Registro akásico

Sigue la política de cañoneras

Las intervenciones militares han cambiado poco desde el siglo XIX.

Curzio Malaparte (1898-1957), realmente se llamaba Kurt Erich Suckert; quizá su último apellido por la cercanía con sucker, lo llevaron a la adopción del pseudónimo. Existían descripciones de los golpes de Estado, como los realizadas por Karl Marx (1818-1883), refiriéndose a Napoleón. Pero Malaparte, insistió en la técnica de un golpe: las medidas de organización social con independencia de las motivaciones ideológicas o apoyos partidarios.

El realismo en política internacional no es bien visto, pero salva vidas humanas durante conflictos.

Ahora se viven los momentos de la intervención. Lo que se conoce como la época de los imperios, fue una colección de abusos de las potencias europeas en el mundo. En general se justificaban bajo la excusa de haber dejado de cumplir obligaciones acordadas. China fue invadida varias veces, lo mismo que México. La más utilizada era el impago de la deuda externa. Caracas fue bombardeada y los puertos de Venezuela bloqueados en 1902, con ese pretexto.

En el mundo actual, ya no se utiliza ese desproporcionado medio, la política de las cañoneras. Ahora, un equipo de burócratas, ordena al gobierno toda una panoplia de medidas, bajo la amenaza de bloqueo económico mundial. Para quienes deseen conocer esa situación, la experimentarán después de varios gobiernos como el actual, con un crecimiento de la deuda externa sin ninguna limitación.

En el siglo XXI, han variado las cosas, pero no tanto. En 2022, Vladimir Putin invadió Ucrania acusándola de tolerar un vasto movimiento hitleriano en su territorio. Lo central era evitar la expansión de la Otan, la alianza militar europea, y hacerse con territorios con mayoría de población ruso parlante. La primera excusa, a veces no tiene mucho sustento, pero justifica el uso de la fuerza. Fue llamada Operación Militar Especial, con las tropas decoradas con una bonita zeta a la manera del Zorro de las historietas juveniles. Esa guerra se ha convertido en un dilatado sacrificio de vidas humanas y gasto de recursos financieros inmenso.

Por lo anunciado, igual sucederá en los próximos días en Venezuela. Nuevamente en Caracas, instalaciones militares y la fábrica de drones, pueden ser bombardeadas. Quizás hasta el palacio de Miraflores, como le sucedió a Gadafi. En 1986 aviones de EUA bombardearon la residencia del líder libio con el trágico saldo de la muerte de una hija adoptiva y otros servidores. Se repitió en el 2011, cuando después de la exclusión aérea del Consejo de Seguridad de la ONU, la OTAN bombardeó instalaciones militares y bases fieles al dictador para fortalecer una rebelión militar en marcha.

En Venezuela se repiten los pasos: ya se decretó la exclusión aérea. Los bombardeos selectivos habrán de suceder. A la espera de la fragmentación del ejército, motivada por el deseo de jefes militares de no ser objetivo de los misiles. Frente a una fuerza militar irresistible quedan dos caminos: la guerra asimétrica o capitular en medio de una negociación.

Maduro no negocia pues está acostumbrado a la imposición: robo de elecciones, encarcelamiento y tortura de opositores, mientras baila rica salsa en las tribunas de los mítines políticos. Trump también señaló una excusa, Venezuela está llena de narcotraficantes y el ejército venezolano es el Cartel de los Soles. Se extraña un nuevo Malaparte, donde un tratado relacione la técnica de la intervención extranjera. A la vista de estas realidades, destaca la humanidad del militar Jacobo Arbenz Guzmán, como presidente prefirió ceder ante la intervención extranjera en 1954, para evitar un alto costo humano. No se debe atender a la detracción de enemigos y, peor aún, de amigos que no demuestran compromiso histórico.

ESCRITO POR:

Antonio Mosquera Aguilar

Doctor en Dinámica Humana por la Universidad Mariano Gálvez. Asesor jurídico de los refugiados guatemaltecos en México durante el enfrentamiento armado. Profesor de Universidad Regional y Universidad Galileo.