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Semblanza de un líder, pastor y mártir de la Iglesia

Nadie imaginó que 54 horas después de que monseñor Juan Gerardi presentara al mundo el informe de la comisión del Remhi sería brutalmente asesinado, en tiempos de “paz, firme y duradera”.

Foto clásica de monseñor Gerardi, en actitud de reflexión, durante una entrevista. (Foto: Hemeroteca PL)

Foto clásica de monseñor Gerardi, en actitud de reflexión, durante una entrevista. (Foto: Hemeroteca PL)

El templo de San Sebastián, en la 6ª avenida y 3ª. calle de la zona 1, fue testigo mudo de  aquella trágica noche.
A 18 años de su muerte todavía quedan preguntas sin respuesta, como el móvil real del crimen.

Eran poco más de las 22 horas del domingo 26 de abril de 1998 cuando monseñor Juan José Gerardi Conedera, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Guatemala, regresaba a su casa, la casa parroquial de la Iglesia de San Sebastián, donde desarrollaba su ministerio pastoral.

Al entrar en su automóvil al garaje fue golpeado con un pedazo de concreto en la cabeza, lo cual le causó la muerte casi de manera instantánea. Su cuerpo ensangrentado fue arrastrado dos metros adentro.

La condena fue unánime. Organizaciones de derechos humanos, la comunidad internacional y la sociedad civil expresaron su repudio y solo horas después de que el obispo había presentado el informe para la Recuperación de la Memoria Histórica (Remhi).

Descabellado

Hipótesis sobre sospechosos del asesinato comenzaban a circular, entre ellas que había sido obra de políticos, de la delincuencia común o algunas osadas y extremas que culparon a Balú, el perro pastor alemán del sacerdote Mario Orantes, con quien monseñor compartía espacio en San Sebastián.

De hecho, Balú fue capturado y trasladado a una clínica veterinaria de la zona 7 para someter su boca a análisis.
Luego se comprobó que las heridas en la cabeza de monseñor no fueron causadas por los dientes de Balú, que murió meses después.

Hasta los indigentes que pernoctaban en las afueras de la casa parroquial de San Sebastián fueron interrogados.
Mientras la confusión y la indignación cundían en el país, se le dio el último adiós a Gerardi, con exequias de tres días en la Catedral Metropolitana, el lugar donde había cumplido uno de sus objetivos: la denuncia de las masacres cometidas durante el conflicto armado interno. Su cuerpo finalmente descansa en las criptas de Catedral, no sin antes haber sido sometido a una ignominiosa exhumación.

Semblanza

Su vida estuvo marcada por la bondad, el amor a los demás, y una actitud humilde. Para él, para todas las personas eran iguales y no tenía preferencias por nadie, aseguran sus compañeros. Estuvo a cargo de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (Odha), a partir de 1989, cuando Monseñor Próspero Penados del Barrio le encomendó su creación.

Siempre se tomaba una taza de café, conversaba mucho y le encantaban las habas tostadas, recordaba un trabajador de la ODHA.

Gerardi nació en la capital el 27 de diciembre de 1922. El 21 de diciembre de 1946 se ordenó sacerdote; el 9 de mayo de 1967 fue electo obispo de las Verapaces; el 30 de julio de ese mismo año recibió su ordenación episcopal en la Catedral Metropolitana.

Después de casi siete años de tomar posesión en la Diócesis de las Verapaces, donde ejerció su ministerio episcopal hasta septiembre de 1974, fue elegido tercer obispo de la Diócesis de Santa Cruz del Quiché. En ese tiempo comenzó la persecución sistemática contra la Iglesia, por parte de las fuerzas contrainsurgentes del Estado.

De 1980 a 1983 fueron asesinados más de 12 sacerdotes en el país. La relación entre el obispo Gerardi y las autoridades se tornó tensa. Siempre se las ingenió para escapar de las balas asesinas, alertado por sus leales feligreses.

Franqueza

El valor y la franqueza siempre constituyeron características inseparables del obispo. En Quiché fue puesto a prueba en varias ocasiones.

Muchos creyeron que esa actitud desafiante y abierta sería su sentencia de muerte; sin embargo, la decisión de la Iglesia fue clausurar temporalmente la Diócesis de Quiché, como denuncia de los hechos trágicos consumados contra los religiosos.

La década de 1980 fue parte de la lucha cruenta por el poder entre el Ejército y la insurgencia. De hecho, en esta se reporta la mayor cantidad de hombres reclutados, muchas veces a la fuerza, para combatir a los guerrilleros. Es en medio de este vendaval social que se movió monseñor Gerardi, y ese mismo torbellino lo llevaría a investigar al final de esa década cientos de casos de desapariciones, capturas y secuestros.

En esa labor, compartida con religiosos y laicos en la Odha, descubrió atrocidades cometidas por los bandos en conflicto. Tampoco hay que olvidar que las mismas comunidades en las cuales se movilizó y vivió el ambiente general era de desconfianza y división.

Monseñor Gerardi, el perfil del pastor en el norte del país. (Video: tomado de Youtube)

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