Revista D

El legado  fotográfico de Juan José de Jesús Yas

Al radicarse en el país, el  japonés Yasu Kohei aprendió fotografía, pero antes se desempeñó en la Medicina,  estudió idiomas y se interesó en la Astronomía. Gracias a él conocemos cómo lucía  Antigua Guatemala antes de los terremotos de 1917 y 1918.

Arribó al país a finales de 1877 y fue uno de los primeros migrantes japoneses en Centroamérica. (Fotos: Cirma).

Arribó al país a finales de 1877 y fue uno de los primeros migrantes japoneses en Centroamérica. (Fotos: Cirma).

Este año se conmemora el centenario de la muerte del japonés Yasu Kohei, quien al afincarse en el país  cambió su nombre por el de Juan José de Jesús Yas. Nació el 27 de diciembre de 1844, en Iwate, Fujisawa. Falleció el 28 de febrero de 1917, en Antigua Guatemala.
No hay otro archivo de los estudios fotográficos que hubo en su época que se preserve como el suyo, por eso es el más consultado.
Yasu arribó al país a finales de 1877 y fue uno de los primeros migrantes japoneses en Centroamérica. Antes de mudarse a la Antigua vivió en la capital, donde aprendió fotografía y abrió el estudio Fotografía Japonesa, en 1880. Tres años después adoptó el catolicismo, y en el mismo día tomó los sacramentos de la confesión, el bautismo, la comunión y la confirmación. Se casó el 26 de noviembre de 1891 con María Noriega “en la pintoresca iglesia del Cerrito del Carmen”, como anotó en sus memorias.
Su negocio marchaba bien. “Yo estaba muy contento, pero un día visité esta ciudad y me gustó mucho su clima y las costumbres de las personas, por eso decidí trasladar mi establecimiento en 1895”, escribió.
El registro que hizo de la urbe colonial y de sus habitantes es hoy  el más examinado en el Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica, (Cirma), institución que resguarda su archivo, compuesto por 928 negativos de gelatina seca, en placa de vidrio y 834 positivos.
Sus imágenes son muy valoradas porque retrató a religiosos, militares y civiles. Del acervo destacan también las imágenes mortuorias, algo común para la época, sobre todo a niños y bebés, así como las de  antes de los terremotos de 1917 y 1918 a calles, esculturas religiosas y templos católicos.
Ese material es utilizado  por los antigüeños interesados en intervenir o restaurar inmuebles, pues es un  referente que da parámetros para no alterar el estilo arquitectónico de las casas y de los edificios emblemáticos.
Los investigadores consultan la documentación cuando trabajan la historia de la fotografía, pues las técnicas que usó Yas son singulares y casi artesanales: colodión húmedo y gelatina seca. La primera fijaba imágenes en placas de vidrio en un formato aproximado a una hoja tamaño carta; y la otra, fue la primera fórmula industrial que evolucionó en los filmes y negativos.
Ambos procesos, explica Anaís García,  directora de la fototeca de Cirma, son muy sensibles a la humedad y a la luz. Sin una protección adecuada las imágenes podrían desaparecer de sus soportes, desvaneciéndose poco a poco. Por ello, subraya, es vital su preservación.
Otros estudiosos se interesan en el pasado y hallan en este material un recurso de mucho valor para comprender e ilustrar trabajos sobre arquitectura, historia, economía y vida cotidiana del país  y, sobre todo, de la Antigua Guatemala de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX.
Varias de las fotografías de Yas son de dominio público, lo que motiva a cafés y restaurantes a emplearlas como elementos decorativos, así como a visitar Cirma para consultar la imagen original. Anaís agrega que si bien es vital que el material se haya preservado, igual de importante es que sea de acceso al público. Como interesa que el acervo se difunda, el centro de investigaciones organizará para los últimos meses del año una muestra en la que fotógrafos contemporáneos intervendrán algunas de las capturas hechas por Yas, quien también fue médico, traductor y tuvo interés por la Astronomía. De estas facetas, su diario da los siguientes detalles.
 

Medicina

El padre de Yasu Kohei se llamó Shoan y practicaba la medicina oriental. Yas se educó primero con él, con libros japoneses, chinos y holandeses. Cuando cumplió 15 años lo envió  a Tokio para continuar su formación. En ese lugar su tío, también médico,  le dio diversas lecciones.  Después, en Yokohama, a los 17, comenzó a aprender medicina occidental, así como francés y Astronomía. También llevó a cabo una gira por las ciudades de Kioto y Kochi.
Cuando tenía 21 años estalló la guerra civil, por lo que decidió volver a su pueblo natal.  En el camino se encontró con la milicia y trabajó como médico en sus filas. El conflicto duró de enero a septiembre de 1868. Al terminar llegó por fin a su poblado y continúo  con la medicina.
Pero no quiso permanecer en el lugar, por lo que regresó a Yokohama, esa vez  con su hermano menor. Tenía 24 años cuando ambos ingresaron a una escuela francesa. Después de dos años, en 1873, su hermano falleció, a los 17 años.
En este período, dado su deseo de viajar al extranjero, tramitó un permiso en el Ministerio de Asuntos Exteriores, algo acertado, porque en 1874 se presentó una oportunidad que lo llevaría a conocer Latinoamérica.
 

Astros y traducciones

Además de su idioma materno, sabía español y francés. En noviembre de 1874  comisiones de Francia y Estados Unidos llegaron a Japón, por ser el lugar más apropiado para observar el tránsito de Venus frente al Sol.
El equipo de astrónomos mexicanos estaba acampado en Yokohama, donde Yas se encontraba y fue empleado como intérprete. El grupo con el que trabajó estuvo dirigido por Francisco Díaz Covarrubias (1833-1889), a quien le pidió le permitiera acompañarlo de vuelta. “Le supliqué me hiciera el favor de llevarme a México para acabar mis estudios. Él aceptó con mucho gusto”, anotó. 
El diario de Yas, que consta de cien páginas escritas en su idioma natal, comienza con este hecho: “En 1874, cuando tenía 29 años, salí de Japón con una comisión científica”.
El 2 de febrero de 1875, el vapor en el que se embarcó zarpó de Yokohama. Pasó por China, India, Arabia y África y entró en el Mediterráneo por el canal de Suez. El 18 de marzo llegó a Nápoles y luego visitó Roma, Florencia, Milán, Génova, Trino y otras ciudades italianas. El 9 de abril arribó a París, Francia, donde estuvo cinco meses y medio. El 18 de septiembre dejó esa capital, pero antes de su destino final pasó por las Islas Azores, Portugal, y en el Caribe, por las Bermudas y La Habana, Cuba.
Su periplo de Japón a Veracruz duró casi 10 meses. Arribó a la capital mexicana en ferrocarril, el 18 de noviembre de 1875, y se hospedó en la residencia de Díaz Covarrubias. En enero de 1876, finalmente, empezó a estudiar Astronomía.
Llegó cuando Sebastián Lerdo de Tejada era presidente de ese país, pero hubo un alzamiento liderado por el general Porfirio Díaz y el mandatario tuvo que dejar la ciudad. El astrónomo era alguien muy cercano a él, por lo que se arregló su salida del país, siendo enviado a Guatemala como ministro plenipotenciario. 
A finales de 1877,  escribe, “al fin llegamos a Puerto San José de Guatemala, desembarcamos  y seguimos el viaje a la capital”. Ese recorrido lo hicieron a caballo, pues aún no había ferrocarril. Para entonces  la Nueva Guatemala de la Asunción contaba con unos 50 mil habitantes.
“Bajamos a una casa de dos pisos que quedaba frente al Jardín de Concordia, pero después de unos meses pasamos a una casa hermosa de dos pisos  en la esquina del Mercado Central y de la calle Santa Rosa —actual 10ª. avenida de la zona 1 capitalina— para establecer en ella la legación de México”. La propiedad era de Venancio Barrios, hijo del presidente Justo Rufino Barrios.
Así comenzó el primero de dos períodos que vivió en el país, interrumpidos por un viaje que hizo a Japón. “Después de ausentarme durante 15 años, gracias a Dios, como a las 11 de la noche, llegamos al puerto de Yokohama. El día 30, a las cinco y media, salí en ferrocarril a Tokio y llegué a las seis con cinco minutos”. Salió el 15 de mayo de 1889 y llegó a su pueblo natal el 30 de junio.
Una de sus prioridades era visitar a su madre. “La encontré buena y estuvimos viviendo muy contentos en Tokio, en el cantón Tsukiji, cerca de la catedral de los misioneros, en una casita muy cómoda, en compañía de mi sobrina Tamaki”.
Pero tuvo que dejar de nuevo su país, esta vez con destino a Perú, pues un señor de apellido Takahashi, directivo de una firma minera local que  empezaría operaciones en ese país, le pidió que retomara su rol como traductor para un ingeniero de la empresa Nipikoguio-Kuaisha.
“Me rogó mucho para que yo lo acompañara  y le contesté que no podría disponer sin consentimiento de mi madre, porque me había ausentado mucho tiempo, dejándola abandonada”.
Takahashi mandó a una persona para convencerla diciendo que el aporte de Yas sería para honra de Japón. “Finalmente ella consintió, obligándome a aceptar. Sin mucha voluntad la tuve que dejar, me despedí de ella con mi alma llena de tristeza”.
El 16 de noviembre de 1889 dejó su país natal y logró hacer una escala de una noche en la Ciudad de Guatemala, antes de alcanzar su destino final en Sudamérica, donde permaneció hasta el 17 de julio de 1890. “Anoche no pude cerrar mis ojos por la alegría que sentía de ver pronto a mi querida e inolvidable Guatemala, pues decidí hacer un viajecito a la capital con el mayor gusto de saludar a mis amigos”.
Luego escribió que se había arrepentido del breve encuentro debido a que significó una nueva separación  de sus amistades, y que tampoco pudo conciliar  el sueño debido a la tristeza, “bajé a mi camarote, a llorar, solo”, anotó la primera noche que se alejaba de las costas guatemaltecas.
En Perú trabajó en la mina Carahuacra, a unos 5 mil  metros sobre el nivel del mar. De sus funciones anotó: “Ahora me han confiado muchos más cargos. El primero que tengo que atender es la planilla de los mineros para hacer las cuentas de sus trabajos y pagar sus sueldos cada quincena y darles sus víveres, que debido al frío se pueden conservar sin alterar”.
El clima fue una de las mayores dificultades que afrontó. “Hace mucho frío todo el tiempo, de diciembre a mayo cae nieve y granizo todos los días, y de junio a noviembre es el verano, pero en las noches el frío es más intenso que en invierno. Yo estuve tiritando todas las noches y no hay leña ni carbón, para cocinar se usan unas raíces y taquia, que es de excrementos de llamas”.
El negocio de la mina no tuvo éxito y Yas volvió a Guatemala el 7 de agosto de ese año. Aunque había expresado a sus connacionales que abordaría otro navío, se radicó en estas tierras, dedicándose de lleno a la fotografía. Dejó  escrito que en varias ocasiones, sin éxito, solicitó un pasaporte para volver. “Mejor decidí quedarme en Guatemala y establecer otra vez mi estudio hasta reunir el dinero suficiente porque todo lo había gastado”.
 

Fotografía

La primera vez que llegó al país, con la legación mexicana, apenas había trabajo, por lo que Yas había pensado desde ese momento volver a Japón, pero carecía de fondos y de un ingreso económico fijo, algo que enfatiza en sus memorias.
 Vivía con Díaz Covarrubias y  enfrente quedaba Centro Fotográfico, el único estudio de la ciudad en esa época. Su propietario era Emilio Herbruger, con quien Yas acordó trabajar sin recibir sueldo a cambio de conocimientos.
En su diario anotó: “Así fue como pasé a la fotografía. Él me dio un cuartito y dentro de poco aprendí bien. Yo arreglaba cada día el área de trabajo, tenía que preparar diariamente hasta 40 o 45 pliegos, trabajaba hasta la noche y me levantaba muy temprano. Además de retratos, dejaba gran cantidad de planchas limpias para los negativos, así como el cuidado y el aseo de la galería, con el buen orden de los muebles”.
Posteriormente, anotó que dejó el Centro Fotográfico debido a que Herbruger no le aumentaba el sueldo a pesar de todo el quehacer, por lo que hizo sociedad con Eduardo Kildare, quien adquirió el negocio de un estadounidense apellidado Walferstein, la primera competencia que tuvo Herbruger. Después de una temporada, Yas se independizó.
“Me decidí pasar con el señor Kildare porque no me alcanzaba para el gasto ordinario con lo que me pagaban, mucho menos para juntar el dinero para mi viaje a Japón, aunque estuviera trabajando mil años con él (Herbruger). Como no me adelantaba la suerte, reflexioné que no podría hacer nada si no lo hacía de manera independiente. Poco a poco conseguí las máquinas y los demás útiles”.
Abrió su propio espacio, primero en la Ciudad de Guatemala, pero lo trasladó a Antigua en 1895, el cual heredó a su sobrino José Domingo Noriega (1885-1973), quien lo continuó hasta la década de 1950. Las fotografías de ambos integran la colección de Fotografía Japonesa.
En repetidas ocasiones Yas tuvo que mudar su estudio, tanto en la capital como en la Antigua, debido a abruptas finalizaciones de parte de los dueños del inmueble que alquilaba. En uno de ellos sembró hortalizas: “En 1907 me trasladé a la casa de Mariano Solís, ahí estuve hasta 1912. Compré madera para construir una galería más amplia y cómoda, el sitio era bastante grande. Compuse el terreno hasta el último rincón y sembré toda clase de verduras, daba gusto ver tantos güisquiles –que fueron de su gusto–. Hice un pequeño jardín y compré una mesita rústica donde muy contento tomaba mi café todas las mañanas. Pero el dueño vendió la casa y tuve que desocupar y todo lo que hice con tanto sacrificio quedó para su provecho”.
En 1914, radicado en Antigua y después de la séptima mudanza de su estudio, escribió: “Tomamos esta casa desde junio, en donde estoy enteramente postrado, solo esperando la voluntad de Dios, después de haber hecho más de una vuelta al mundo. Él me envió a esta pintoresca ciudad, pidiendo la hospitalidad para toda la eternidad”.
En febrero de 1917, el fotógrafo falleció.
 

Exposición

El Centro de Investigaciones Regionales  de Mesoamérica (Cirma) resguarda el acervo de Fotografía Japonesa, compuesto por capturas de Yas y de su sobrino José Domingo Noriega. En cuatro ocasiones, con apoyo de otras entidades, el centro ha exhibido parte del material en exposiciones fotográficas y para los últimos meses del 2017 prepara una nueva exhibición. “Se han cumplido cien años del fallecimiento de Juan José Yas y queremos hacer un homenaje póstumo reinterpretando algunas de sus imágenes porque vale la pena conocerlo desde los ojos de la posmodernidad”, indica Anaís García, de la Fototeca del Cirma

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