CABLE A TIERRA

Cómo desistir del ser mítico

Hace unos días estuvo circulando en redes sociales la reflexión de un historiador, José Alfredo Calderón, respecto de la falta de liderazgos políticos de talla nacional que pudieran constituirse en la punta de lanza de los cambios profundos que muchos anhelamos. Gente con arrastre, legitimidad, conocimiento y capacidad para navegar en estas turbulentas aguas de la depuración del Estado y de la lucha contra la corrupción; que impulse la transformación profunda y sistémica que tanto le urge a nuestra sociedad. Personas con la entereza necesaria, la ética indispensable y el respaldo social suficiente para enfrentar de manera consistente y exitosa a los poderes que se resisten tan ferozmente a perder sus privilegios.

Calderón señala que “el entierro, el destierro, el encierro y la desaparición forzada” acabaron hace años con ese tipo de personas, lo cual no significa que no haya personajes en la actualidad que sean referentes en ámbitos circunscritos.

No pertenezco a la red de amistades del historiador, pero su reflexión me llegó por las redes sociales y su planteamiento fue provocador: Desde abril del 2015 hay expectativa de que la salida a las calles de las capas medias urbanas propiciaría el surgimiento de esos nuevos liderazgos nacionales. Aunque no hay por qué descartar que ello ocurra eventualmente, a la fecha no ha sido el caso.

Es más, no sé si podrá realmente llegar a ser mientras la Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP) no obligue a la democratización interna de los partidos políticos. ¿Cómo pueden surgir nuevos liderazgos si las cunas del sistema siguen cooptadas por caudillos y clepto-narco-políticos? ¿Cómo, si con la LEPP actual es más difícil todavía que una nueva organización pueda llenar los requisitos que exige el Tribunal Supremo Electoral?

Por otra parte, siendo esta una sociedad tan fragmentada, tan polarizada, tan excluyente y tan insensible al destino ajeno, tampoco logro imaginar cómo una sola persona pueda constituirse, en la actualidad, en ese crisol humano anhelado cuando nuestra sociedad es plural y heterogénea. Para el ciudadano común, la figura del líder nacional apela casi de inmediato a la figura del “hombre fuerte” —desde Ubico a Pérez Molina hay varios ejemplos— o bien se refugia en los rostros que se venden como “apolíticos”. De ambos tipos hemos tenido, y ¡miren cómo nos ha ido!

Quedan los “liderazgos nacionales” alternativos, que más se van convirtiendo en tales a la luz de la mitificación que provee el tiempo y la narrativa histórica. Pienso, más bien, que nos faltan líderes de talla nacional porque este es un país de constructo excluyente, elitista y corrupto. En ese marco, los liderazgos o han servido para mantener y reproducir esta situación o bien cuestionan el statu quo, pero desde un contexto siempre parcelado, porque así estamos como sociedad: divididos, en estamentos, en estancos sociales y territoriales con poco contacto y comunicación entre sí.

Si no comenzamos por reconocer este hecho, seguiremos sintiendo esta especie de “vacío existencial”, esperando para siempre al ser mítico, al Mesías prometido. Deberíamos, en cambio, partir de que somos plurales, de que estamos fragmentados y reconocer que nuestra cultura política es todavía cuasi-tribal. En ese marco, para que emerja un “líder nacional” lo que se necesitaría primero es un caucus. Tribus afines cuyos liderazgos representativos, aunque sean parciales, tienen visiones afines y actúan con algo de pragmatismo político. La búsqueda de la perfección imaginada no debería seguir impidiendo articular fuerza político-electoral capaz de hacer contrapeso a los restauradores del establishment.

karin.slowing@gmail.com

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