera normal la disociación entre cuerpo y espíritu se puede declarar normal que una persona tenga inclinaciones y conducta en contradicción con su sexo. La decisión de la APA no goza de consenso en el gremio psicológico. Pero la corrección política cohíbe a muchos profesionales de disentir en público.

El matrimonio surgió en función de la reproducción humana. La sexualidad existe primariamente como órgano de reproducción de la especie; esa es su finalidad natural. La familia fundada en el matrimonio ha tenido siempre el fin primordial de engendrar y educar a los hijos. Desde el momento en que fue posible separar el acto sexual de su función reproductiva de modo eficaz por el empleo de los anticonceptivos se introdujo un cambio drástico en el sentido de la sexualidad y del matrimonio. La sexualidad comenzó a verse como órgano de placer y el matrimonio se reinterpretó en función de otro fin propio que se consideraba secundario: el amor y el apoyo mutuo entre los esposos. Cuando comenzaron a darse los matrimonios entre parejas que no postergaban, sino que excluían desde el principio el propósito de engendrar hijos se introdujo en el imaginario cultural un nuevo concepto de matrimonio. Pues si el propósito del matrimonio es ahora la mutua compañía de los cónyuges con el derecho de relaciones sexuales infecundas, entonces es indiferente el sexo de los contrayentes. Queda la pregunta de cuáles son las consecuencias de desarmar la familia, el fundamento de la sociedad.

Lo que ocurre es muy grave: la redefinición de la persona humana y el cambio de estructura y significado de la familia. Nuestro futuro exige que ahora tengamos ideas claras y pongamos por obra acciones responsables.

ESCRITO POR:

Mario Alberto Molina

Arzobispo de Los Altos, en Quetzaltenango. Es doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Fue docente y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Rafael Landívar.