EDITORIAL

Reiterado enfoque sobre añejo problema

Nadie tiene la menor idea de las implicaciones de lo que significa ser migrante. Primero, porque la realidad que afrontan quienes emprenden esa travesía es inenarrable, difícil y dolorosa de describir para miles de personas que desafían cualquier peligro, incluso a costa de su vida.

Sin embargo, es un reto que muchos deciden enfrentar porque consideran peor la pesadilla que viven en sus países, azotados por conflictos armados, inestabilidad social o violencia, esta última el mayor flagelo para quienes huyen del Triángulo Norte para intentar lograr un cambio significativo en sus vidas y las de quienes se quedan a la espera de un desenlace que se traduzca en un mejor futuro.

La pobreza y la guerra se han convertido en las principales causas por las que millones de personas escapan de sus lugares de origen y su búsqueda apunta a un cambio de vida en naciones con mejores niveles de desarrollo y estabilidad, en algunas de las cuales se encuentran respuestas integrales a un problema complejo que nunca podrán resolver las medidas represivas.

Centroamérica tiene en común con el norte de África ser uno de los escenarios de mayor mortandad para los migrantes y son prácticamente cotidianas las noticias relacionadas con catástrofes humanas, como el naufragio de embarcaciones en el Mediterráneo o el hallazgo de decenas de cadáveres dentro de camiones, en el trayecto de México hacia Estados Unidos.

Pese a ser esta una situación dramática, se observan muy pocos esfuerzos oficiales por llevar alivio a esas miles de personas que lo arriesgan todo con tal de escapar del infierno que sufren en sus países, en los cuales las condiciones de inseguridad y de pobreza se vuelven insoportables. Lejos de ayudarlas, gobiernos como el de Estados Unidos han endurecido sus políticas migratorias y llevan a extremos intolerables las medidas disuasivas, y las peores son aquellas que abren una incalificable brecha entre familias.

Al final, el sufrimiento que hoy golpea a millones de personas se reduce a una lucha vital por no morir baleadas, ahogadas o agobiadas por las limitaciones, debido a que naciones como la nuestra no tienen la capacidad de atender ni siquiera a sus propios habitantes, mucho menos extenderles la mano a quienes huyendo de infiernos similares deben atravesar este territorio.

De manera indirecta, parte de ese viacrucis lo va a revivir Filippo Grandi, Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), quien arribó ayer al país para constatar los riesgos por los que pasan los migrantes, y para ello hará un largo recorrido desde Petén hacia la parte sur de México, a fin de comprobar de primera mano la parte superficial del infierno que a diario viven miles de indocumentados.

El punto discordante sobre esta nueva visita es que se vuelve reiterativa y de pocos resultados palpables, como hasta ahora ha ocurrido con quienes le han precedido en esos afanes, porque han sido prácticamente nulas esas giras y, en contraste, países como Estados Unidos y algunos del norte de Europa buscan endurecer sus políticas migratorias sin ver el complejo problema que subyace en esos países y desde los cuales continuará el éxodo si no se corrigen las causas que lo provocan.

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