De mis notas
Buen tiempo para pausar
Un aviso de vacaciones termina convirtiéndose en un espontaneo atisbo al pasado.
Por más de tres décadas, he habitado las páginas de este querido periódico como un cronista de ideas, testigo de los cambios y desafíos que han marcado nuestra sociedad. Escribir para Prensa Libre, un legado fundado por visionarios como Pedro Julio García, Álvaro Contreras Vélez, Salvador Girón Collier, Isidoro Zarco Alfasa y Mario Sandoval Figueroa, padre de nuestro amigo Mario Antonio Sandoval, ha sido un privilegio y una experiencia única.
Un aviso de vacaciones termina convirtiéndose en un espontaneo atisbo al pasado.
En aquellos días, la palabra escrita se labraba con paciencia. Cada columna era un acto de resistencia, un intento de ordenar el caos de una época que, a mis ojos, estaba llena de sombras e incertidumbres. Escribir requería dedicación y reflexión, una cualidad que los tiempos modernos han erosionado.
Vivíamos en un mundo en plena transformación. Guatemala apenas comenzaba su transición tecnológica, y las herramientas de comunicación eran, por decirlo suavemente, primitivas. Recuerdo con claridad el día en que un amigo mío adquirió un fax. Lo veía fascinado y, con una mezcla de humor y asombro, me dijo: “¡Vos! Esto parece brujería. De un lado metés una carta, y del otro, donde sea, le sale al destinatario”. En ese momento, lo mágico no era solo la máquina, sino imaginar cómo esta tecnología cambiaría nuestra manera de comunicarnos.
Eran tiempos en los que los teléfonos de disco domiciliares eran un lujo, y las computadoras personales, una extravagancia que apenas comenzaban a aparecer. Mi primera computadora, una Commodore 64, tenía menos capacidad que el reloj que hoy llevo en la muñeca. No había internet, y la información se movía con la lentitud que hoy parecería inconcebible.
Hoy, esa lentitud parece un lujo perdido. Vivimos en un torbellino de datos y opiniones vertiginosas que compiten por nuestra atención. La inmediatez ha traído avances innegables, pero también una dispersión y saturación toxica. Reflexiono sobre cómo, en mi juventud, un periódico en mano y una taza de café eran suficientes para comprender el mundo. Ahora, la verdad parece diluirse en un océano hiperconectado de ruido digital.
Quizás por eso escribir se siente distinto hoy. No es solo un acto de reflexión, sino un intento de rescatar la profundidad en un tiempo que celebra lo efímero y banal. Tal vez por eso esta columna, que originalmente iba a ser un aviso de vacaciones, termina convirtiéndose en un espontáneo atisbo al pasado.
Y aunque podría sonar a nostalgia, es una manera de entender cómo llegamos aquí y, con suerte, hacia dónde queremos ir. Es también un recordatorio de que, a pesar de los cambios, ciertas cosas permanecen: la importancia de las ideas y los principios, la necesidad de cuestionar y el valor de detenernos y observar.
Así que, querido lector, gracias por acompañarme en este recorrido de palabras y tiempos. Que esta pausa sea una invitación, no solo para descansar, sino para reflexionar sobre lo que realmente importa: construir una vida con propósito en medio del ruido y encontrar momentos de calma que nos devuelvan la claridad de la conciencia de saber quiénes somos y para dónde vamos.
Y que en esta reflexión no olvidemos que, al final del camino, hay una luz que nunca cambia: la enseñanza de Jesús, cuyo mensaje eterno de amor, humildad y perdón sigue siendo un faro en tiempos inciertos.