De mis notas
La crisis del sector salud en los EE. UU.
La interpelación de Kennedy en el Senado fue un espectáculo grotesco.
Pareció tan vulgar, tan cruda y tan hostil la interpelación que los senadores demócratas le hicieron a Robert Kennedy Jr., la semana pasada, que más que una audiencia pública fue un linchamiento bochornoso. Desde charlatán hasta ignorante, el secretario de Salud fue tratado como hereje, no por negar la ciencia, sino por recordar los millones de efectos adversos registrados en bases oficiales que los demócratas se niegan a aceptar aun a estas alturas y en medio de un sistema de salud capturado por las farmacéuticas, la llamada big pharma, que desde siempre han financiado y manejado las campañas políticas de buena parte de los vociferantes senadores.
La industria farmacéutica gasta miles de millones para hacer lobby y financiar campañas.
Cada vez que Kennedy intentaba hablar, una jauría de voces lo interrumpía. La estrategia consistió en gritar, interrumpir y no dejar hablar. Lo acusaron de “antivacunas”, como si pedir estudios más rigurosos fuese delito capital. Kennedy insistió en que los efectos secundarios existen, se cuentan por millones en EE. UU. y Europa y se ocultan bajo una confabulación provacunas.
Pero ni una palabra de parte de los demócratas del “otro” espectáculo que se estaba dando: el gigantesco fraude contra Medicare. El Departamento de Justicia lo describe como “el mayor fraude de salud pública, con 320 acusados y 15 mil millones en reclamaciones”. El operativo Gold Rush expuso pérdidas reales de dos mil 900 millones. Médicos y farmacéuticos participaron en la corrupción. Se usaron más de un millón de identidades robadas, facturando catéteres inexistentes. El FBI confiscó autos de lujo y criptomonedas.
Hablaban de vacunas, pero tampoco nunca aludieron en su interrogatorio al reportaje del House Select Subcommittee, que mostró que Anthony Fauci, zar de las pandemias, dirigió el Niaid y financió, a través de EcoHealth Alliance, experimentos de virus en Wuhan, violando reglas y ocultando información al NIH.
Fue un desastre Fauci. Su imagen se desplomó cuando impuso aquellas dementes políticas sanitarias. Al inicio fue presentado como la voz del rigor científico, el sabio que dictaba reglas: no salir de casa, usar mascarillas obligatorias, mantener la distancia social como dogma. Con el tiempo, estudios independientes comprobaron que esas medidas fueron ineficaces y costosas. Todos las sufrimos. Lo que se proclamaba como “mandamiento científico” terminó cuestionado, dejando a Fauci con el aura de burócrata incompetente, con más ambición politiquera que científica. Al final salió premiado con un perdón presidencial de Biden y una jugosa pensión.
El sector de salud en EE. UU. está podrido. Según OpenSecrets (2024), la American Medical Association —la que presume de ser la voz de los médicos— destina 25 millones en cabildeo. Kennedy la señala como “un grupo de lobby farmacéutico”. En 2024, la industria gastó 387 millones en lobby y 41 en donaciones. Entre 1999 y 2018 gastaron cuatro mil 700 millones en lobby y 400 millones en campañas. ¿Quiénes fueron los beneficiarios más generosos? Los mismos dirigentes demócratas que en el Senado callaron el fraude y Wuhan gritando hasta ahogar a Kennedy.
Pero el problema no termina en la salud. El mismo partido que guarda silencio ante el mayor fraude es el que se opone a frenar la emigración desbordada, enfrentar al crimen organizado, castigar el fraude público, proteger a la niñez de ideologías aberrantes, defender a las mujeres en el deporte y repatriar criminales en vez de premiarlos. Esa es la ruta demócrata: negar lo que fortalece y promover lo que debilita.
Nunca en la historia de EE. UU. ha sido tan evidente la degradación del Partido Demócrata con la ayuda del deep state y el lawfare.