LA ERA DEL FAUNO

Ludo Feria Internacional del Libro

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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Qué difícil ha de ser organizar una feria del libro. El contenido y la forma han de exigir días y noches de replanteamientos, corrección de errores, supresión de temores, examen del andamiaje físico e intelectual disponible, trámites, reuniones; alguien no responde, en fin, un trabajo de años que se consume en apenas tres días, como es el caso de la Ludo Feria Internacional del Libro y la Lectura Infanto Juvenil de Guatemala. Hoy es la última jornada de este evento que se desarrolla en Parque de la Industria. Han sido valiosas la voluntad y perseverancia de la promotora cultural Brenda Monzón y las personas de su equipo al llevarla a cabo.

Se ofrecen, simultáneamente, talleres de redacción e ilustración, funciones de cuentacuentos, lecturas en lenguaje braille, presentaciones de libros, coloquios, conferencias, obras de teatro, venta de libros y otras actividades. Algunos colegios visitantes distribuyen a sus alumnos entre las salas para que hagan contacto —a veces por primera vez— con algún artista, o para que tomen parte activa en una obra de teatro, en un cuento narrado o la elaboración de ilustraciones.

El jueves, la académica Ethel Batres expuso cómo era la música para niños hace más de un siglo. Su presentación incluyó reproducciones musicales recreadas con su voz, lo que transporta hacia épocas cuando las canciones infantiles eran zarzuelas o twist, según la época. Sorprende cómo los jóvenes —hombres y mujeres de secundaria que se supone estarían más interesados en la música actual que en canciones infantiles guatemaltecas de hace un siglo— estuvieron atentos. Captó tanto su interés que muchos hasta tararearon algunas canciones. De esa manera, la investigadora nos recuerda que inculcar el gusto por el conocimiento no tiene por qué ser aburrido.

Ethel Batres ha investigado sobre los compositores guatemaltecos que han cultivado el género y hasta la fecha ha recopilado más de 3,500 canciones infantiles, escritas en idiomas mayas, garífuna y español. Entre sus hallazgos está un canto con letra y música del expresidente Juan José Arévalo, que trata de una niña llamada Josefina.

En otro salón, un grupo de jóvenes carcajea mientras algunos de sus compañeros imitan, micrófono en mano, las voces de los tres cochinitos y el lobo. Es ese respetable retorno a la infancia. ¿Por qué no?

El día de la inauguración, asistieron más de 2,500 personas; el segundo, ayer, según la página de Lufilijg, durante la mañana ya iban contando a cerca de cinco mil visitantes.

Sería impreciso comparar el nacimiento de esta feria con las de igual naturaleza que se hacen en países de larga trayectoria como Argentina o México. Es probable que quienes están acostumbrados a visitar ferias enormes, o son clientes habituales de librerías y cafés literarios, encuentren breve su recorrido. Es posible, además, que la mayoría de colegios, escuelas e institutos del país ni siquiera sepan que se está desarrollando. También es probable que sabiéndolo, a los directores o maestros no les interese visitarla, aun cuando la entrada es gratuita. O que al visitarla se sientan defraudados porque esperaban grandes salas de conciertos y explosiones de maquinaria tecnológica y escenográfica dispuesta para recibirlos.

Se hace bastante con lo que se puede en un país con graves índices de analfabetismo y altas deficiencias educativas. Esta feria es un nacimiento, acaso doloroso, quizá en pesebre, un punto de partida hacia la trasformación de esa realidad. La capacidad de Monzón y su equipo es valiosa, esperanzadora en un país donde hay tanta crítica como quejas y brazos cruzados.

@juanlemus9

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