MIRADOR

Trumpistas y trumpudos

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Las elecciones presidenciales en EE. UU. dejaron boquiabiertos a muchos. Algunos siguen embelesados mientras asimilan su frustración, desencanto y, sobre todo, rechazo ideológico.

El fortísimo lobby demócrata y parte de la izquierda tradicional —en ocasiones lo mismo— empoderados en medios de comunicación y redes sociales, daban por sentado un resultado que se tornó y evidenció el make-up al que habían sometido encuestas, opiniones y análisis. Para aparentar más contundencia, lo adornaron con pánico financiero, apocalipsis militar y deportaciones masivas, insistiendo en el supuesto muro que construirá Trump para evitar entradas pero obviando los de salida existentes en Cuba y Venezuela ¡Lo importante, al parecer, es el sentido de la circulación, no el hecho! No simpatizo con don Donald, pero hasta en la política hay que ser mínimamente serios y guardar un cierto grado de decencia.

Lo que realmente ocurrió —de ahí el desengaño— fue una debacle estrepitosa de doña Hillary, culpa del fracaso de la política de Obama —especialmente con Cuba, seguro médico, trato a migrantes y política exterior— y otro tanto de ella misma. La experiencia de la dama no sirvió para desplazar a un neófito bocón —eso es difícilmente asimilable— probable razón que la noche del triunfo republicano no lo reconociera ni diera la cara a sus votantes. Sin Clinton, desaparecen las aspiraciones de ahondar en EE. UU. el giro gubernamental a la izquierda, pero también el sostén de muchos de los subvencionados “movimientos sociales” latinoamericanos. De ahí cientos de columnas que devuelven favores y lamentan los resultados.

Los EE. UU. son, salvando deficiencias de todo sistema, una de las sociedades más libres y responsables que existen y un referente en la gestión pública. Con su voto, la ciudadanía norteamericana —guste o no, esa es otra discusión— ha dicho no al aborto, a exigencias de colectivos de la diversidad sexual, a prebendas de minorías, a gastos sociales —populistas y no reales— que impactan en el bolsillo de la clase media, a que la UE y Medio Oriente sigan sin pagar sus gastos de seguridad y sobre todo a la deriva ideológica que tomaba el país. Nada es perfecto y hay cosas de las ideas del electo presidente y de su forma de expresarla que pueden criticarse, pero ha sido la decisión ciudadana y de eso trata la democracia, aunque algunos tachen a lo votantes de ineptos o los acusen de llevar al país por mal rumbo, algo que no habría ocurrido seguramente de haber salido electa la candidata “esperada”.

Quedan evidenciados ciertos medios de comunicación, determinados analistas y elaboradores de encuestas, expertos en marketing político, cadenas de TV y medios escritos —allí y en otras parte del mundo, aquí incluido— que “vendieron” —¿interesadamente?— otro escenario. Habría que preguntarse, ahora que está de moda eso de la “cooptación”, cuantos de ellos y del lobby imperante malinterpretaron o falsificaron una realidad expresada diferente en las urnas. Se evidencia también que las redes sociales son mejor manejadas por lobistas del entorno de los abortistas, la diversidad sexual, los antipena de muerte, oenegistas, feministas y otros, pero el mensaje que difundieron masivamente no coincide con el que expresaron libremente los norteamericanos.

Se requiere en todo el mundo urgentes modificaciones en la forma tradicional de hacer política. Quizá con ellas mejore el sistema y se acabe con la excesiva ideologización del mismo. Por ahora, los “trumpudos” están aprendiendo a asimilar los resultados y a disfrutar lo que significa vivir en democracia que es, finalmente, lo que afanosamente pregonan en sus discursos ¡Viva la libertad pues!

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ESCRITO POR:

Pedro Trujillo

Doctor en Paz y Seguridad Internacional. Profesor universitario y analista en medios de comunicación sobre temas de política, relaciones internacionales y seguridad y defensa.

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