Revista D

El maestro jardinero

Este ex ministro compara su pasión por educar con la de cultivar flores. "En ambos oficios hay belleza", explica.

Fue ministro de Educación de 1993 a 1996, durante el gobierno de Ramiro de León Carpio. Pero antes y después de desempeñar ese alto puesto, la docencia ha sido su delirio. Creó la Dirección General de Educación Bilingüe (Digebi).

La educación, a través de la radio, consumió sus energías y entusiasmo durante mucho tiempo.

Entre sus estudiantes célebres está Emeterio Toj Medrano, uno de los fundadores del Comité de Unidad Campesina. Fue acólito con el escritor Marco Antonio Flores, fallecido en el 2013.

De no haber sido educador probablemente habría sido botánico o diseñador de jardines. Tay Coyoy compara el oficio de un cultivador de flores con el de un maestro que pasa horas en el proceso de descubrir la belleza.

Cuenta que tiene cuatro hijos, de quienes fue mentor y compañero de juegos.

¿A qué se dedica ahora?

Continúo trabajando en Educación. Al dejar el Ministerio volví a ser catedrático en la Universidad de San Carlos, en la Escuela de Ciencias de la Comunicación, luego en la facultad de Economía. Posteriormente asesoré algunas municipalidades, entre ellas, la de Sipacapa y San Miguel Ixtahuacán, San Marcos.

Fui consultor de la mina Marlin; apoyé los programas de desarrollo social y educación.

Hicimos un trabajo de mejoramiento de las aproximadamente 60 escuelas que hay en San Miguel Ixtahuacán, en donde se encuentra el yacimiento. Capacitamos a los maestros, organizamos a los padres de familia y nos aseguramos de dotar de materiales a los estudiantes.

Es maestro. ¿Cuándo emprendió este camino?

Comencé a impartir clases en la escuela Miguel García Granados. Después trabajé en la antigua Dirección de Socioeducativo Rural. Luego laboré en la Federación de Escuelas Radiofónicas, en la que participaban ocho estaciones de radio.

¿Fueron pioneros?

Fuimos los primeros. Al principio la labor se orientó a la alfabetización y evangelización de las poblaciones indígenas y rurales del país, sin embargo, esta se transformó y se dirigió a fomentar una educación integral en las comunidades.

¿Hay alguna anécdota que recuerde de esos años? ¿Algún estudiante que no olvide?

Tuve en mi aula a Emeterio Toj Medrano, secretario del Comité de Unidad Campesina (CUC). Fue mi alumno en el programa de alfabetización. En una ocasión, durante el conflicto armado, el Ejército lo detuvo y luego bajo presiones quiso obligarlo a decir quién lo había educado. Años después, cuando volví a encontrarlo, me dijo: “Yo no iba a delatarlo a usted que me había hecho tanto bien”.

Entre las anécdotas está aquella cuando inauguramos la radio, en Santiago Atitlán, la celebración se demoró y tardamos en volver dos horas más de lo que habíamos previsto. A las cuatro de la tarde el xocomil empezó a soplar. El barco no avanzaba, las olas eran muy grandes, estábamos en una situación crítica. Pensé que no llegaríamos a la orilla, pero nos salvamos.

¿Cuál fue el impacto del programa en las mujeres?

En Sololá, por ejemplo, las madres iban acompañadas por sus hijos pequeños. Los niños terminaban aprendiendo más rápido a leer y corregían a sus mamás. Después de dos años hubo dos mil 500 alfabetos.

¿Viene de una familia numerosa?

Ocho hermanos.

¿Hay otros maestros en su familia?

Ninguno. Entre mis cuatro hijos tampoco hay maestros. Uno es ingeniero, otra bióloga, hay un abogado y un veterinario.

¿Fueron buenos estudiantes? ¿Solía darles clase a sus hijos?

Siempre los tuve cerca. Después de graduarme fui a Santiago de Chile, viajé a Venezuela y también obtuve una beca del Banco Mundial. Tengo un doctorado en políticas educativas de la universidad de Pensylvania. Ellos estuvieron conmigo.

¿Alguna vez adivinó, mientras hacía las tareas con sus hijos, que desarrollarían alguna vocación en especial?

En Estados Unidos solía dormirme hasta la una de la madrugada. Sergio, el hoy ingeniero, en ese entonces cursaba el tercer grado. Se levantaba y permanecía a mi lado. “También tengo tareas”, me decía.

Él no hablaba inglés. Se quejaba de que no entendía nada. En una ocasión fuimos a una sesión con la maestra, quien nos aseguró que estaba progresando rápidamente, aunque no hablaba. Al final del año obtuvo 96 puntos en inglés y Matemática.

Con mis hijos siempre asignamos una hora para hacer tareas, otra para ver televisión, otras para hacer deporte. Practicamos tenis durante muchos años.

Su experiencia en educación es vasta. ¿Cómo ve el panorama de la educación actual?

Cuando fui ministro me percaté de que todos los niños en occidente siempre tenían calificaciones muy bajas. En las décadas de 1970 y 1980, la explicación generalizada era que los indígenas no querían educarse, pero no se trataba de eso. El sistema era muy punitivo. Los indicadores de deserción eran muy altos. Las niñas no asistían. Percibí que los docentes no tenían empatía con sus estudiantes y además había en ellos rasgos de discriminación. Los maestros carecían de una buena comunicación.

Siendo ministro, aunque nunca pensé llegar a serlo, no esperé mucho para crear la Dirección General de Educación Bilingüe, para ayudar a los niños cuya lengua materna no era el español.

Pero estas características que menciona son similares a las de muchos maestros en la actualidad.

Diría que ahora son menos frecuentes. El tema es que la situación política se ha mantenido en algunos lugares, pues se nombran maestros que no hablan el idioma de los estudiantes. Los recursos que se dedican a la educación bilingüe son insuficientes, y solo el 20 por ciento de estos niños es atendido. La participación de los padres de familia debe seguir siendo relevante. Propuse crear el Programa Nacional de Autogestión para el Desarrollo Educativo, (Pronade). Los padres se organizaron y se les entregó dinero para que participaran en la administración de las escuelas. Las propuestas para nombrar maestros en sus comunidades se aceptaron en los casos en que se comprobó que fueran graduados, hablaran el idioma, pertenecieran a la localidad y demostraran ser honorables.

¿Cómo ve la participación de los padres?

Habían avanzado, pero los programas de transferencias, que son una politiquería de engaño, porque el Gobierno sabe que no tiene recursos para estar ofreciendo gratuidad, hicieron retroceder la participación de los padres. Lo que hicieron fue crearles en la mente que el Estado es capaz de dar, cuando no es así, y las poblaciones que recibieron esta ayuda desarrollaron dependencia económica.

¡Los resultados nunca se evaluaron y todavía vuelven a proponerlos!

Los estudios del Centro de Investigaciones Económicas Nacionales (Cien) demostraron que los niños que asistían a las escuelas de Pronade rendían mejor que los de otros establecimientos.

¿Qué le recomendaría al próximo ministro de educación?

El ministro, cualquiera que sea, al asumir se encontrará con muchas demandas y poco dinero.

El Gobierno destina a la Educación una cantidad muy escasa que se traduce en que a cada estudiante le correspondan Q3 mil al año, mientras que el resto de Centroamérica destina entre Q4 mil y Q7 mil.

Es por eso que hay que revitalizar la participación de los padres de familia.

Lo que hemos visto es que la brecha entre la educación privada y la pública es cada vez más grande.

Otro problema es que las autoridades no hacen uso correcto de los fondos. Las políticas de mejoramiento salarial no están de acuerdo con los valores, se aumenta el sueldo a todos por igual cuando debieran ser diferenciados, de acuerdo al rendimiento de cada maestro, para propiciar el reconocimiento de los buenos.

La educación tecnológica está casi ausente. Es necesaria la creación de un instituto de esta clase en cada municipio para preparar a los jóvenes para ser emprendedores, no empleados.

Un reto más es cómo hacer para que los sindicatos no prostituyan la profesión.

Nació en Quetzaltenango el 18 de mayo de 1933.

Maestro de Educación Primaria.

Licenciado en Educación.

Máster en Administración Educativa de la Universidad del Valle.

Doctor en Políticas de Educación por la Universidad de Pensylvania.

Ministro de Educación de 1993 a 1996.

Autor de varios libros acerca de educación maya.

Creador del Programa Nacional de Autogestión para el Desarrollo Educativo —Pronade—.

Asesor de varios proyectos educativos y recientemente se desempeñó como asesor en el Ministerio de Cultura y Deportes.

¿Cuál es su segunda pasión en la vida?

(Risas) ¡La jardinería! Dedico al menos una hora diaria a sembrar y cuidar plantas.

¿Qué similitud hay entre un educador y un jardinero?

A los dos les gusta la belleza y pasan muchas horas ocupados en el proceso de descubrir cómo alcanzarla. El jardinero invierte su esfuerzo en lograr que la flor luzca espléndida. El educador a desarrollar todas las potencialidades en un ser humano, que descubra sus dones y talentos para que aflore su belleza.

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