IDEASNavidad de locos
Las últimas dos semanas ha sido imposible entrar a un centro comercial, como no sea a horas poco usuales. Las aglomeraciones de gente por todos lados son increíbles. El tránsito es todavía peor. A donde quiera que uno se dirija las colas de carros (y de gente) serpentean en una interminable combinación de luces y colores.
Ropa por aquí, juguetes por allá, adornos, comidas, dulces, chocolates, bebidas, coquetean ante los ojos de los frenéticos compradores de temporada que no pierden el tiempo intentando estirar al máximo su aguinaldo, pero gastárselo antes del 24.
Celebraciones de fin de año anticipadas con ríos de bebidas espiritosas por doquier. Su saldo de accidentes por conductores ebrios bajo el soporífero efecto de unos cuantos placeres. Muerte y dolor en inocentes desprevenidos que no participaron del gozo.
Tristeza y melancolía en muchos a quienes el año viejo no sonrió. Las pérdidas, humanas y materiales, son el incentivo para acabarlo pronto y recibir el nuevo; quizá esta vez la sonrisa brote de sus labios y cambie la desdicha en regocijo.
Desconectarse del trajín de la época y contemplarlo cual independiente observador brinda una perspectiva distinta de la ocasión:
La Navidad se ha convertido en una época de locos. De locos, y no pocos.
Ya no es la época bella del año, cuando todos deseábamos estar cerca de la familia y regalar cariño y amistad a los demás.
Pasó el tiempo cuando la Navidad representaba una celebración del nacimiento de Jesús en un pesebre de Belén. Las connotaciones espirituales de la época poco a poco quedan sepultadas bajo el inmenso peso de las tradiciones, viejas y nuevas. Antes eran una mezcla de religiosas y paganas, ahora ni a religiosas llegan. Pero tradiciones al fin.
Los tiempos cambian. Las personas cambian. La edad también nos cambia.
Quiero creer que bajo esa espesa capa de tradiciones todavía entendemos el verdadero sentido de la celebración de la Navidad. No son los regalos, no son los estrenos, no son los tamales, tampoco el ponche. No es el gastar, ni el comer, ni el beber.
Dios nos dio el ejemplo del más grande amor al enviar a su hijo a morir por nosotros. Era lo que más preciaba, pero no se podía comprar con toda la plata y el oro del mundo.
Sigamos su ejemplo. No por gastarnos todo nuestro dinero en regalos podremos reemplazar un amor inexistente. Por inverosímil que parezca, las cosas más preciadas de esta vida no se pueden comprar, a ningún precio. Sólo se pueden dar y recibir. Sea usted bienaventurado en darlas.
Que Dios le bendiga en este día tan especial.