Comunitario

Para el amor no hay límites

Son parejas como cualquier otra, con sueños, aventuras y adversidades, pero con una férrea determinación de continuar unidos en un amor que ignora barreras.

La discapacidad de uno o de ambos no es obstáculo para ser felices. (Foto Prensa Libre: Brenda Martinez)

La discapacidad de uno o de ambos no es obstáculo para ser felices. (Foto Prensa Libre: Brenda Martinez)

CIUDAD DE GUATEMALA- El romanticismo no puede faltar, ni las ansias de agradarse uno al otro. Son seres que el destino unió para formar familias ejemplares en las que predominan el respeto y el cariño, pero también la indiferencia hacia los prejuicios y hacia quienes no comprenden su relación. Tienen un denominador común: su vida gira en torno a Dios.

El amor no necesita de los sentidos físicos ni de capacidades de movilización. El amor ignora las diferencias y sabe enfrentar los obstáculos y los retos. El amor se conduce desde el interior y solo ve el alma.

Como dijo la madre Teresa de Calcuta. “Ama hasta que te duela. Si te duele, es buena señal”. En este espacio se presentan seis historias de amores únicos.

| Respeto : “El tamaño no es la diferencia” |

Él mide 1.10 metros  y ella, 1.53, pero eso no impidió  que se enamoraran y tengan un matrimonio feliz y respetuoso.

Juan Camey, de 43 años,  y Vilma  Marroquín,  30, se conocieron cuando él era instructor de la Academia de la Policía Nacional Civil, y ella, estudiante. “¿Quiere ser mi novia?”, le preguntó Camey. “¿Y yo por qué?”, le dijo, ella. “Porque eres linda y eres especial”, afirmó Camey.

Se casaron  cuando Vilma esperaba a su hija, Leticia, 9.   Ambos son pastores de una iglesia evangélica, en San José del Golfo, y tienen otro hijo, Édgar, 7.

“Cuando lo conocí me preguntaban por qué me había fijado en él, pero yo siempre lo vi como alguien normal, porque a mí me enseñaron a respetar a los demás sin importar que sean  diferentes, y lo mismo les enseño a mis hijos”, dice Vilma.

“Muchas personas buscan los defectos sin ver lo que uno tiene adentro”, comenta Camey, quien estudia para ser ascendido a oficial segundo y apoya a su esposa para que concluya su carrera  universitaria.

| Complemento : A pesar de la distancia |

Ambos acababan de terminar la relación con sus parejas, por lo que la comunicación  que mantenían desde la distancia consolaba su tristeza.

José María Ramos, de 32 años, es guatemalteco, administrador de empresas y padece la enfermedad de Charcot-Marie-Tooth, que afecta los nervios. Enya Maldonado, 31, vivía en Honduras, se graduó de bachiller y tiene  parálisis cerebral desde niña.

La pareja cuenta que pasaban hasta 10 horas conversando por internet. Un día se dieron cuenta  de que tenían un objetivo: casarse y formar una familia.

Así fue que José María viajó a Honduras para formalizar la relación con la familia de Enya, tal como esta se lo pidió.

Con el tiempo los angustiaba la lejanía porque querían estar todo el tiempo juntos. Debían viajar 14 horas en bus para poder verse. Decidieron casarse por la Iglesia, el 13 de diciembre del 2014, en Honduras, y ahora viven en Guatemala.

“Estoy feliz y orgullosa del esposo que Dios me dio”, comparte Enya. “Él es cariñoso,  firme en sus decisiones, con gran positivismo. Me encanta que me regale rosas”, añade.

“Ella es honesta. Si no le gusta algo, explica bien las razones. Tiene valores familiares y es cariñosa. Me gusta estar todo el tiempo con ella. El amor es encontrar  en una persona la felicidad propia”, afirma José María. Ahora están de   luna de miel,  y antes de tener los ansiados hijos —porque ambos están capacitados para hacerlo— desean disfrutar     su matrimonio.

| Apoyo mutuo :Relación especial |

Él es invidente de nacimiento y ella no puede caminar desde hace ocho años, pero eso no es obstáculo para que  Félix Ixcoy Sárate, de 52 años, y Maritza Marroquín, 54,  se amen.

Félix dice sentirse feliz de compartir con su pareja desde 1985, con quien tiene un negocio en el mercado Los Trigales, zona 7 de Quetzaltenango.

“Tengo muchos sueños con ella. Hemos querido superarnos más, pero solo Dios sabe qué tiene prepado para nosotros”, señala.

“Mi esposa sufre de poliomielitis y ya no pudo caminar, pero pese a todas nuestras dificultades  nos queremos mucho. Yo quiero estar con ella”, comenta.

Maritza cuenta que  ambos se apoyan para salir adelante. “Él ha sido muy bueno conmigo y por eso lo quiero”, señala. “Agradezco a Dios por poner en mi vida a una persona dos veces especial: porque no ve y porque es buen  esposo”, añade. Para ellos, el secreto de un matrimonio feliz es siempre ser sinceros, apoyarse y tener buena comunicación.
 * Por Carlos Ventura

| Para siempre : Cariño paciente |

Carlos Santizo y Rosa Elena de Santizo, vecinos de la aldea San Miguel Morazán, El Tejar, Chimaltenango,   llevan 30 años de casados y   son  ejemplo de amor, paciencia y cariño. Ellos practican   el compromiso de  “hasta que la muerte nos separe”.

A causa de una caída  por un accidente cerebrovascular,   hace cuatro años, Rosa Elena, de 71 años,  se moviliza en silla de ruedas.  Carlos Enrique, 70, cuida de ella.  

“Más que nunca tengo que cuidar de mi esposa, ya que ella fue quien procreó y cuidó a nuestros seis hijos. Cuando nos casamos hicimos uno de los juramentos, que dice que nos tenemos que cuidar y amar hasta que la muerte nos separe”, dice Carlos Enrique. “No es fácil con los Q600  que recibo de  jubilación, pero con la ayuda de mis hijos la vamos pasando poco a poco”, añade.

Rosa Elena  comenta que su esposo siempre ha sido cariñoso con ella y sus hijos, y siempre les proporcionó lo necesario  para vivir. “Él ahora me atiende de una  forma muy especial. Debido a que no puedo caminar, él está atento de mí  de día y de noche.

Es un amor de hombre:  me da mis alimentos y me lleva al patio a  tomar el sol. Le doy gracias a Dios por haberme dado un hombre cariñoso, amoroso y paciente”, dice.

El matrimonio aconseja a los jóvenes dialogar para solucionar los problemas y así evitar el divorcio y la desintegración familiar.
 * Por Víctor Chamalé

| Fortaleza :Un sueño hecho realidad |

Durante una época depresiva, luego de que le diagnosticaron discapacidad bilateral visual,  Isaac Leiva soñó, extasiado, a quien años después se convertiría en su esposa.

A los 16 años le diagnosticaron retinitis pigmentosa, por lo que se sometió a dos operaciones  en Cuba, donde también recibió rehabilitación  porque perdió la vista por completo.

Se había  graduado de bachiller y representado a Guatemala en varios juegos centroamericanos de halterofilia, en los cuales obtuvo varias medallas. Trabajó en un taller de herrería,  pero la discapacidad comenzó a restarle oportunidades, también en el campo sentimental.

 Soñó una noche a su esposa, sin poder verla, pero su voz quedó grabada en su memoria. A donde quiera que iba  buscaba la voz de la mujer que Dios había predestinado para él. Y la encontró en el 2009, en una reunión del Consejo Nacional de   las Personas con Discapacidad. Se trataba de la psicóloga Heidy Gil. Comenzaron a comunicarse; él, desde Izabal,  y ella desde San Miguel Pochuta, Chimaltenango, donde trabajaba.

Aunque surgieron discrepancias en  la familia de ella, por su elección, consideran que  son un matrimonio bendecido. Se casaron en el 2013 y tienen una niña, Darina Isieni, de 3 meses.

 “Él siempre lucha por lo que quiere. Hemos caminado en una misma dirección”, refiere Heidy.  “A veces hay miradas  de burla, pero lo que no te hace daño te hace más fuerte”, asegura.

| Carnaval romántico: Un hombre que luchó por ella |

Fue a Mazatenango, durante la celebración del carnaval, exclusivamente para encontrarse con ella.

Élfego Méndez  y Olivia Jérez de Méndez, ambos con discapacidad auditiva, se  habían conocido en su niñez, el día en que ella y la madre de él cumplían años: 10 de abril.

Pero a los 13 años, Olivia se fue a vivir a Mazatenango. Élfego siempre pensaba en ella y viajó tiempo después a ese lugar, donde buscó entre la multitud a la mujer de sus sueños. La invitó a bailar y conversaron toda la tarde. Ahí el flechazo terminó de hacer lo suyo.

Una semana después, Élfego regresó para declararle su amor, pero ella le dijo que  tenía que pedirle permiso a su familia. Y así lo hizo. “Él siempre me había gustado, pero yo quería un hombre que luchara por mí. Cuando Élfego fue a Mazatenango a buscarme, me di cuenta de que él era el indicado”, cuenta Olivia —con ayuda de una intérprete—, quien trabaja como instructora de lenguaje de señas.

Fueron novios unos ocho años, hasta que Olivia quedó embarazada. Luego  se casaron, cuando él tenía 24 y ella 25. De eso hace 30 años  y tienen  tres hijos, Élfego, Mauricio y Delmy —todos normales— y tres nietos. Se consideran la pareja perfecta y todos los días  al levantarse se dicen “te amo”.

“Me gusta su cara, él  es amable y fiestero”, dice Olivia de su esposo. “A mí me gusta que ella es bonita, romántica y bromista”, refiere Élfego.

“Para un  matrimonio exitoso es importante la buena comunicación y compartir juntos. Los únicos problemas que hemos tenido es en  encontrar trabajo por nuestra discapacidad”, cuentan.

ESCRITO POR:

Brenda Martínez

Periodista de Prensa Libre especializada en historia y antropología con 16 años de experiencia. Reconocida con el premio a Mejor Reportaje del Año de Prensa Libre en tres ocasiones.