De mis notas

Turismo y visión de país

Ya hubo un intento de visión de país; ojalá logremos este. 

Estoy en Río Dulce pasando unos días y, desde aquí, la idea de poner el turismo en el centro de una Visión de País deja de ser teoría. Me impresiona la cantidad de veleros, yates y turistas que entran y salen como si este corredor fuera un puerto internacional en miniatura. También me impresiona la infraestructura para atenderlos: restaurantes, muelles, supermercados y marinas, talleres, tiendas de repuestos, guías, lancheros, pequeños hoteles, abastecedores de combustible. Aquí el turismo es trabajo, y es cadena de valor.


En países en desarrollo, la palabra clave es orden. Cuando una nación no sabe hacia dónde va, se vuelve víctima de sus circunstancias. Si eso se prolonga, la resignación hace metástasis: perdemos tiempo, recursos y esperanza, y terminamos siendo cómplices por omisión, tolerando lo mediocre como si fuera normal.


Una Visión de País no es un documento para gavetas. Es una decisión colectiva que fija prioridades, coordina instituciones y alinea presupuesto con resultados. Y si buscamos una palanca para acelerar cambios, el turismo tiene ventajas concretas: genera empleo con rapidez, activa cadenas locales, trae divisas, atrae inversión y depende del territorio. Por lo mismo, castiga el abandono y premia el cuidado.


El turismo, además, funciona como un “examen” diario: expone lo que no sirve y premia lo que sí. Obliga a que lo básico opere para todos, no solo para el visitante: limpieza, seguridad, atención, señalización, respeto a normas y horarios. Cuando falla, se ve; cuando mejora, se siente. Y, bien planteado, no tiene por qué ser extractivo. Puede ser regenerativo si incorpora a comunidades, compra local, cuida la capacidad de carga y convierte la conservación en negocio legítimo, con reglas claras y vigilancia.


En Río Dulce se nota: el turista paga, pero enseña estándares; y el vecino aprende que su entorno vale.

Falta completar el mapa: turismo como brújula, las reformas necesarias: Y montarnos a bordo.


El turismo bien gestionado empuja infraestructura real: agua, saneamiento, energía confiable, conectividad, señalización, mantenimiento, seguridad y gestión ambiental. Pero su efecto más profundo está en la autoestima. Un país que aprende a recibir aprende a mirarse. Cuando el paisaje se convierte en destino, la comunidad redescubre su valor, lo protege y lo convierte en futuro.


Ahora bien, hablar de infraestructura no puede reducirse a asfalto. Claro que necesitamos construir y mantener carreteras con estándares. Pero Guatemala también necesita una infraestructura institucional: reglas simples, trámites ágiles y sentido común. De lo contrario, la mejor carretera se vuelve un atasco caótico.


Pongo un ejemplo que parece chiste, pero es rutina: si ocurre un accidente fatal en cualquier carretera, el tráfico debe detenerse hasta que, horas después, llegue un juez a levantar el acta.


Mientras tanto quedan varados camiones de alimentos, ambulancias, trabajadores y turistas. La economía se congela y el país pierde credibilidad. Suena absurdo e ilógico, pero así opera Guatemala en este y en otros rubros. Esa normativa, más que cualquier bache, mata competitividad.


Si colocamos el turismo en el centro de la Visión de País, la reacción en cadena puede ser virtuosa. La educación se reorienta hacia oficios, idiomas y profesionalización del servicio. La gestión ambiental deja de ser sermón y se vuelve práctica, porque un río o un lago limpio genera empleo. Y la ciudadanía se organiza: aprende a cuidar, pero también a exigir cumplimiento a autoridades y prestadores.


La pregunta no es si Guatemala tiene belleza; eso sobra. La pregunta es si tendremos decisión. Río Dulce ya muestra el camino: cuando hay servicio, orden y reglas claras, la inversión llega y el resultado se nota. Falta completar el mapa: turismo como brújula, las reformas necesarias: Y montarnos a bordo.

ESCRITO POR:

Alfred Kaltschmitt

Licenciado en Periodismo, Ph.D. en Investigación Social. Ha sido columnista de Prensa Libre por 28 años. Ha dirigido varios medios radiales y televisivos. Decano fundador de la Universidad Panamericana.