Políticas Públicas
En defensa del voseo
El voseo no es vulgar: es historia, identidad y orgullo centroamericano que conviene reivindicar
En años recientes ha empezado a implantarse —y lo noto con una mezcla de sorpresa y nostálgica preocupación— una tendencia curiosa en ciertos círculos urbanos de clase media en Guatemala: el creciente desprecio por el voseo. Para algunos padres y madres millenials, hablar de “vos” parece haberse vuelto sinónimo de vulgaridad, mientras que tutear —como si de pronto hubiésemos despertado en la colonia Roma del D. F.— se asocia con refinamiento, buena crianza y, al parecer, ascenso social. La prueba más contundente es que hasta a sus perritos los tutean.
Confieso que el fenómeno me desconcierta. No solo porque el voseo ha sido una parte esencial de nuestra forma de hablar, sino porque su desprecio revela, paradójicamente, cierta ignorancia histórica. El “vos” no nació en los arrabales ni en la informalidad popular: surgió como tratamiento respetuoso y señorial en la España medieval. Durante siglos fue utilizado entre nobles y personas de alta alcurnia, como una forma de reconocimiento y distinción. Solo con el paso del tiempo —y por complejos procesos sociales y lingüísticos— el “tú” fue ganando terreno en la Península, mientras que el voseo cruzó el Atlántico y echó raíces profundas en América.
Además, el voseo no es una rareza folclórica ni una excentricidad local. Se utiliza —con distintas variantes— en varios países de América Latina: Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica lo emplean de forma generalizada; en Argentina y Uruguay, así como en amplias zonas de Paraguay es la forma dominante y cotidiana de tratamiento personal. Y también aparece, con distintos grados de formalidad, en zonas de Chile, Bolivia, Colombia, Venezuela y México. En conjunto, se estima que más de 60 millones de hispanohablantes emplean el voseo cotidianamente. No estamos, pues, ante una anomalía lingüística ni ante un rezago cultural, sino frente a una de las expresiones vivas más extendidas y dinámicas del español en el continente.
Hablar de vos no es hablar mal; es hablar como hablamos aquí.
En Centroamérica, el voseo no solo sobrevivió: se volvió identidad. Es parte del tejido cotidiano de nuestras relaciones, de nuestra literatura oral, de nuestro humor y de nuestra manera de entender la cercanía sin perder respeto. Renunciar a él por considerarlo “corriente” no nos hace más cosmopolitas; nos vuelve, simplemente, más desconectados de lo que somos.
En un país como el nuestro, que no abunda precisamente en razones para sentirse orgulloso ante el mundo, despreciar una de las señas de identidad cultural más auténticas resulta, como mínimo, extraño. El voseo nos distingue, nos identifica y nos recuerda que no todo valor cultural viene importado en avión ni certificado por una serie de Netflix. Hablar de vos no es hablar mal; es hablar como hablamos aquí, con historia, con carácter y con pertenencia. Además —hay que decirlo—, el voseo guatemalteco es de los más limpios, gramaticalmente mejor estructurados y lingüísticamente más coherentes de todos los países que utilizan este tratamiento.
No se trata, por supuesto, de prohibir el tuteo ni de iniciar una cruzada lingüística. Cada quien es libre de hablar como prefiera. Pero convendría, al menos, dejar de asociar lo propio con lo inferior y lo ajeno con lo superior. La verdadera elegancia —también en el lenguaje— suele estar más cerca de la autenticidad que de la imitación. Y ya que esta es mi última columna del año, permitime cerrar con un pequeño acto de coherencia lingüística: vaya para vos, querido lector, mi deseo más sincero de que pasés una Navidad feliz y tengás un venturoso año nuevo.