Con otra mirada
El Ballet Moderno y Folklórico
Buscar el lenguaje adecuado para expresar libremente los montajes escénicos, materia en la que Julia profundizó y se especializó.
La Revolución de octubre de 1944 aportó nuevas instituciones como la Dirección General de Bellas Artes, Conservatorio Nacional de Música; Ballet Guatemala y Escuela Nacional de Danza dedicadas a la técnica clásica, adscritas al Ministerio de Educación. Tal acción estuvo permeada por movimientos culturales transformadores de inicio del siglo XX que rompieron con el clasicismo e impactaron en las artes plásticas, literatura, música y la danza, que se definió “moderna”. Esa nueva acepción permitió llevar a las tablas obras inspiradas en la riqueza cultural de algunos países, incorporando música, danza, relatos tradicionales y vestuario, expresión identificada como folklórica.
Buscar el lenguaje adecuado para expresar libremente los montajes escénicos, materia en la que Julia profundizó y se especializó.
Fue en ese espacio-tiempo que la bailarina Julia Vela, entonces estudiante de Arquitectura, conocedora de las ricas culturas ancestrales de nuestro país, propuso un montaje escénico para darlas a conocer. En 1964, apoyada por un grupo del Ballet Guatemala, fue atendida por el ministro de Educación, Rolando Chinchilla Aguilar, y la directora de Bellas Artes, Aída Campos de Asturias. Fue creado el Grupo de Danza Moderna y se contrató como primer director al coreógrafo Vol Quitzow —EE. UU—. Su presentación en el auditorio del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social fue exitosa. El grupo pasó a llamarse Ballet Moderno y Folklórico. Eso obligó a buscar el lenguaje adecuado para expresar libremente los montajes escénicos, materia en la que Julia profundizó y se especializó, dedicando quince años como bailarina, jefe del Departamento de Danza y directora del Ballet; produjo coreografías y creó obras como el Paabanc, Boda en San Juan Sacatepéquez y el Urram.
Fue en ese contexto, siendo estudiante de Arquitectura en 1968, que la buena fortuna me ofreció participar en el ejercicio académico para diseñar la escenografía de la presentación del nuevo grupo. Toda una novedad. El catedrático a cargo, Lionel Méndez Dávila, quien había sido director de Bellas Artes, nos presentó el problema junto a la programación para ir y medir la boca escénica del Conservatorio Nacional de Música y asistir a ensayos del Ballet, para tener información sobre qué debíamos resolver. Por demás está decir lo alucinante que fueron aquellas jornadas, para luego regresar a casa y diseñar en función del espacio en donde se construiría la escenografía y lo que captamos de aquella música, vestuario y movimiento corporal, propios de otro mundo; de aquel proveniente del movimiento hippie y la psicodelia.
El esfuerzo valió la pena. Pese a las dificultades que requirió construir la maqueta de mi propuesta, tan loca como la propia obra que se presentaría, obtuvo la mejor calificación y su presentación a la Dirección General de Bellas Artes para su ejecución, bajo la tutela de la directora, Eunice Lima y una pléyade de auxiliares administrativos: Zoila Rodríguez, Norita Torres y Edna de González; técnicos y operadores; rodeada de artistas como Víctor Vásquez Kestler (artes plásticas), Delia Quiñónez (literatura), Joaquín Orellana y Lester Godínez (música) y, por supuesto, Julia Vela (danza).
En aquellos ensayos de la obra conocí a algunos bailarines: Clara Echeverría, Lucrecia y Patricia Herrera, María Marta De La Hoz, Rolando Zúñiga, Miguel Cuevas, Iris Álvarez e Hipólito Chang. Es Julia, con quien he mantenido contacto, pues a lo largo de nuestra calidad de funcionarios de Cultura participamos, junto a otros mencionados en el párrafo anterior, en importantes gestas como la creación del Capítulo Cultura de la Constitución Política vigente y la creación del Ministerio de Cultura y Deportes, acciones que dejaron huella.