Meta humanos
Y cuando despertó, el cerro ya no estaba allí
Nos han enseñado a ver los bienes comunes como ajenos.
Una noche basta para que decenas de árboles caigan y mueran acostados, como si el sueño del ruiseñor no les importara a las motosierras ni a la maquinaria pesada que arranca los árboles de raíz, con sus venas abiertas en la tierra. Así, de noche en noche, los bosques urbanos son depredados por empresas y personas que, amparadas en el derecho a la propiedad privada, ignoran el derecho colectivo y estatal sobre los bienes comunes. El capital no reconoce más interés que el suyo.
Durante un breve período de mi niñez, era costumbre asomarme por la ventana y observar el cerro que colindaba con mi casa. Luego, se convirtió en hábito contar con los dedos las casas que iban apareciendo. Al poco tiempo, los dedos ya no bastaban, y lo único que seguía contando eran los árboles que aún se mantenían en pie. El cerro desapareció ante mis ojos; aquella penumbra nocturna fue sustituida por una constelación artificial de luces, las del alumbrado, la de las casas. Dejé de ver estrellas en el cielo, a cambio de ver luces en el cerro.
Este no es un caso aislado. Perdemos cerros, bosques urbanos, montículos y montañas a un ritmo alarmante. El paisaje cambia de un verde que respira a un gris agotado, teñido por construcciones que emergen sin regulación ni planificación. El deterioro del entorno natural se impone como si fuera inevitable, como si ceder al avance inmobiliario fuera un destino del que no se puede escapar.
Más recientemente, pareciera que estamos viviendo una cuenta regresiva; cada dedo de la mano se convierte en un nuevo proyecto; cada colina, un nuevo lote. Y, en medio de esta carrera ciega, los parques periurbanos, como el cerro Alux, son golpeados por urbanización desmedida, invasiones y edificios que dejan atrás cicatrices. En los mapas, esas heridas se ven pequeñas, pero en lo profundo, las venas del cerro, los mantos que alimentan más de 35% del agua de la Ciudad de Guatemala se ven abiertos, lacerados y contaminados.
Que no dejen morir el bosque que da vida a miles de especies, incluida la nuestra.
El cerro Alux, el hogar de los aluxes, figura hoy en la agenda pública del Congreso. Pero, fuera de ahí, hay un silencio que duele. La población parece ajena, no porque no le importe, sino porque se le ha despojado del conocimiento. La conciencia ambiental ha sido relegada a unos pocos sectores, como si hubiera un interés deliberado en evitar que la ciudadanía entienda que ese cerro, ese bosque o ese parque le pertenece por derecho.
No es desinterés, es desconexión. Nos han enseñado a ver los bienes comunes como ajenos. Sin embargo, el cerro Alux no es un monte cualquiera; es un testimonio vivo de lo que aún podemos preservar. Un pulmón, un santuario, un equilibrio frágil entre la ciudad y lo natural. Si no actuamos, pasará a formar parte de esa lista trágica de lo esta herido o por desaparecer, como el lago de Amatitlán, como la cuenca del Motagua o como tantas otras geografías heridas.
Pareciera que la historia se repite. Sin voluntad para cambiarla, podríamos perder otra pieza vital de nuestra naturaleza urbana y, aún más grave, de nuestra cultura común. Por eso, antes de que esto pase, quisiera suplicar que exijamos con urgencia a las municipalidades de Guatemala, Mixco, San Juan Sacatepéquez, San Pedro Sacatepéquez, San Lucas Sacatepéquez y otras jurisdicciones, que se sumen a un esfuerzo colectivo por conservar el hogar de los aluxes. Que no dejen morir el bosque que da vida a miles de especies, incluida la nuestra.
Ojalá que dentro de algunos años aún tengamos la dicha de levantar la vista y ver el cerro Alux en pie, y podamos mirar el amanecer diciendo: “Y cuando despertó, el cerro todavía estaba allí”