Eran realmente divertidas las entrevistas que se hacían a Cela. Junto a él, el grupo de escritores del 98 parecen niños de pecho. Cela era su propio agente de publicidad, mientras su primera esposa, Charo, le escribía sus artículos y obras a máquina, las llevaba a los editores, venían a cobrarles los honorarios, y preparaba en casa la comida de Cela, al que lavaba la ropa y la zurcía.
Esta santa mujer sólo se presentó en segundo plano, y el único lujo que se permitió era encargar un hermoso vestido largo de seda roja para su viaje a Suecia con motivo del Premio Nobel de Literatura que habían otorgado a su esposo. Sólo que este viaje ella no realizó jamás, pues Camilo José Cela prefirió hacerlo con su amante y a la postre, su segunda esposa, con la que transcurrió su vida con un satisfactorio resultado financiero gracias al premio y a la propaganda que supo hacerse en vida para vender libros como Dalí se la hacía para vender cuadros.
Cuando yo conocí a Cela era un hombre ojeroso, macilento, tísico. Luego tras el ?premio? se volvió gordito y de buen ver. Yo estudiaba periodismo en Madrid, en la Escuela Oficial de Periodismo. Sin el carné de ella nadie podía escribir o mejor dicho permanecer con un empleo fijo en los periódicos de la época del general Franco. En aquel tiempo, Cela venía a la escuela como oyente y me pedía mis apuntes, para presentarse luego a los exámenes.
Él tenía un empleo magro en la Censura de libros y en uno de ellos dejó pasar un dibujo de un guerrero griego sin la correspondiente faldita corta, sólo con el casco. Esto le costó el empleo y los trescientos quetzales que le pagaban. Nos lo contó como una tragedia, sólo le faltó llorar. A raíz de aquello se convirtió en antifranquista y a pesar de todo siguió escribiendo y ser publicado en su ?Columna Cela? del ?Correo literario?.
Luego cela se volvió geógrafo: ?Viaje a la Alcarria? etc. Midió con sus propios pies el largo y el ancho de España y la recorrió después en un negro ?Royce Royce?, carro último modelo. ?Vagabundeando? así, nos da una visión de España que es sólo ?su? visión de España con mozas de posada y tasqueros y otros personajes pintorescos del camino.
¿Qué es lo que hay que ver ante un mismo paisaje? El pintor ve los colores, el arquitecto aprecia los volúmenes, el labrador atiende los cultivos y el militar los puntos dónde defender o atacar a un hipotético enemigo. El poeta mira junto a la vaca que se abre el lucero de la tarde. Cela miraba superficialmente con la prosa más perfecta y profunda para pregonar lo que le daba la gana.