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De Xela hasta Villa Nueva: un pinabete tarda 5 años desde que crece hasta que hace feliz a una familia en Navidad

En el frío de las montañas de Quetzaltenango, en medio de la humedad y las nubes, ahí donde cuesta adaptarse al clima, crece un árbol de pinabete que ha sido cuidado de una manera muy especial para, algún día, alegrar algún hogar guatemalteco en Navidad. 

El hogar de la familia Del Cid Escobar luce adornado con un árbol de pinabete traído desde la finca El Edén de Xela. (Foto Prensa Libre: Paulo Raquec)

El hogar de la familia Del Cid Escobar luce adornado con un árbol de pinabete traído desde la finca El Edén de Xela. (Foto Prensa Libre: Paulo Raquec)

Un ejemplo es el árbol que adorna la sala de Gabriela Escobar y su familia, en la zona 2 de Villa Nueva, que retoñó hace cinco años en las montañas de El Edén, Quetzaltengo.

La forma, tamaño y aroma convencieron a Escobar para que eligiera el árbol perfecto para decorar junto a su familia.

En realidad se trata de una rama que se cortó 15 días antes y es la cuarta generación que nace del árbol original.

El responsable de que este viaje ocurra es Carlos Rudy Escobar Calderón, propietario de la plantación Pinabetes El Edén Xela, ubicada en Palestina de los Altos.

Los cuidados del árbol, desde que retoña hasta que se cortan las ramas, abarcan mil 825 días —cinco años—, entre fumigación, limpieza de maleza, control de enfermedades y protección de una especie de pulgón u hongos.

La poda debe comenzar cuando el árbol  mide 1.40 metros, dice el productor, de 73 años, quien se ha dedicado al cuidado de pinabetes durante más de cinco décadas.

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“Después de cortar el árbol, le hago un tratamiento en la base para que no muera. De lo contrario, debo arrancar el tronco y sembrar una planta nueva, lo que me llevaría 10 años, pero con el rebrote o una rama lateral del árbol madre, me ahorro cinco años”, explica.

Misión árbol perfecto

La figura perfecta de un cono  ha sido una experiencia difícil de conseguir, cuenta Escobar Calderón. Su talento en el corte surgió de la necesidad.

“No hay libros para esto. Me costó mucho saber cómo y cuándo hacer el corte de las ramas. Las podas deben ser  atractivas, porque el cliente es exigente. El árbol ya trae el aroma, pero necesita la forma estética”, indicó.

Escobar Calderón nació, creció y vive en los bosques del Occidente del país.

“Cuando sembré los árboles, estaba más joven y sano. Venía a platicar con ellos. Tengo más de 14 mil 500 pinabetes vendidos, pero cada vez que entregó uno a los clientes me recuerdo exactamente dónde estaba sembrado”, relata.

Crear el bosque que ahora produce 500 árboles anuales causó problemas familiares y nostálgicas reconciliaciones. Antes de los pinabetes, el espacio era utilizado para sembrar maíz, habas y papas, y la esposa de Escobar Calderón se enojó cuando se percató  del cambio de cultivo.

“Se paró ahí en la esquina de la casa y me empezó a gritar que de qué íbamos a vivir. Los trabajadores solo observaban, era lógico que después del trueno tenía que llover”, dice el hombre, quien a pesar de su edad, la diabetes y una cirugía por cáncer,  recorre el bosque y dirige las tareas en su plantación.

El enfado de su esposa se ha transformado en cariño al bosque. El lugar es parte de la historia de la familia y de su economía. Cada año, con los ingresos, puede  alimentar y educar a sus nueve hijos.

El corte de la primera producción indignó  a una de las hijas, de 12 años en esa época. Ella  amaba a los árboles y no estaba dispuesta a permitir que se los llevaran. Ese día  se puso frente a su padre y le recriminó. “A pesar de que yo tengo un carácter fuerte y soy estricto, ella no tuvo miedo. Le expliqué que necesitábamos el dinero, pero  se enojó y corrió a la casa de su tía. Me dejó de hablar por dos meses”, relata Escobar Calderón.

Los árboles le han permitido al productor mejorar su condición económica y la de su familia, pero no solo es por amor a los árboles sino porque ha sido una estrategia empresarial. “Nadie se dedica a algo o a alguna planta solo porque le gusta, serían hipócritas quienes así lo afirmen”.

El día de la poda

El día del corte, el carro en el que los trabajadores se trasladarían a la finca se averió. Debieron esperar otro. El grupo de hombres viaja todos los días desde San Antonio Sacatepéquez, San Marcos,  hasta Palestina de los Altos a la plantación.

Al llegar,  se organizan en grupos. El primero va a un  bosque para cortar ramillas y después elaborar coronas y guirnaldas, mientras los demás cortarán  cien pinabetes que son parte de la primera venta. Todo bajo estricta supervisión del Instituto Nacional de Bosques.  Ocho días después, si la demanda lo amerita, habrá un segundo corte y luego más, con la esperanza de que haya clientes  para los 500 árboles producidos.

Los obreros buscan los árboles que tengan en la punta una pita de colores. En octubre último, durante el inventario anual, el productor preseleccionó los ejemplares que están listos para ser cortados. Los  trabajadores rodean el árbol y discuten si es uno bueno, revisan la altura,  ramillas y el color, antes de  arrancar la motosierra.

En 24 segundos la máquina corta las ramas seleccionadas. El equipo de dos hombres debe calcular que el tronco tenga de base entre  ocho y 12 pulgadas. Un tercer trabajador recibe la rama,   se la coloca en la espalda  se convierte en un árbol andante, hasta llegar al punto en donde se procede al empaque y cuidadoso amarrado de las ramas.

Eduardo Ramírez, 19,  se dedica al pinabete desde hace cinco años. Coloca el árbol de pie, lo sacude y lo acuesta para medirlo. De acuerdo con la altura revisa que tenga la pita del color correcto. Si es de seis pies le corresponde la  amarilla, si es de siete será la azul  y si mide ocho debe tener la roja.

A todos los árboles se les coloca un marchamo blanco. Eso les da la legalidad para venderlos. Colocar ese accesorio  requiere tiempo y  un procedimiento. Escobar Calderón viajó una semana antes del corte  a la cabecera departamental para  pagar en el Instituto Nacional de Bosques (Inab) los Q8.50 por cada uno de  los cien marchamos que necesitaría.

El técnico forestal Froilán Cárdenas fue designado para supervisar el corte. Estaba en la plantación de Escobar Calderón a  las 9 horas del 24 de noviembre, con   cien  marchamos blancos.

“A partir de noviembre le damos prioridad al marchamado. Empieza con las coronas para el día de los muertos, y luego para los árboles, coronas navideñas y guirnaldas. Quetzaltenango es de las subregiones que más marchamos coloca, un aproximado de cuatro mil 500”, señaló.

Los cuatro técnicos del Inab  colocan marchamos en las plantaciones de Palestina de los Altos —en mayor cantidad—,  Cabricán, San Carlos Sija, Zunil y Cantel.

Ya están listos los árboles para subirlos al camión que los llevará a la capital. Pero es hora de almorzar, así que Escobar Calderón invita a sus trabajadores a que pasen al comedor. Un primer grupo llega, hambriento, mientras otro prefiere concluir las labores antes de comer. Entonces, el productor se sienta, mientras critica  las dificultades que tiene para exportar sus pinabetes.

Advierte que esta especie  debe sembrarse en abril, para que reciban las primeras lluvias y el clima sea adecuado. Recomienda  evitar otros tipos de árboles en la plantación, porque le dan sombra a los pinabetes y “se acostumbran a tener quien los proteja”.

El viaje

El mismo día del corte, Escobar Calderón viajó a la capital junto a su hijo, su nuera y tres trabajadores. Permanece en la ciudad hasta el  16 de diciembre, cuando  concluye la Feria Nacional del Pinabete en  el Mercado de Artesanías, en la zona 13.

A lo largo de 234 kilómetros de recorrido desde la plantación,  el chofer debe tomar ciertas precauciones, como no exceder los 50 kilómetros por hora, para evitar daño en las ramas.

El cuidado incluye girar con cuidado en las curvas,    obedecer el alto en los puestos de registro de la División de Protección a la Naturaleza (Diprona) de la Policía Nacional Civil y  llevar lista  la papelería que respalda el traslado y comercialización legal de los árboles.

La familia del productor y sus trabajadores viajan en otro vehículo. El recorrido, que comenzó a las tres de la tarde,  dura más de seis horas, ya que por las restricciones  para el transporte pesado en la capital, el camión ingresa  a las 9 de la noche a la ciudad.

Durante su estadía en la capital, el productor y sus acompañantes pagan el alquiler con un árbol que elige la propietaria del inmueble.

El olor del pinabete, la propina de algunos clientes, el pago de  horas extras y   Q50 diarios son las razones principales por las que los trabajadores de Escobar Calderón lo acompañan a la capital. Según ellos, así superan el monto que  podrían ganar en otro tipo de cultivos.

El camión cargado de árboles se queda  vigilado el Mercado de Artesanías. A la mañana siguiente, justo a un mes de la Nochebuena,  los trabajadores bajan los cien árboles que serán vendidos a Q100 el pie.

Una tradición

La mañana del domingo 26 de noviembre, la familia de Gabriela Escobar se reunió para desayunar y luego  comprar el   árbol de Navidad. Llegaron al Mercado de Artesanías y buscaron a Escobar Calderón, quien ya es parte de la tradición familiar, pues produce y cuida durante cinco años el árbol que  adornará su hogar.

La compradora es madre de unos gemelos de 6 años, quienes participan en la selección de su árbol perfecto. Para ello, ven las ramillas, sienten el aroma, observan si es frondoso y optan por un árbol que no supere la altura de la sala.  La decisión final se toma por votación, en la que participan los padres de Escobar, su esposo e hijos.

Antes de salir de casa, la mujer ha seleccionado un poncho que colocaron en el techo del vehículo para que el árbol no lo dañe. Para los niños, el árbol es motivo de gran alegría.

La venta del productor quetzalteco es testigo de la unión de muchas familias que el día de la compra se reúnen para continuar esa tradición.

“Lo más importante es el aroma y el significado del árbol. En la punta se coloca la estrella que anuncia el nacimiento de Jesús y debajo está el nacimiento. Es una tradición que desde niña se hacía con mis padres”, manifestó Escobar.

“Estamos emocionados ambos, los dueños del bosque y el consumidor. Nosotros, porque vamos a tener dinerito para alguna deuda que adquirimos en el año o para otras cosas, y el consumidor final llega ilusionado porque va tener un ornamento base en los festejos de fin de año. El más emocionado es el niño de 2 a 12 años”, afirma el productor.

Antes de entregar el árbol, Escobar Calderón acostumbra hacer un segundo corte en el tronco del árbol para que esté listo para absorber el agua que le coloque en la base su nueva familia. Conforme trascurren los días se incrementará el olor del árbol.

“Cuando ya se está deshidratando o secando, el aroma es mejor. El pinabete es el árbol de la Navidad por el olor atractivo. Le suplico al guatemalteco consciente que tenga patriotismo, que colabore con los productores que sembramos y cuidamos bosques con el fin de tener árboles que producen oxígeno para la población”, dijo.
sueño cumplido

Han transcurrido 28 años en los cuales el productor ha cumplido el sueño de tener su bosque y generar recursos económicos mientras protege los recursos naturales, algo que soñaba cuando de niño recorría los bosques de su aldea.

Otro sueño cumplido es la Asociación de Cultivadores de Pinabete de Guatemala, una organización con la que espera mejorar los bosques de pinabete. “Me gustaría que tuviéramos nuestro espacio de investigación. Yo tengo la teoría de que hay cinco especies del pinabete, aunque el Gobierno diga que solo es una”, dice emocionado.

Escobar Calderón asegura que hay personas de otros países que desean llevarse árboles, pues ven la calidad, pero sería delito. Por eso sueña con exportar, porque  “el mercado local ya lo abarcamos”.

Decomisos

El corte ilegal persiste en el país.En los primeros 16 días del plan de Protección y Conservación de Pinabete de este año los agentes de Diprona han decomisado 390 mil 854 ramillas de pinabete y 92 árboles, 43 coronas y 16 guirnaldas cortadas sin autorización. 

En 2016 decomisaron 534 mil 500 ramillas, valoradas en más de Q2 millones. Muchos traficantes utilizan vehículos lujosos para trasladar las ramillas.  

Según el Inab, en los últimos 70 años el país ha perdido 473 mil hectáreas de pinabete cortado sin autorización.

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