Reflexiones sobre el deber ser

Anhelos de paz

Sin justicia no puede haber paz.

El primer propósito de las Naciones Unidas, incorporado en la Carta de la ONU, es: “Mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz”. Asimismo, nuestra Constitución impone al Estado el deber de garantizar un régimen de paz, que se traduce en un sistema jurídico-político que asegure la dignidad humana y la convivencia pacífica.


La paz supone la ausencia de guerra y de cualquier forma de violencia que perturbe la tranquilidad de las personas y les impida el ejercicio de sus derechos. De suerte que la paz está vinculada a la garantía de protección de la vida humana, la integridad personal, la libertad, la justicia, la seguridad y la igualdad de derechos.


Sin duda, no puede haber convivencia pacífica en un ambiente de confrontación, en el que impera el temor, la censura, el hostigamiento y el acoso judicial. En un entorno tal, las disputas se dirimen a través de la fuerza, lo que supone que el más fuerte impone su voluntad arbitraria, que, invariablemente, se rige por la codicia, el abuso de poder, la desinformación, la demagogia, el espolio, la deshumanización y la impunidad.


La justicia oficial, en un Estado de derecho, garantiza la protección y defensa de los derechos fundamentales, la solución pacífica de las controversias y el castigo de los delincuentes dentro de un debido proceso. Sin justicia no puede haber paz.

Inequívocamente, la miseria, los privilegios y las discriminaciones son causas de inequidad e inconformidad.


De ahí, el aforismo “paz justa”. “No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón”, afirma su S. S. Juan Pablo II. Empero, para que reine la paz, es decir, la armonía en la diferencia, la justicia del respeto, la cohesión y la prosperidad, es imperativa la realización del bien común (valores y condiciones que benefician a todos), que posibilita la vigencia de la dignidad humana, la igualdad de oportunidades y el desarrollo humano sostenible, cuyos parámetros son una vida larga y saludable, así como la educación y la posibilidad de acceder a una movilidad social ascendente. Inequívocamente, la miseria, los privilegios y las discriminaciones son causas de inequidad e inconformidad.


Si no hay paz, no hay respeto de los derechos humanos, ni tampoco condiciones para que las personas puedan disfrutar de los frutos de su trabajo o emprendimiento. Por lo tanto, la búsqueda de la paz, que es una legítima aspiración, se ha convertido en preocupación universal, por lo que las naciones civilizadas, además de la disuasión de la guerra, se han propuesto cooperar entre sí, con miras a mejorar la calidad de la vida humana y la salud social. Para tal fin se consideran factores clave la democracia funcional, la economía de mercado, el acceso y regulación de la tecnología, el pensamiento crítico y la inversión social.


En todo caso, son enemigos de la paz y la no violencia quienes promueven y alimentan el odio, el resentimiento, la intolerancia, la conspiración permanente, el divisionismo, la radicalización populista y la lógica maniquea del amigo-enemigo.


Hoy en día, los anhelos de paz siguen inspirándose en el espiritual mensaje proferido con motivo del nacimiento de Jesús, que los cristianos celebramos con esperanza: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres en quienes Él se complace” (Lucas 2,14). ¡Feliz Navidad!

ESCRITO POR:

Mario Fuentes Destarac

Abogado constitucionalista