Revista D

Casi tres décadas dedicadas a la investigación de las orquídeas

Fredy Archila Morales Durante 27 años ha investigado esta familia y bautizado más de 400 especies, entre ellas la monja blanca.  

Uno de los mayores estímulos que ha recibido Fredy Archila Morales en sus 44 años de vida sucedió en 1989 cuando recibió la noticia de que había ganado una beca en la Escuela Nacional Central de Agricultura (Enca). Eso le permitiría satisfacer su ansia de conocimiento para adentrarse en el mundo de las orquídeas, del cual su padre fue celoso guardián.

Un día, de los cuatro años que asistió a dicha escuela, sus ojos se fijaron en un muro en el cual se leía: “Aprender investigando, es afirmar sabiendo”, a manera de premonición. Con el paso del tiempo esta frase se convirtió en su lema pues lo llevó a explorar cientos de plantas y bautizar con su apellido, hasta ahora, unas 400, entre ellas la monja blanca.

La escuela de agricultura fue tan solo el comienzo de su carrera científica, la cual le ha permitido recibir 350 reconocimientos  nacionales e internacionales, porque luego viajó al extranjero para asistir al Marie Selby Botanical Gardens, de Atlanta, y  efectuar estudios de ADN vegetal en el Colorado College, ambos en Estados Unidos.

Hoy, después de 27 años de dedicarse a la investigación, es uno de los botánicos más destacados del país, pues ha impartido conferencias en Estados Unidos, México, El Salvador, Costa Rica, Chile, España, Holanda y Polonia, entre otros.   Localmente su labor ha sido galardonada con las órdenes Ulises Rojas y Corazón de Jade.

Sus logros,no obstante, no han sido razón para que olvide su infancia a comienzos de la década de 1980, cuando acompañaba a  su padre Óscar —quien le dedicó 46 años a la recolección de orquídeas— para recorrer las montañas, los valles, los  ríos, los lagos y las cuevas de las Verapaces buscando estas plantas.
En su bitácora guarda con mucho cariño la anécdota de la vez cuando se encontraron en medio del bosque  con elementos de las Patrullas de Autodefensa Civil y los retuvieron, porque consideraban que andaban en alguna acción subversiva, aunque al final dejaron que se marcharan. “Nos ayudó que mi papá y un su amigo hablaban qeqchí”, cuenta.

Y aunque han pasado más de tres décadas de ese hecho, Archila considera que este tipo de peligros los continúan corriendo  los que pretenden efectuar investigación en el campo debido a que los vecinos de las comunidades creen que los forasteros  trabajan para una mina o una hidroeléctrica. “Uno se juega la vida haciendo ciencia”, comenta.

Aún tiene presente la solución que su padre le encontró a su necesidad de aprender inglés y así leer literatura especializada  en Botánica. Un día su progenitor se apareció con “un gigantesco diccionario Larousse” que compró en una feria del libro, el cual contenía reglas gramaticales y le sirvió para aprender a escribir y hablar ese idioma.

De su etapa científica no olvida el proceso de investigación de su primera especie que descubrió y nombró: Lycaste guatemalensis Archila, la cual publicó en  1999. Un año después le puso el nombre correcto a la monja blanca:  Lycaste virginales  forma alba Archila & Chiron. “Su nomenclatura había sido publicada de manera incorrecta”, explica.

Y aunque su devoción por la investigación es inquebrantable, una de las actividades que lo abstrae de ese menester  es seleccionar algunos condimentos que se cosechan en las ubérrimas tierras de Alta Verapaz y con ellos elaborar comidas de la región, pero con un  toque particular. “La cocina es un arte que aprendí de mi abuela, que era mitad alemana y mitad qeqchí, aunque me gusta innovar”, relata.

También es experto en vinos, los cuales aprendió a elaborar cuando en los estantes de las tiendas de ese departamento eran escasos. “Conozco las variedades, su evolución y el maridaje que se puede hacer con las comidas de la región”, explica Archila.

¿Cómo se inició en el mundo de la Botánica?

Mi padre tenía una colección de orquídeas y lo acompañaba cuando salía a buscarlas en los bosques. Siempre tuvimos la ventaja de ser personas del monte, del campo, de la montaña. Salíamos a pescar y nos encantaba escalar las montañas y adentrarnos en las cavernas.
En los años de 1980 comencé a comprar libros y revistas, algunas en inglés, de Botánica y a comparar figuras, dibujos y fotos con las plantas que teníamos en los cultivos. Pero sin duda, mi paso por la Enca fue lo que me introdujo a las ciencias botánicas, porque estudié cursos de Anatomía Vegetal, Morfología Vegetal, Ecología y las demás botánicas sistemáticas que enseñan a  clasificar.

Para leer los textosde taxonomía de orquídeas aprendí un poco de inglés en un diccionario que me compró mi padre, y con la base científica que adquirí en la Enca  gané una beca en el Marie Selby Botanical Gardens, Florida, donde conocí a investigadores que después publicaron conmigo o me animaron a seguir adelante como  Harry Luther,  John Atwood,  Fritz Hammer y  Raúl Rivero.

¿Qué hizo y cuándo dio a conocer su primer descubrimiento?

En 1999 describí mi primer especie, la nombré Lycaste guatemalensis Archila, ya que después de muchos años de estudio pude observar que esta especie presentaba características de forma, color y rasgos anatómicos diferentes.
Para publicarla seguí con los protocolos establecidos en el código internacional de nomenclatura botánica y los requisitos solicitados por la revista científica internacional, que incluía realizar un descriptor de la especie —diagnosis en latín— e íconos botánicos.
Posteriormente se efectuaron estudios de ADN y se comprobó que efectivamente era una especie diferente.

¿Cómo y porqué aprendió latín?

En primer lugar los nombres de las plantas están escritos en ese idioma y normalmente describen alguna de sus características, por lo que esta lengua ayuda en el proceso de aprendizaje de nombres por asociación.
Además, la inclusión de un diagnosis es un requisito cuando se nombra una nueva especie o género.
Estudié varios libros de Latín Botánico, además de consultar con especialistas en esta lengua, y después de 3 años tuve la capacidad de realizar mis descripciones en ese idioma.

Más de 400 especies llevan su apellido, ¿cómo se logra eso?

Es un mérito que a uno le dediquen una especie, pero desde el punto de vista de la ciencia es más importante que el apellido aparezca como la autoridad científica, lo cual significa que uno hizo la investigación o forma parte de los autores principales. A veces aparezco primero y otras segundo, depende de la invitación.

¿Todo su trabajo lo ha llevado a cabo con las  orquídeas?

Por el momento sí, pero dentro de unos meses publicaré Anthurium archilae, Phylodendron archilae y Spathiphyllum archilae, que forman parte de la familia Araceae.

Acabo de publicar junto con Eduardo Pérez, de la Universidad Autónoma de México, nuevas especies de género de  Madagascar, otra, con un italiano, de Borneo y otra de Papúa Nueva Guinea; también de Sudamérica. Entonces puedo decir  que he estudiado las orquídeas a nivel mundial.

Aparte de su vida científica,  ¿a qué se dedica?

Trabajo en el Instituto Tecnológico Maya de la Universidad de San Carlos, aquí en Cobán y soy consultor independiente en  proyectos de impacto ambiental para organismos nacionales e internacionales.

Tengo a mi cargo la colección histórica de orquídeas de mi padre formada por 35 mil plantas.
He estado en varios países de América y Europa impartiendo charlas para compartir mis conocimientos sobre descubrimientos y, además, las relaciones entre los insectos polinizadores y las orquídeas.

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