Construyendo ideas
Un legado que inspira: gracias, papa Francisco
Su huella queda viva en millones de corazones.
Tuve la oportunidad de participar en dos momentos que marcaron mi vida: la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, en 2013, y la de Cracovia, en 2016. En ambas, no solo viví la alegría de compartir con miles de jóvenes de todo el mundo, sino que pude ver de cerca la calidad humana y espiritual del papa Francisco.
Su huella queda viva en millones de corazones.
En Río, en su primer gran encuentro con los jóvenes, nos animó a no tener miedo de salir, de actuar, de meternos en los problemas reales de la gente. Nos dijo que no nos quedáramos callados ni cómodos, que hiciéramos “lío” para cambiar las cosas. Ese mensaje me marcó profundamente. Sentí que hablaba directo al corazón de mi generación.
Tres años después, en Cracovia, volvió a hacernos un llamado fuerte y claro: “No vinimos al mundo a pasar el tiempo, vinimos a dejar una huella”. Nos pidió no vivir como jóvenes adormecidos, sin ganas ni compromiso, sino como personas dispuestas a ponerse de pie, ayudar y cambiar el mundo. En tiempos donde muchas veces gana la indiferencia, sus palabras fueron un impulso lleno de esperanza.
El papa Francisco no solo se ha hecho presente con sus palabras y gestos, también ha dejado enseñanzas profundas. En Amoris Laetitia nos mostró que las familias, con sus dificultades y alegrías, son un tesoro que debemos cuidar. Y en Laudato Si’ nos recordó que el planeta es nuestra casa común, y que tenemos la responsabilidad de protegerlo, especialmente pensando en quienes menos tienen y en las futuras generaciones.
Y en medio de esas enseñanzas, su defensa de la vida desde el primer instante ha sido clara y firme. El papa Francisco nos recordó en Evangelii Gaudium que cada niño no nacido, pero condenado injustamente a ser abortado, tiene el rostro de Jesucristo. Esta convicción no es ideológica, es profundamente humana. Defender al más indefenso, al que aún no puede hablar, es también una forma de decirle al mundo que toda vida importa y que la dignidad no se negocia.
Agradezco a Dios haber podido aprender de estas experiencias con él. Francisco ha sido una voz clara en medio del ruido, un guía que enseña con el ejemplo. No ha buscado imponerse, sino acompañar, escuchar y servir.
Hoy, cuando vemos tantos problemas en el mundo como la pobreza, la violencia y la división, su legado nos anima a no perder la esperanza. A construir con respeto, a tender la mano, a pensar en los demás. A mí, personalmente, me inspiró su forma de vivir el amor por el prójimo, sobre todo por los que sufren.
Gracias, papa Francisco. Su vida y su ejemplo nos recuerdan que sí se puede hacer el bien, con valentía, humildad y amor verdadero. Su huella queda viva en millones de corazones. En el mío, sin duda.
Hoy más que nunca, el mundo necesita líderes con visión y valores. Líderes que escuchen, que respeten, que busquen unir y servir. Estoy seguro de que podemos ser parte de una generación que no se rinde, que no se conforma y que trabaja por un país más justo, más humano y más esperanzador.