Los dos empleados de Squatriti trabajan 12 horas diarias con tranquilidad, pero con la tensión de devolver el objeto a su forma original, asegura el dueño, que cuida minuciosamente la reparación del rostro de una muñeca de porcelana, frotando su herida con papel de lija, “para que no se vea la cicatriz”.
Federico Squatrito, restaurador de la tienda, cuida a estas muñecas, muchas fabricadas a finales del siglo XIX, con el cuerpo de madera o papel maché, que el paso del tiempo ha convertido en recuerdos familiares, piezas de coleccionista o viejos maniquíes olvidados en algún baúl.
“Hasta los años sesenta no eran un juguete, sino un objeto para contemplar por su belleza. Ahora las muñecas se maltratan”, se lamenta. Además, explica que su trabajo cambió radicalmente con la incorporación de mecanismos electrónicos en el “cerebro” de estas muñecas, que ya no están hechas para que el hombre las trabaje.
Squatrito y su mamá transmiten de generación en generación el arte de curar con las manos, se atreven sin reparo con cualquier materia, y en las estanterías de su local se confunde yeso, cartón, cerámica, marfil, porcelana, mármol o cera; un verdadero desafío al tacto. También constituyen un atractivo para curiosos como el cineasta Roman Polanski, que en una de sus visitas a Roma se fotografió con estas muñecas enfermas.