Mirador

Vergüenza internacional

El mundo está de cabeza y la vergüenza de los políticos -perdida hace tiempo-, ha sido reemplazada por la picaresca más burda y descarada.

Lo que sucede en Venezuela no es más que el reflejo de una realpolitik que los propios políticos no terminan de aceptar públicamente. Se llenan las bocas de condenas, rechazos, señalamientos, pero finalmente negocian con dictaduras como China, Venezuela, Nicaragua o Cuba y oxigenan a los autoritarios con concesiones o pierden el tiempo con eso tan políticamente correcto de “buscar soluciones para la salida a la crisis”, que no es otra cosa que dilatar el tiempo para normalizar la situación. Así ha ocurrido en Cuba por más de 60 años y ya supera la veintena en Venezuela.


Los extremistas de izquierda como Lula, Obrador o Petro se encogen de hombros y con su hipócrita actitud permiten que el enfermo de Maduro continúe asesinando, aunque esos hijos de mala madre actúan como aquellos otros que cierran los ojos ante el aborto y el asesinato de no nacidos. Es el empleo del neolenguaje de forma interesada para justificar la barbaridad de turno. Los más hábiles, como el presidente del gobierno español, por intermediación de alguien que debería ser procesado por tribunales internacionales, como es el asesor venezolano Zapatero, asilan al presidente electo y legítimo, y lo publicita como un logro, cuando deberían de haberlo hecho con el dictador.


La extrema izquierda, consentida por muchos medios de comunicación social, sigue haciendo destrozos humanos en el mundo, mientras es aplaudida por grupos de analfabetas que viven de migajas en forma de becas, ayudas, subvenciones, ONG o apoyos sociales, en lugar de trabajar y asumir riesgos y responsabilidades. Es difícil bajar de ese burro al ciudadano —no menos bestia— del siglo XXI que introduce su cabeza en el mismo agujero que ya lo hicieran sus antepasados del siglo XX, aquellos que permitieron con su conducta dos guerras mundiales.

La extrema izquierda, consentida por muchos medios de comunicación social, sigue haciendo destrozo humanos en el mundo, mientras es aplaudida.


No sé qué necesita el mundo —además de mucha más educación, capacidad de análisis y menos redes sociales— para aprender de la historia y de sucesos recién pasados. No entiendo la tozudez y falta de criterio de no pocos que siguen defendiendo a monstruos de la categoría de Ortega-Murillo, una suerte de dupla de delincuentes, de violadores que campan a sus anchas en una Centroamérica desecha. Se me escapa la sagacidad de unos USA, interventores hasta la médula en la Guerra Fría, que ignoran o no aciertan con la debacle que se avecina en este espacio geopolítico de interés estratégico para ellos.


El mundo está de cabeza y la vergüenza de los políticos —perdida hace tiempo— ha sido reemplazada por la picaresca más burda y descarada. La región se llena de populistas y dictadores: Bukele, Murillo, Xiomara Castro, López Obrador, Maduro, Lula, Petro, Diaz-Canel, todos ellos aceptados en la comunidad internacional a pesar de no contar con parámetros mínimos de demócratas. Tampoco escapa el Papa, que parece apostar más por la actitud de Pio XII que por la de Juan Pablo II, y otorga mientras calla.


Las civilizaciones tienden a su fin, como ha ocurrido con muchas a lo largo de los tiempos, y justamente inician con esa pérdida de valores éticos, de respeto a los demás y de principios generales de convivencia. No es nada nuevo que no se haya visto antes, y esta ignorancia supina del siglo XXI, nos conduce aceleradamente y de nuevo a que dentro de algunos siglos nos vean como torpes del pasado que no supieron leer los tiempos.


Pensamos que lo tenemos todo, y resulta que cada vez tenemos menos de lo esencial. Quizá nos sobra tecnología, pero hay que desarrollar mucho más la razón, a fin de cuentas lo que nos diferencia de los animales.

ESCRITO POR:

Pedro Trujillo

Doctor en Paz y Seguridad Internacional. Profesor universitario y analista en medios de comunicación sobre temas de política, relaciones internacionales y seguridad y defensa.

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