pluma invitada
Seguridad o nada: lo que Guatemala debería aprender de Bukele
Cuando el enemigo es el crimen, la pasividad es complicidad.
En tiempos de crisis, las medias tintas no bastan. Cuando un país está secuestrado por el crimen organizado, las extorsiones y la impunidad, no se puede seguir respondiendo con tibieza institucional ni discursos vacíos. El ejemplo más claro en nuestra región es El Salvador, donde Nayib Bukele ha sido duramente criticado por organismos internacionales de derechos humanos, pero aplaudido —y reelegido con más del 80% del voto— por una población que, por fin, puede caminar tranquila por sus calles.
Cuando el enemigo es el crimen, la pasividad es complicidad.
Bukele entendió algo que a muchos gobiernos todavía les cuesta aceptar: la seguridad ciudadana es el pilar de todo lo demás. Sin seguridad no hay desarrollo. Sin seguridad no hay inversión. Sin seguridad no hay libertad real. Las acciones del presidente salvadoreño pueden parecer radicales, y sin duda lo son, pero han sido efectivas. Los homicidios cayeron a niveles históricos. Las maras, que durante décadas dominaron barrios enteros y obligaban a miles a huir del país, han perdido el control. Hoy, turistas caminan por el centro de San Salvador. Nuevas inversiones están llegando. El Salvador ya no es sinónimo de miedo, sino de esperanza.
Mientras tanto, en Guatemala vivimos lo opuesto. Con un presupuesto históricamente alto, pero una inversión vergonzosa en infraestructura, educación y salud, y una inacción palpable frente al crimen, el Gobierno parece más preocupado por cuidar las formas que por resolver los problemas de fondo. El discurso de “derechos humanos” se convierte en excusa para no actuar, mientras miles de guatemaltecos viven extorsionados, con miedo a salir de sus casas, y sin oportunidades reales de superación. Las extorsiones se han incrementado más del 35% en el último año, se siguen orquestando crímenes desde los centros carcelarios por falta de control y no se vislumbran acciones concretas para atacar estos flagelos que atentan contra la seguridad ciudadana. Se necesita valentía para cambiar el rumbo, y hoy, en Guatemala, esa valentía no se ve. Una muestra evidente de esa falta de determinación y coraje la vivimos, o más bien sufrimos, la semana pasada, con los bloqueos que paralizaron al país por dos días. Primero, tuvimos a un presidente ausente ante la crisis; y luego, tuvimos a un presidente que le anunció a la población que había cedido ante la presión, demostrando con ello debilidad y falta de liderazgo, lo opuesto a lo que debiera representar el mandatario de una nación.
Sí, el modelo Bukele puede no ser perfecto, pero definitivamente ha demostrado ser más efectivo en términos de resultados que lo que se ve en otros países. Tal vez la historia lo juzgue con otros ojos en el futuro, pero lo que no se puede negar es que hoy la mayoría de salvadoreños vive mejor. Se han tomado decisiones firmes, acompañadas de planes de acción para reducir la criminalidad y las extorsiones. Y eso, en un contexto regional tan golpeado por la violencia, debería ser una lección clara: cuando el enemigo es el crimen, la pasividad es complicidad.
Presidente Arévalo, la paciencia de los guatemaltecos no es infinita. El país no necesita más promesas, no necesita más discursos poéticos que sonaban bien en campaña, y, sobre todo, no necesita más excusas. Necesita seguridad, necesita inversión, necesita desarrollo. Para ello, necesita acción, y la necesita ya.