Revista D

Manolo y Manuel, los sastres del Pasaje Aycinena.

Trajes Manolo tiene  117 años, pero sus artesanos, Manolo Villatoro y Manuel Alvarado, temen que serán los últimos del local. 

Manolo Villatoro (izquierda) y Manuel Alvarado son de Huehuetenango. (Fotos Prensa Libre: José Luis Escobar).

Manolo Villatoro (izquierda) y Manuel Alvarado son de Huehuetenango. (Fotos Prensa Libre: José Luis Escobar).

Poco ha cambiado aquí adentro desde que llegamos, cuentan Manolo Villatoro y Manuel Alvarado, ambos se dedican a la confección de trajes desde su juventud; hoy rozan los 70 años y llevan  media vida frente a las máquinas de coser de la única sastrería del Pasaje Aycinena, que durante muchos años fue un elegante paseo que se inauguró en 1895, con 26 tiendas y cuatro restaurantes. Cinco años después se sumó esta sastrería.
Los calendarios de décadas anteriores que  cuelgan de las paredes, el mobiliario de antaño y dos viejas máquinas de coser transportan al pasado a los visitantes del local. La publicidad de la estación de radio evita que la inmersión sea total. El aparato es de un modelo que ya no se consigue en el mercado, tiene tres bandas y está sobre una repisa, entre conos y cajas de cartón.
Lo más nuevo, dicen, es una pequeña y sencilla mesa de pino que llevaron hace seis años. Las otras, que son las principales para su trabajo, ya estaban en el local.
Este negoció abrió sus puertas hace 117 años, ocupa una de las “cien puertas”,  nombre coloquial del corredor que comunica la 9ª calle con El Portal del Comercio. Siempre ha funcionado en ese mismo espacio en el Centro Histórico y, religiosamente, abren de lunes a sábado.
Manolo (68) recuerda que llegó a la sastrería para solicitar empleo, cuando tenía 22. En ese entonces la tienda se llamaba Trajes Tulio. Ahora lleva su nombre. El día que fue contratado tuvo que demostrar sus habilidades con la aguja y el hilo, algo que aprendió desde los ocho años en su natal Huehuetenango. Por la misma prueba pasó Manuel (61), quien labora en el sitio desde 1983.
Los socios recuerdan que donde hoy hay bares, operaban floristerías, oficinas de abogados, una barbería, una tienda de camisas, una radiodifusora y un comedor. La memoria les falla cuando intentan recordar los nombres de aquellos comercios, solo tienen presente a  Julio Sosa, el barbero, quien  falleció “hace rato”, y al comedor Con Tiky, donde se servía comida casera y refrescos. Hace unos 40 años ese era el ambiente del pasaje, la gente lo atravesaba para acortar distancia y llegar a las paradas de buses frente a la Plaza Mayor. Del lado del Portal, abordaban las rutas 4, 5 y 19.
En ese entonces no estaban los enrejados sobre la 9ª calle, y el paso hacia la 8ª no estaba restringido, pues tampoco había puerta.
 

Otra época

Fue una era dorada, coinciden los artesanos, pues los niveles de delincuencia eran casi nulos, había también más respeto entre las personas y se demostraba la urbanidad.
La proximidad con los edificios de gobierno les trajo varios clientes, pero esa época ya solo forma parte de sus recuerdos. Era la década de 1980  y la gente, a diferencia de la actualidad, no iba a las tiendas de segunda mano para comprar sacos.
Hoy son muy pocos los interesados en un traje a la medida, y Manolo y Manuel pasan sus días en trabajos menores o atendiendo a curiosos, admirados de que el lugar siga en pie y que una sastrería funcione rodeada de bares y restaurantes.  También han llegado estudiantes universitarios que encuentran en su labor un tema de investigación o documental de video.
Un incidente que no olvidan fue la bomba que el 5 de septiembre de 1980 detonó frente al Palacio Nacional de la Cultura, durante el gobierno del general Romeo Lucas García. Relata Manuel que se encontraba frente a su máquina de coser cuando escuchó la explosión y sintió que se remecieron sus instrumentos de trabajo.
Manolo comparte otra anécdota, que escuchó de sus antiguos compañeros de trabajo, decían que tres hombres que llegaron por sus trajes conversaban acerca de sus planes para derrocar a un presidente, y lo hicieron en un sofá que estuvo en la entrada, donde ahora está la máquina de coser que él utiliza. “Ya no recuerdo a quién se referían”, dice el mayor de los sastres, quien hace seis años sufrió un derrame cerebral. Una vez repuesto, volvió al lugar donde ha pasado la mayor parte de su vida. “Aquí abrimos a las nueve de la mañana, no cerramos al mediodía y nos vamos hasta que cae el Sol”, dice.
Es usual que alterne el tiempo del almuerzo con su socio para atender a todo potencial cliente que se asome a su establecimiento,  piensan seguir con su rutina hasta donde la vida se los permita. Lamentan que no haya, como pasó con ellos, aprendices a quienes heredar sus conocimientos. Los dos sastres de Trajes Manolo saben que llegará el día en que tendrán que dar la última puntada, con lo que podría llegar a su fin la cadena de administradores del lugar, que ha estado desde su fundación, a cargo de huehuetecos. “Ya no hay aprendices, si nos vamos nosotros, esto se acabó”, indican.

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