Revista D

Conservatorio de Música: una veta de artistas

Los estudiantes del <em>Conser</em> sueñan con mostrar sus dotes en el extranjero o especializarse fuera del país.

Este año fue glorioso para el Conservatorio Nacional de Música Germán Alcántara, pues gracias al esfuerzo de los maestros, padres de familia y autoridades se graduaron de bachilleres en música tres estudiantes.  Andrés Blanco, saxofonista; Cristian González, tubista, y Adolfo Méndez, guitarrista.
Alcanzar este éxito no es fácil para los miles que pasan por las aulas del Conser, —como le llaman los estudiantes— ya que los pénsum requieren entre ocho y nueve  años de continuo trabajo, ya sea en el plan diario o el de fin de semana. Paralelo, los jóvenes deben cumplir con sus jornadas educativas correspondientes.
Quizás por esa carga académica los egresados son muy pocos. “Siendo optimistas, deberíamos de tener una media de dos graduados cada año”, afirma Hugo Arenas, director de la institución, quien para evidenciar la escasa promoción afirma que Blanco y González obtuvieron el diploma después de 50 años de no graduar a nadie en esas especialidades.
El Conservatorio Nacional de Música Germán Alcántara fue fundado en 1873 por el maestro italiano Juan Aberle, durante el gobierno del general Justo Rufino Barrios con el objetivo de formar integralmente profesionales de la música. 

Variedad de instrumentos

Al centro asisten unos dos mil 400 estudiantes —entre el  plan diario y los tres de fin de semana—, divididos en dos  pénsum: los de 1968, al que asisten los que ingresaron antes del 2012; y el que fue instaurado a partir de ese año. “El primero es de ocho años y el otro de nueve. “Estamos tratando de unirlos, pero en función de la calidad”, explica Carmen Adela Hernández, coordinadora pedagógica de la institución.
El violín, la viola, el violonchelo, el contrabajo, el arpa y la guitarra. Además, la flauta, el oboe, el clarinete, el fagot, la trompeta, el trombón, el corno francés, la tuba, los  timbales, los triángulos, las panderetas y el xilófono, entre otros, son los instrumentos que se enseñan, dice Hernández.
“Los alumnos  aprenden a tocar un instrumento así como también a leer y escribir música. Reciben clases de acompañamiento, ensamble musical y coro.  Es un aprendizaje integral para que sean artistas completos”, asevera Gisella Rodríguez, coordinadora pedagógica de la dirección de formación artística del Ministerio de Cultura y Deportes.

Mucho talento

Destacados maestros de la música como Vinicio Quezada, quien también fue director del Conservatorio, afirman que hay mucho talento en el país, pero que hace falta descubrirlo, especialmente en la provincia, porque no pueden viajar a la capital a estudiar.
Quezada resalta que además del ingenio, los estudiantes deben “sentir pasión” por la música, ya que la jornada es doble, porque durante el día  asisten a sus centros académicos donde “efectúan sus estudios normales y luego al Conservatorio.   Yo vine cuando estudiaba la primaria y salí cuando me gradué de bachiller”, cuenta.
La mayoría sueña con presentarse en el extranjero y mostrar su arte u  obtener una beca y especializarse en otro país,  como un día lo hicieron “los  violinistas Henry Raudales, radicado en Alemania quien se fue de 16 años, o Survier Flores, quien lidera un movimiento para que los jóvenes latinoamericanos viajen a  especializarse a Francia, entre muchos destacados. Dios dirá dónde los pone”, comenta Hernández.
 

“Aspiro a participar en festivales”

Este año María Belén García (33 años), cursó el cuarto grado de arpa. Es licenciada en Diseño Gráfico, graduada por la Universidad de San Carlos, y tiene una maestría en Mercadeo en Diseño, por la misma Universidad.
“Mi caso es peculiar porque desde hace algunos años el Conservatorio no tiene maestro de arpa.  Las demás materias del  pénsum las cursé, pero la  de arpa aún no, hasta que se logre solventar la situación. Actualmente, recibo clases vía skype con la maestra estadounidense Patrice Fisher”.

¿Cuáles son sus mayores satisfacciones?

Una de las más importantes es que después de que solo había tres estudiantes de este instrumento, hoy somos 38, y,   aunque, no perciben una nota, están aprendiendo. Ya hemos llevado a cabo  algunas cosas, como montar un recital. Es el amor al arpa lo que está moviendo a  los  estudiantes, desde cinco  años. Este grupo mantiene abierto el espacio dentro del  Conservatorio. Es muy satisfactorio para mí, porque soy la que trabaja con estos chicos, y que aprendan a tocar el  instrumento es un placer muy grande.

¿Y su mayor  aspiración?

Cimentar la escuela de arpa clásica, porque desde hace 50 años no se gradúa uno en Guatemala. Obviamente, aspiro a participar en festivales que se celebran en el extranjero, donde hay muchas posibilidades. Mi maestra estadounidense organiza eventos de esta clase en países como EE. UU y Costa Rica, por lo que está la posibilidad de mostrar en otros países, lo que tenemos.

¿A quién admira en su arte? 

Indudablemente a mi maestra Fisher, porque dona su tiempo dando clases y también interpreta otros instrumentos; es artista de jazz clásico. A nivel Centroamericano, a Ilse Porras y a Mariela Flores, quienes en estos años, sin maestros, me han ayudado y he avanzado mucho.
 

“Mi objetivo es empezar a viajar”

Rocío Campos (23 años)  estudia flauta con el maestro Gustavo Gómez, desde hace seis años, y es maestra de Educación Musical.

¿Qué la motivó a estudiar en el Conservatorio?

En mi familia hay dos músicos; mi hermana Luna es cantante de un grupo de power metal; y mi papá (Armando) que es maestro de música, jubilado. Entonces siempre tuve la inquietud por este arte y empecé a tocar guitarra y piano, pero en la Escuela de Música escuché a una flautista y el sonido me cautivó, entonces vine al Conservatorio y el maestro que me dio el curso de inducción ahora es mi profesor de flauta, y como lo admiro mucho, empecé a estudiar.

¿Cuál es su mayor satisfacción?

La más grande es haber llegado a donde estoy, porque la carrera es casi eterna, son siete años, entonces me hace feliz, no tanto adonde pueda ir a tocar, sino mi persistencia.

¿Y sus aspiraciones?

Tocar, porque muchos se gradúan y desaparecen, nunca se les vuelve a escuchar. Mi objetivo más cercano es graduarme en el 2017 y empezar a viajar, porque hay muchos festivales de flauta en Latinoamérica, entonces mi plan es ir a cada uno de estos países.

¿Hasta el momento no ha salido de Guatemala?

Aún no, en parte, porque mi maestro me ha dicho que sí salgo ya no voy a regresar para concluir mi  carrera, y tiene razón porque es lo que ha sucedido con muchos.
 

“Se debe valorar a los músicos”

Joel Arrivillaga (21 años) estudia saxofón y Administración de Empresas en la Universidad Galileo. Concluyó su tercer año

¿Desde cuándo estudia música?

Comencé en el Conservatorio cuando tenía 13 años. Venía a estudiar piano, pero esa cátedra siempre está hacinada, entonces me propusieron estudiar fagot, corno o saxofón. No sabía nada de  esos instrumentos, pero elegí el saxofón, sin pensar que me enamoraría de ese instrumento que ahora es todo en mi vida.

¿Qué siente al ejecutarlo?

Cuando estoy en un escenario me siento muy feliz de hacer lo que me gusta. Disfruto la preparación de cada actividad, no importa si llegan dos, tres o 500 personas, siempre doy lo mejor de mí, porque es lo que más me identifica.

¿Siempre se ha sentido motivado?

Mi hermano Ángel, quien también estudia percusión aquí, me impulsó a interpretar mi instrumento. Hubo una temporada en la que quise abandonar la carrera, porque sentía que no avanzaba, pero poco a poco continué. Tuve un maestro que me ayudó bastante —Robelio Méndez— quien es un gran ejemplo para mí. He recibido clases con maestros extranjeros que me han enseñado que el saxofón también puede ser clásico, que no pertenece a una orquesta sinfónica, pero hay una corriente clásica donde está renaciendo.

Aparte de la música ¿qué estudia?

Administración de Empresas, que me ha permitido ver la parte comercial como músico, dándole valor a las horas de estudio. Muchas veces la gente nos hace de menos a los músicos cuando los contrata para una actividad; regatean  buscan pagarle lo menos posible y no valoran el esfuerzo que uno hace durante muchos años de formación, para llegar a un nivel alto y sobresalir.

¿Cuáles son sus metas?

Graduarme y ganar una beca para seguir estudiando en otro país.

“Mi sueño es compartir lo que hago”

Jorge Urquizú (26  años) ingresó al Conservatorio cuando tenía 18 años. Su formación la comenzó con el maestro Juan José Sánchez Castillo. Es Médico y Cirujano por la Usac. 

¿Cómo comenzó  en la música?

Mi abuelo Héctor Urquizú fue clarinetista militar de la Banda Marcial y también cursó estudios en Alemania de clarinete y piano. Por eso había un piano en mi casa y empecé a recibir clases una hora a la semana los sábados, después se amplió el horario.
Luego ingresé al colegio San Sebastián, donde me instruyeron en el clarinete, en la banda. Conforme me involucré sentí la necesidad de aprender más, y por eso ingresé al Conservatorio. En el primer año me encontré con el maestro de solfeo Ramón Guerra Baños, quien me abrió los ojos para ser músico profesional.

¿Cuál es su motivación?

Tanto en las Ciencias Médicas como en la música mi ideal es poner en alto el nombre de Guatemala e inspirar a los chapines a efectuar cosas positivas, porque la gente siempre piensa en cosas negativas que afectan el desarrollo integral de las  personas. Esa ha sido mi mayor motivación. Enseñarle a la gente que con trabajo, dedicación y esfuerzo se puede lograr lo que uno se propone.

¿Y sus objetivos?

Mi futuro inmediato es graduarme. Mi sueño es llegar al concierto de graduación en el que uno es solista, y después vendrán las oportunidades. Me gusta mucho enseñar, por lo que me encantaría estudiar una maestría en Pedagogía en  enseñanza de piano, porque mi pasión siempre ha sido compartir lo que hago. Ser concertista o solista es algo que se trae y requiere mucha dedicación, por lo que no me aparto que pueda hacer una carrera de este tipo.

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