rincón de Petul

Vergüenza con Suecia. Cuando confundimos dignidad con miedo

No echamos a Suecia, sino a la posibilidad de parecernos a ella.

En el pasado año diecisiete, una pena, de esas que parecen imposibles de olvidar, permitimos que se hiriera nuestra relación con un país de primera. Uno cuyo pecado de ocasión fue la intención de compartirnos sus formas más civilizadas. En el año diecisiete, cuando Guatemala cortó su relación bilateral con Suecia, lo hizo con la primitividad que le fue accesible a la vileza del momento. Esa mano bayunca atropelló cualquier fina diplomacia. Pero un motivo fundamental subyacía y motivó tan tosca acción: el remover oxígeno a un país paciente, que yacía en el quirófano judicial, buscando librarse del virus de la corrupción. Suecia colaboraba en eso. Pero confesarlo, tal cual, era demasiado burdo, incluso para semejantes palurdos. Sacó el Gobierno, entonces, una artimaña: la del eterno miedo. El miedo a ser influenciados, nosotros, por aquella nación. La ironía se cuenta sola, porque ¿quién, acaso, quisiera influenciarse por aquella potencia escandinava que, dicho sea de paso, vanguardia este siglo?


Tuve oportunidad de pasar unos días en Estocolmo. Yo, que no conocía, llevaba como corolario de un teórico saber apenas lo que podía atreverme a presumir: un sitio cuasi perfecto, sí, pero por ahí un tanto mecánico, un tanto plano, en sobriedad y simpleza, que podrían restarle un poco a la vibra necesaria para llegar a encantarse de un lugar. Eso, sin embargo, creo, me quedó bien desmitificado en el momento mismo que entré a la ciudad señorial, tras salir del aeropuerto de Arlanda. Pronto y claro me quedó cuán peligrosas son las ideas preconcebidas y esto regresa a la penosa noción de que, en el nuestro, un país con oportunidades, pero también con tanto vicio, haya tenido éxito la estrategia que pasó por decirle a la gente semejante despropósito de que aquel país era uno cuya relación no era de nuestra conveniencia. ¡Ala, púchica, madre! No echamos a Suecia, sino a la posibilidad de parecernos a ella.


Sabido es que Suecia ocupa altos índices de bienestar, de calidad de vida. Bien sabida es su posición en índices de desarrollo, el importante bla bla bla. Pero una cosa es leerlo; hoy escribo después de presenciarlo. Más allá de detalles sobre la nitidez al extremo, de la educación y la ausencia de peligros —para hombres, niños, mujeres, y miembros de colectividades no hegemónicas— un primer golpe de estupefacción fue en el tour por el centro cívico: los modestísimos apartamentos donde pernoctan sus diputados distritales ponen las cosas en contexto. Piénsenlo: Hay un lugar donde cada uno hace su propia lavandería. Hay tanto que decir. Las leyes —y la costumbre del lugar— autorizan a que el público pase por tierras privadas y goce de ellas. Senderismo, camping, y consumir sus frutos silvestres. En otros lugares del mundo, con otras filosofías, semejante atrevimiento justificaría un ataque a balazos.


Aprendí en Suecia de una filosofía que llaman “Lagom”. Y pensé: qué difícil es entenderlos desde la dicotomía. Aquí conocemos capitalismos (ilimitados) y socialismos represivos. Pero no de Estados donde se vive muy bien con medidas sociales. “Lagom” lo resumen como una “justa cantidad”. Ni mucho, ni poco, sino lo justo. Es lo que adujeron miembros de la banda Abba cuando justificaron un retiro prematuro. ¿Para qué más millones, si tenían ya lo suficiente? Al regresar a Guatemala, alguien respondió a mi admiración: “Pero Suecia es socialista”, temeroso por el anticomunismo del ambiente en que creció. No conoció más allá. Asocia los altos impuestos con limitación y tristeza. Pero nada es más alejado de mi experiencia vivida. Es lo que pensé, maravillado en mi último día de visita, saliendo de Vete-Katten, un maravilloso café en el centro, a donde accede, parece, cualquier ciudadano. ¿Es posible este bienestar, algún día, para mi gente? ¿Lo aspiraremos? ¿Por qué los echamos? ¿Cómo fue que lo permitimos?

ESCRITO POR:

Pedro Pablo Solares

Especialista en migración de guatemaltecos en Estados Unidos. Creador de redes de contacto con comunidades migrantes, asesor para proyectos de aplicación pública y privada. Abogado de formación.