Imagen es percepción
Señales en el cielo, eventos en la tierra
Un visitante silencioso cruza el cielo en vísperas de Navidad. Para la ciencia es un objeto interestelar; para la fe, una invitación a pensar.
Hoy, millones de miradas y telescopios se elevarán al cielo esperando que, entre las estrellas, surja alguna respuesta. Cuando el año se inclina hacia su final y el mundo entra en la pausa íntima de la Navidad, un visitante silencioso cruzará el cielo cercano. El 3I/Atlas para los astrónomos es un objeto interestelar que pasará hoy muy cerca de la Tierra y continuará su ruta. Para quienes aún saben mirar hacia arriba, es una invitación a pensar. No todos los días el cielo interrumpe nuestra rutina con un signo que nos obliga a levantar la cabeza.
Hoy, el cielo vuelve a ser protagonista. Y, como otras veces en la historia, solo quienes saben mirar comprenderán el mensaje.
En un mundo saturado de espejismos, mirar al cielo se ha convertido en un intento honesto de buscar verdades que no encontramos en este mundo, y que sean más sólidas que la prisa y el ruido en el que estamos inmersos. Sin embargo, la Biblia insiste en que los cielos no son mudos. Cada generación ha leído las estrellas con su propio idioma. Unas con ciencia, otras con fe, muchas con ambas. El paso del 3I/Atlas no es una amenaza ni una certeza profética, pero tampoco sería la primera vez que el cielo habla. Hubo una ocasión en que una estrella anunció la llegada del Salvador del mundo, y solo quienes supieron leerla comprendieron que la historia estaba cambiando para siempre.
La cercanía de este “cometa” coincide con un tiempo litúrgico cargado de sentido. La Navidad no es solo luces ni comercio; es la memoria de un Dios que eligió entrar en la historia sin estruendo, envuelto en fragilidad, como un niño en un pesebre. La primera venida de Cristo no fue anunciada con ejércitos ni con truenos, sino con una estrella que solo algunos supieron leer. El cielo habló, pero solo quienes tenían el corazón atento comprendieron el mensaje.
El Evangelio de Mateo recuerda que unos sabios de Oriente supieron leer una señal en el cielo y la siguieron hasta encontrar al Salvador del mundo, anunciado primero por la luz, antes que por la palabra. Desde entonces, la tradición cristiana ha entendido el cielo como un lenguaje simbólico, no para calcular fechas, sino para despertar conciencias. Jesús mismo lo advirtió: “Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas”. No como espectáculo, sino como llamado a la vigilancia interior.
¿Qué pasaría si de nuevo un cuerpo celeste anunciara la Segunda Venida de aquel Niño que hace dos mil años llegó en humildad, pero que ahora regresaría para impartir justicia y juzgar al mundo? La historia, al fin y al cabo, tiende a repetirse. Pensar en la segunda venida de Cristo no es un ejercicio de miedo, sino de esperanza. Cada señal, real o simbólica, nos confronta con una pregunta incómoda y urgente: ¿Estamos preparados espiritualmente?
Quizás el 3I/Atlas no venga a revelarnos un misterio nuevo, sino a recordarnos uno antiguo; que no estamos solos, que la historia tiene sentido y que, aun cuando el ser humano se empeña en mirar solo hacia abajo, Dios sigue llamándonos desde lo alto. Más allá de este pequeño mundo perdido en la inmensidad del universo, existe un Dios único y verdadero, soberano sobre todo lo creado. Y que, pese a la arrogancia humana, no se aleja, sino que insiste en comunicarse con nosotros, no para imponer su poder, sino para ofrecernos la posibilidad de una vida eterna a su lado.
Recordemos que el cielo, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, no ha sido un adorno del relato bíblico, sino su escenario simbólico. Cuando las Escrituras hablan de señales en los astros, no invitan al cálculo ni al temor, sino a la conversión del corazón. Hoy, a tan solo cinco días de la Navidad, recordemos el nacimiento del Salvador del mundo y levantemos la mirada, porque quien una vez vino bajo una estrella, volverá cuando el cielo vuelva a hablar con plenitud.