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Una joya de la imaginería barroca guatemalteca

Una de las imágenes coloniales más impresionantes y bellas de Guatemala es el Cristo del Perdón, venerado crucifijo que se encuentra en su retablo neoclásico, al lado izquierdo del altar mayor en la Catedral de Antigua.

Cristo del Perdón de la Catedral de Antigua Guatemala. (Foto: Hemeroteca PL)

Cristo del Perdón de la Catedral de Antigua Guatemala. (Foto: Hemeroteca PL)

Durante la época colonial florecieron las Bellas Artes en la capital del Reino de Guatemala, que entonces abarcaba del sur de México hasta Costa Rica. Desde Santiago de los Caballeros —hoy Antigua Guatemala— emanaban los cánones estéticos y se exportaban artistas y obras terminadas.

En especial fue muy afamada la escultura guatemalteca, que se tenía en gran aprecio en la Nueva España, Sudamérica y España, por su gran calidad y belleza.

Esta venerada imagen de escala ligeramente menor al natural es tan relevante, que junto con la Virgen del Socorro, la más antigua del país, acompañaron a Su Santidad Juan Pablo II durante la canonización del Santo Hermano Pedro, el 30 de julio del 2002.

Sus orígenes

Mucha de la información histórica sobre esta escultura se conoce gracias al acucioso análisis de documentos antiguos realizado por el arquitecto-arqueólogo Mario Ubico, publicado por el Consejo Nacional para la Protección de la Antigua Guatemala (CNPAG) en 1999.

Allí se consigna que el escritor y periodista antigüeño Víctor Miguel Díaz publicó, en La Romántica Ciudad Colonial (1927), que este crucifijo era obra del renombrado escultor Quirio Cataño, autor del Cristo de Esquipulas, pero sin aportar ninguna prueba documental. Esta información es errónea —pues Cataño vivió mucho tiempo antes—, pero ha sido repetida por múltiples autores de gran renombre hasta 1989.

Su verdadero origen se remonta a la segunda mitad del siglo XVIII, cuando se fundó la hermandad de la Sangre de Cristo en el templo del Hospital San Pedro Apóstol, hoy al lado de las Obras Sociales del Santo Hermano Pedro.

La fecha más antigua en la cual se hace mención de esta devoción data de 1758, cuando se celebró una misa solemne y una procesión que circundó el parque San Pedro, hoy conocido popularmente como La Unión, actualmente en proceso de restauración.

Las fuentes antiguas indican que fue donación de un devoto hacia 1762, o que fue pagada con las limosnas de los miembros de la hermandad de la Sangre de Cristo de la iglesia San Pedro. Por ahora se desconoce quién fue el autor. Su paño de pureza deja ligeramente al descubierto parte de la pierna. Es un toque característico de este período.

Permaneció en su sitio original de veneración hasta finales del siglo XVIII, donde inicialmente se le conoció como el Santo Cristo de la Preciosa Sangre. Después fue trasladado temporalmente al oratorio de la Universidad de San Carlos, y de allí pasó a la Catedral de Antigua, cuando se instituyó la Parroquia de San José, a mediados del siglo XIX.

Gregorio Prem le encargó tres retablos neoclásicos al artista Ramón de Herrera. En uno se colocó al Cristo, en su vitrina actual, rodeado de cuatro ánimas, y pasó entonces a conocerse como el Cristo de las Ánimas. Ante la imagen se acostumbraba rezar los responsos de difuntos.

Cambió de nombre por tercera ocasión, a instancias del sacerdote Juan Álvarez Crespo, párroco de San José —catedral— cuando organizó la Hermandad del Santo Cristo del Perdón y fue procesionado en 1937. La escultura fue restaurada por el CNPAG en septiembre de 1995, y con gran sorpresa se encontró en su interior un manuscrito antiguo con una elocuente oración que, pese al deterioro, fue paleografiada e integrada sintácticamente para conservala en el lugar.

DETALLES DE LA OBRA

“El Cristo se encuentra pendiente de una cruz, con tonos verdes y dorados que forman motivos fitomorfos. Destaca, sin duda alguna, el cuerpo finamente tallado de pies a cabeza. Es una imagen bien proporcionada con un meditado trabajo escultórico. Singular, sin duda, es el movimiento del cuerpo sacudido por el tormento… Destaca la sangre que sale de sus heridas, principalmente la del costado, donde el escultor talló con especial cuidado los hilos de sangre que caen desde la herida hacia el abdomen, aunque el cuerpo está en tensión, es visible sin mucho esfuerzo una finura en el trabajo que cautiva”, afirma Ubico.

“El Crucificado del Perdón recoge un modelo figurativo de estirpe clasicista, propio de ambientes con fuerte tensión espiritual, en aras de plasmar la fe en Dios encarnado en un hombre perfecto. De ahí la interpretación artística de canon alargado, brazos casi en horizontal y piernas con leve flexión, composición serena al igual que el rostro. No es un cuerpo descolgado en el patíbulo, sino Dios-hombre presidiendo desde una cruz”, describe el Dr. Rafael Ramos, profesor de Arte Hispanoamericano, Universidad de Sevilla, marzo 2012.

Esta oración se encontró adentro de la imagen: “Señor misericordioso: Jesucristo, primeramente para que tu agonía que por mí has padecido, mayormente en la hora que tu Santísima Ánima se aparte de tu cuerpo sagrado, suplico tengas misericordia de esta ánima prisionera cuando de este mundo salga; y en esta vida me des gracia, que por ser necesario para mi intención, este siervo ante ti se humilla, y a todos nosotros deberá ser necesario siempre en esta vida, honrar tu agonía. Amén.” (Ubico, 1999).

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