Revista D

Los misteriosos y temidos characoteles 

Comunidades indígenas creen en la existencia de personas que pueden convertirse en animales.

Comunidades indígenas creen que ciertas personas tienen la capacidad de convertirse en animales.

Comunidades indígenas creen que ciertas personas tienen la capacidad de convertirse en animales.

Las campanas de la pequeña iglesia del pueblo empezaron a repicar temprano, a las 5.30 de la mañana de aquel frío domingo. El Lago de Atitlán no se podía ver por la espesa neblina que lo cubría. Las callecitas sololatecas estaban desoladas.

Doña Catalina, una mujer muy católica, de tez morena, ojos pequeños y de mirada profunda, apenas había conciliado el sueño la noche anterior, pues había escuchado ruidos extraños en el patio. Lo único que hizo fue agarrar su rosario y cubrirse con un grueso poncho, como si así se pusiera a salvo.

Poco antes del repique, ya con un poco de claridad, salió a inspeccionar el lugar. En efecto, su corral estaba entreabierto. Le robaron una gallina. “¡Maldito ladrón!”, gritó, apresurándose a medio componer el humilde lugar.

Al poco tiempo entró a su casa de lámina y madera. “¡Patojo! ¡Levantate, hoy tenés catequesis!”, avisó a su hijo de 8 años. “Oí, ya suenan las campanas”.

Una abominación

En el pueblo, desde hacía un mes, se había escuchado de alguien que salía por las noches para robar aves de corral.

Surgieron también los rumores de que era un characotel, como le dicen los tzutujiles a esas personas que tienen la habilidad de transformarse en un animal. Los xinkas les llama winaq, los mames, wiin. En los municipios sololatecos de San Pedro La Laguna y San Lucas Tolimán son conocidos como k’isom o ‘isom.

Son seres tenebrosos. En Santa Lucía Utatlán corre la leyenda de que si un niño nace con un velo que le cubre la cabeza hasta el cuello, puede ser un characotel. Si la comadrona se lo quita hacia atrás y lo quema junto a la placenta, elimina tal abominación; sin embargo, si lo quita hacia adelante, el recién nacido, de grande, desarrollará ese poder y causará pánico a sus enemigos.

Varias son las versiones que corren, sobre en el Occidente del país. Pese a ello, todas esas creencias comparten características en común. Dicen que son entes que pueden elegir entre tres opciones. La primera es la de asustar a los demás y, de esa forma, llevar enfermedad. La segunda es la de poder transformarse en un animal para entrar fácilmente a las casas y robar. La tercera, y quizás la más temida, es que opten por meterse en las camas de las jovencitas de 15 a 18 años, o bien, con las señoras que viven solas y así aprovechar para hacer sus mañoserías.

Pero hay algunos pobladores que afirman que un characotel también puede atacar aún si el marido de una doñita está en la cama, ya que tiene el poder de adormecer a quien se atraviese en su camino.

En la aldea Sibaná, El Asintal, Retalhuleu, hubo un caso de un wiin que dejó embarazada a una muchacha y que por eso tuvo que abortar. Su familia hasta dice que le rasguñó el vientre y que la dejó morada.

En Samayac, Suchitepéquez, conocida por ser “tierra de brujos”, aseguran que hace unos dos años le dieron caza a un ave que, de ala a ala, medía tres metros. Creen que era un wiin, porque la gente le roció gasolina, le prendió fuego, pero que el animal no se quemaba. Por eso, envuelto en un costal, lo enterraron a la orilla de un río, pero al siguiente día, cuando quisieron ver qué era, ya no estaba.

Estos characoteles, asimismo, pueden ser muy versátiles, ya que tienen la habilidad de convertirse no solo en ave, sino también en perro, gato, jaguar, cabra, culebra, cerdo, coyote, cabro, comadreja, tacuazín, vaca, caballo o burro, según lo que quieran lograr.

La catequesis

Apurada llegó a la iglesia doña Catalina con su hijito, Marcos, a quien pasó dejando primero a la clase de catequesis para luego irse a la misa.

—¡Buenos Días! —dijo el chiquillo a Pedro Chapín, el catequista de la comunidad desde hacía solo seis meses.

Don Pedro era oriundo de Todos Santos Cuchumatán, Huehuetenango. Había llegado con su esposa a aquel pequeño pueblo con bellas vistas al esplendoroso Lago de Atitlán. “Hemos querido cambiar de rutina”, solía responder el menudo señor ante la pregunta. Algunos, sin embargo, creían que se había metido en problemas  y que por eso había decidido migrar.

“Hoy vamos a seguir aprendiendo los 10 mandamientos”, anunció a los chiquillos. En la clase anterior ya había repasado los primeros cinco. “El sexto dice no matar; el séptimo, no cometer adulterio; luego, no robar; el noveno, no mentir…”.

—¡Mirá, tenés unos tus rasguños en los brazos!, —gritó Marcos, interrumpiendo a su maestro.

—Ah, sí, —titubeó Pedro Chapín. “Ayer me caí en un partido de futbol”, respondió.

El pacto

Para ser characotel, hay que pactar con el maligno y tal convenio no se puede romper. Eso dice la gente. Otra versión indica que se debe hacer un sacrificio de nueve días para que un ser malvado conceda a alguien el deseo de convertirse en animal.

Tales hechizos se hacen en los cementerios, por las noches. De hecho, en Chiquimula comentan que si alguien quiere ser wiin, debe desenterrar un cadáver y morder uno por uno todos sus huesos, hasta escuchar que una voz le indique cuál es el hueso con el que debe trabajar.

Mucha gente también afirma que hay un libro mágico, el cual “se lee al revés”. Lo curioso es que todos saben de su existencia, pero nadie lo ha visto, excepto alguien que, cierta vez, dio un título: Devocional de espíritus.

Asimismo, se cree que saben oraciones secretas y que “se cambian como humo en un animal”. Además, el cincho o faja que lleven les sirve de cola.

En San Pedro La Laguna se piensa que estos seres, en su forma humana, suelen caminar pegados a las paredes de las calles y que se esconden en la penumbra. Por eso, los pobladores caminan al centro de las callejuelas. Piensan, asimismo, que los characoteles se conocen entre sí o que pertenecen a alguna organización diabólica.

—Ay mire, la vez pasada vi que un señor, a lo lejos, dio un brinquito y se transformó en un gato, —le susurró Gertrudis a su vecina, doña Catalina, luego de que esta le narrara su experiencia de la noche anterior, de que le habían robado y de que creía que había sido un characotel, porque había visto la silueta de un felino tan grande como la de un jaguar. “Hay otros que dan tres vueltas para adelante y tres para atrás, me han contado”, siguió Gertrudis.

—¡Arrepentiros, hermanos!, —gritó en ese instante el sacerdote de la parroquia, mientras continuaba con la misa.

Extraños

Según las creencias indígenas, los wiines suelen transformarse en gatos, porque así se les facilita trepar árboles, caminar por los techos o pasar entre barrotes o corrales. Si se transfiguran en perros, suelen entrar por la puerta principal. Si son lechuzas, revolotean por las siembras de maíz.

Si una mujer se convierte en characotel, dicen que va y retuerce los testículos de los hombres que las molestan.

Otro caso fregado es cuando adquieren la forma de perro, gato, cerdo o tacuazín, porque si le corren a alguien entre las piernas, quiere decir que este se enfermará y morirá en un lapso de tres o cuatro días.

Pero, ¿cómo sabe la gente que se trata de un ser malvado y no de un animal cualquiera? Para eso hay que fijarse en su comportamiento, el cual es “extraño”. Por ejemplo, si hay más perros a su lado que están ladrando, excepto él, o bien, si se ve a un gato que no maúlla o que sus pasos sean tan pesados como para doblar la lámina de un techo. Y si es chompipe, que esté en posición de ataque.

Salado

Al salir de la misa y de la clase de catequesis, el pequeño Marcos debía asistir a un partido de futbol.

—Mamá, ya no quiero ir a jugar —dijo.

—¿Por qué? —preguntó, extrañada.

—Porque don Pedro está todo raspado de los brazos, porque dice que lo botaron en un juego.

Cerca de ahí, Pedro Chapín se estaba despidiendo de las madres de sus otros aprendices. Ahí, doña Catalina se percató de que los golpes que tenía en la piel no eran de una caída, sino eran más como rayones, como si se hubiera lastimado con púas, como esas que tiene el alambre que protege su corral.

“Este ha de ser el ladrón; este ha de ser characotel”, pensó.

Ese domingo, Marcos no fue a la chamusca.

Al anochecer, doña Catalina se preparó por si acaso tenía la oportunidad de enfrentarse al misterioso ladrón.

Sobre la mesa dejó la Biblia abierta en el salmo 91. En su cama, debajo de la almohada, escondió una libra de sal, pues, durante la misa, la vecina le dijo que ese mineral quema a los wiines. “Si le logra echar sal en la cara, va a ver que al otro día amanece con el rostro quemado”, le comentó.

En efecto, las comunidades indígenas afirman que la sal es detestable y dañina para los characoteles. “Mire, esta gente, para convertirse en animal, se tiene que quitar la ropa, la cual dejan en un lugar secreto. Si puede, échele sal en la ropa para que, cuando se la ponga, se queme y debilite hasta causarle la muerte”, le aconsejó otra señora, allá en la iglesia.

En otros sitios se piensa que si el nahual del wiin es el perro, se le debe atrapar y hacerle una cortada en cruz y rociarle sal en la herida. Solo así puede morir.

Pero, en cualquier caso, hay que estar bien concentrado, ya que cuando el characotel se siente amenazado, empieza una plegaria secreta para producir lástima a su atacante. De esa cuenta, se escucha su meliflua voz para que no lo lesionen y tener oportunidad de escapar.

Aquella medianoche, entre el silencio de la montaña, doña Catalina oyó los mismos ruidos extraños cerca del corral. Abrió la puerta sigilosamente, armada con su libra de sal y, envalentonada, salió corriendo hacia el sitio donde estaba un animalón negro y peludo. Agarró un buen puñado y se lo lanzó.

El felino, que en efecto estaba tratando de abrir el corral de las gallinas, empezó a retorcerse del dolor. “¡Andate maldito!”, gritó la señora. “¡Andate de aquí, Pedro Chapín!”.

El characotel

A eso de las 10 de la mañana siguiente, doña Catalina fue a la iglesia a preguntar al sacerdote si había visto al oriundo de Todos Santos Cuchumatán.

—Fíjese que hoy, más temprano, me lo encontré por el mercado. Iba con un montón de maletas, con su esposa. Venía con la cara quemada. Solo dijo que no quería saber más de este pueblo —le contestó el religioso.

—Mmm… Ahora sí estoy segura. Ese Pedro Chapín se robó una mi gallina.

—¿Cómo dice?

—Nada. Que hasta el que imparte la catequesis puede ser wiin —musitó.

*La historia toma como base las creencias indígenas y testimonios reales de pobladores de distintos lugares del país.

Fuentes: Bibliografía del Centro de Estudios Folklóricos, de la Universidad de San Carlos de Guatemala, a través de las publicaciones de la Revista Tradiciones de Guatemala, y de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala: Leyenda tradicional, el caso del wiin en la aldea Sibaná, El Asintal, Retalhuleu (2014) y Wiin, casos de tradición oral en Xab, Retalhuleu (2013), ambos de Érick García Alvarado. / La posición de los characoteles en el mundo espiritual de los nativos de San Pedro La Laguna (1975), de Juan José Hurtado Vega. / Tres cuentos de characoteles (1975), de Luis Raymundo Batz Solís. / Creencias, supersticiones y costumbres de los indígenas guatemaltecos en el siglo XX, de Francisco Rodríguez Rouanet / La Gaceta: Activa acción de la Policía Nacional contra los embaucadores en sus actividades de brujos, adivinos, curanderos, zahorines y cartomancianas. Año XV.

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