Reflexiones sobre el deber ser

Diálogo y antidiálogo

En Guatemala, no existe una cultura democrática dialogal.

Sócrates utilizó el diálogo como un método de reflexión, mediante el cual formulaba preguntas a los participantes, con la finalidad de que ellos mismos, en medio de una dinámica de encuentro, meditación, deliberación y tolerancia, arribaran a conclusiones razonables y proporcionadas.

La estulticia se ha convertido en fuente de derecho.

Por lo tanto, dialogar se asume como el intercambio de ideas, pensamientos o puntos de vista entre dos o más interlocutores, en un marco de respeto, moderación, empatía y comprensión, a través del cual se abordan problemas, controversias o cuestiones inciertas, con objetividad, imparcialidad, honestidad intelectual y transparencia. “La duda es el comienzo de la sabiduría”, afirma Sócrates.

Empero, dialogar no equivale a debatir, porque esta última acción supone un proceso en el cual contendientes o competidores, en buena lid, argumentan, contraargumentan y aportan pruebas, en torno a causas, empeños o conflictos de interés, con el propósito de persuadir o convencer a los respectivos tomadores de decisiones de los méritos de sus emprendimientos, propuestas o alegatos. Como podrá advertirse, el debate está precedido por una mentalidad competitiva, por lo que al mismo le es inherente el ánimo de prevalecer en la discusión y que el veredicto favorezca a determinado interés. “En todos los debates, que la verdad sea tu objetivo, no la victoria, o un interés injusto”, expresa William Penn.

El antidiálogo, contrario a la definición de diálogo, es una manera de comunicarse entre unos y otros con la pretensión de procurar desencuentro, división, conflicto y opacidad, en lugar de buscar el entendimiento, el esclarecimiento de la verdad, la conciliación de intereses, la armonía en la diferencia o la resolución pacífica de las disputas. “En el antidiálogo se quiebra aquella relación de simpatía entre sus polos, que caracteriza al diálogo. Por todo eso, el antidiálogo no comunica, hace comunicados”, asevera Paulo Freire.

En el antidiálogo los promotores pueden recurrir a estrategias de intimidación, distorsión, amenaza, humillación, agresión, engaño, manipulación, menosprecio o descalificación, con el propósito de imponerse, dominar, subordinar o excluir al otro. Al efecto, se explotan o fabrican resentimientos, perjuicios, radicalismos o subterfugios, con miras a generar sospecha, negativismo, animadversión, tensión y confusión. En río revuelto, ganancia de pescadores, dice el refrán.

En Guatemala, no existe una cultura democrática dialogal. Llegar a acuerdos que beneficien a todos los involucrados es cuesta arriba. La deslealtad y la codicia perturban los procesos de conciliación de intereses y de resolución pacífica de conflictos. De ahí que los promotores del rencor, la discordia, la sospecha, la intransigencia y el divisionismo tienen éxito en socavar la comunicación eficaz entre nosotros, así como en imposibilitar potenciales acuerdos que faciliten el concurso de esfuerzos con fines benéficos.

La estulticia se ha convertido en fuente de derecho, la rectificación es inaceptable, la corrupción es el pan diario y culpar a otros de los fracasos e infortunios son actitudes que explican la deshumanización y la ausencia de cohesión social.

La acción política está teñida de propaganda de odio, intoxicación ideológica, fanatismo, demagogia, corrupción y agresión. El clientelismo ha sustituido a la ciudadanía y al merecimiento. Si no dialogamos, negociamos y concertamos acuerdos que aseguren la paz, la prosperidad y el bien común, seguiremos siendo el botín de mercenarios, cuya codicia es ilimitada, y continuaremos rezagándonos de un futuro promisorio.

ESCRITO POR:

Mario Fuentes Destarac

Abogado constitucionalista