Revista D

Los misterios de Villa Aída 

<div> Esta residencia estilo arte déco y sus ocupantes comparten una convulsa historia.</div>

La casa, que data de 1948 y que está localizada en la zona 4 capitalina, fue diseñada por el arquitecto Carlos Cruz.

La casa, que data de 1948 y que está localizada en la zona 4 capitalina, fue diseñada por el arquitecto Carlos Cruz.

La vieja residencia tiene un aspecto tenebroso por las noches, sobre todo cuando la lluvia arrecia y en el cielo se ven los poderosos destellos de los relámpagos.


La fachada que da a la avenida principal está pintarrajeada con grafitis carentes de arte, tiene segmentos de paredes que se caen por el paso del tiempo y ventanas quebradas.

Observándola bien, la casa tiene el aspecto de un barco fantasma.

¿Quién vivió ahí? ¿Está embrujada? Esas son algunas de las preguntas que se vienen a la mente.

Pocos saben que ese fue el hogar de un militar y su familia. Los herederos del inmueble la llaman Villa Aída.

Misterios

La propiedad, hoy semi abandonada —solo la habitan los guardianes—, está ubicada en la 6ª avenida y vía 5, zona 4, cerca de una famosa fábrica de chocolates.

La familia propietaria de la casa planea restaurarla e inaugurar allí un museo conmemorativo de la Revolución del 20 de Octubre de 1944. En Facebook está la cuenta Rescatemos Villa Aída.


Sus dueños fueron el coronel Carlos H. Aldana Sandoval y su esposa Aída Aragón Ordóñez, quienes unieron sus vidas en marzo de 1948, tras una apoteósica boda celebrada en Asunción Mita, Jutiapa, de donde ella era originaria.

Ese mismo año terminaron de construir su casa, diseñada con estilo art déco por el arquitecto Carlos Cruz, y se mudaron de inmediato.

Era un nuevo comienzo para la joven pareja, que antes había pasado por turbulentos años.

El coronel

Carlos H. Aldana Sandoval nació en la capital el 12 de abril de 1912. Estudió en el Instituto Central para Varones y luego en la Escuela Militar. Su mamá y abuela se hicieron cargo de él, pues su papá no lo reconoció, sino hasta años más tarde. Por eso, al principio, solo empleaba el apellido Sandoval.

Pasaron los años y llegó a pertenecer a la selecta guardia personal del presidente Jorge Ubico, de esos que manejaban las lujosas motocicletas Harley Davidson.

Precisamente por esos años se encontró con su padre, el general Rafael Aldana, quien era uno de los militares de más alto rango del dictador.

Ubico se enteró de la relación de sangre que ambos compartían y se mostró inconforme con que uno de sus custodios hubiera sido desconocido por su papá.

De esa cuenta, a ambos les ordenó arreglar la situación del apellido, aún a regañadientes. Por eso, desde entonces, Carlos pasó a ser Aldana Sandoval.

Aída

Ella llevó una vida más tranquila durante su juventud, allá en el caluroso municipio de Asunción Mita, Jutiapa.

Fue electa reina del pueblo a los 15 años y se distraía jugando básquetbol y montando motocicleta.

La bella muchacha tenía muchos pretendientes, pero ella no hacía caso a los halagos. Eso, claro, duró hasta que conoció a un militar, aviador de la Fuerza Aérea.

Cuentan que el piloto enamorado hacía maniobras cerca del pueblo miteco y, desde el aire, le arrojaba flores a la chica. Al final, se hicieron novios.

El batallón

Por aquellos años, Aldana fue enviado a comandar los ejercicios militares de un batallón de 300 hombres, en Asunción Mita.

A los días, los soldados se quejaron por la calidad del frijol que estaban comiendo. Aldana, de inmediato, fue a reclamar a las cocineras y pidió hablar con la encargada. Resulta que era Aída.

No supo qué decir, excepto que se solucionara el problema, aunque con voz suave. Ahí mismo se puso a averiguar quién era aquella bonita muchacha, pero se decepcionó al saber que tenía novio —el aviador—. Para colmo, era su compañero de armas.

Una tragedia cambió el rumbo de la historia. Resulta que el piloto sufrió un accidente en el que falleció. Aída quedó desconsolada.

El mismo Aldana se ofreció a apoyar en la recuperación del cuerpo y de los trámites legales.

El tiempo hizo que ambos se unieran y se enamoraran.

Revolución

El país estaba envuelto en una profunda crisis. Cayó Ubico y asumió el aprendiz de dictador, el general Federico Ponce Vaides, lo cual no fue bien visto por jóvenes militares.

En esos días, durante unas maniobras de la milicia en la zona 15 —hoy colonia El Maestro—, conversaron en secreto Carlos Aldana y Francisco Javier Arana para evaluar la situación y asestar un golpe. Era arriesgado, pues el código militar rezaba que tan solo insinuar una sublevación era considerada traición y, por tanto, motivo de ejecución.

Aún así, los militares diseñaron un plan y lo expusieron a unos pocos colegas, incluido Jacobo Árbenz Guzmán.

La operación estaba lista, pero un incidente cambió las cosas.

El 19 de octubre de 1944, Aldana fue informado de que un delator hizo que todo se viniera abajo. Por ello, las autoridades lo empezaron a buscar, pero se escondió a tiempo en casa de unos amigos.

Ante el desorden, los demás llevaron a cabo el plan, esa misma noche.

Ponce Vaides cayó y se nombró un triunvirato con Árbenz Guzmán, Arana y el civil Jorge Toriello Garrido.

Fue entonces (20 de octubre) que Aldana pudo salir de su refugio.

Con el nuevo gobierno revolucionario, el coronel fue nombrado jefe del Estado Mayor del Ejército, un cargo que, en ese entonces, ocupaba precisamente su padre —el que lo había desconocido como hijo—. Carlos Aldana Sandoval decidió enfrentarlo y le pidió que, en nombre de la Revolución, desistiera de su puesto.

En 1945, cuando Juan José Arévalo entró al gobierno, fue nombrado ministro de Comunicaciones y Obras Públicas, por lo que estuvo a cargo de la construcción de las escuelas Tipo Federación, la carretera al Atlántico, la Ciudad Olímpica y el Estadio Revolución —hoy Mateo Flores—.

Asimismo, en 1949, Aldana ayudó a crear al famoso Comunicaciones Futbol Club —los cremas—, que tomó como base al club España y a colaboradores de aquel ministerio gubernamental.

La suegra

Aída Aragón y Carlos Aldana enfrentaron un nuevo episodio crucial y en el que el destino les jugó en contra.

Sucedió que doña Mina, la mamá de Aldana, era maestra y le dio clases a una chica traviesa a la que le apodaban la Chonguda, quien, años más adelante, tuvo una hija a la que llamó Aída.

“Mi abuela no estaba de acuerdo con aquella relación de amor; no quería que mi papá fuera el esposo de la hija de la Chonguda”, dice vía telefónica Alejandro Aldana, hijo del militar.

Antes de mudarse a la casa de la zona 4, mientras la construían, Aída y su suegra tuvieron que vivir juntas, lo cual ocasionó varios roces. Pero en fin, el coronel y su reina jutiapaneca estaban hechos el uno para el otro.

Una fortaleza

Por fin, en 1948, Villa Aída estaba en pie. La nueva pareja de esposos se mudó para empezar una nueva vida.

En 1949, la municipalidad capitalina decidió extender la 6a. avenida, pero algunas propiedades obstaculizaban las obras, entre ellas, Villa Aída.

Se decidió rebajar el nivel de la calle, dejando pasar el ferrocarril sobre el puente cercano a la Municipalidad capitalina.

Por eso, la casa está tres metros arriba sobre la calle, con el aspecto de un castillo o un barco.

En mayo de 1951, el presidente Árbenz nombró embajador de Guatemala en Washington a Aldana, por lo que la familia dejó la residencia de la zona 4, temporalmente.

En octubre de 1952 regresaron al país, también por órdenes del gobernante. El militar se hizo cargo una vez más del Ministerio de Comunicaciones. En tanto, las relaciones entre EE. UU. y Guatemala se vinieron abajo.

En secreto, la embajada estadounidense se reunió con Aldana para ofrecerle una posible candidatura a la presidencia de la nación, ya que su ideología era “moderada”, pero él les respondió: “Aunque no estoy de acuerdo del todo con Árbenz, no puedo traicionar la Revolución”.

Ahí selló su destino: el exilio en El Salvador.

El país vecino le abrió las puertas a los Aldana, donde vivieron del ganado y por la distribución de unos trenes de juguete de la marca Lionel. Doña Aída, asimismo, decidió tomar un curso de cultora de belleza.

Allá recobraron la tranquilidad y felicidad.

El regreso

En 1958, unos meses después del asesinato de Carlos Castillo Armas, los Aldana pudieron regresar a Guatemala.

Sin embargo, muchas cosas cambiaron. Con el transcurrir de los años, el coronel tuvo diversos cargos en el Gobierno —aunque de menor jerarquía—, pero lo despedían al poco tiempo “por órdenes de arriba”.

La familia tuvo que afrontar episodios terribles porque, tras los rumores constantes de golpes de Estado, buscaban a Aldana acusándolo de ser sospechoso. De esa cuenta, lo mantenían preso, sacándolo de Villa Aída mientras se aclaraba la situación.

Aquella persecución psicológica hizo mella en su salud. Se volvió amargado, desconfiado y paranoico. Ante eso, se refugió en la bebida y el cigarrillo. También leía muchos libros, resolvía crucigramas y cuidaba las mil 500 macetas que habían en la residencia. Era un ermitaño.

Ante la situación, Aída puso en práctica sus cursos de cultora de belleza e inauguró el Salón Haidée, en el garaje de la residencia, negocio con el cual sacó adelante a su familia.

Terrorismo

La casa con forma de barco resistió el terremoto del 4 debrero de 1976. También atestiguó los ataques que sufrieron las torres del Banco Industrial, en la década de 1980.

“Podía ver los edificios desde mi ventana. El 19 de octubre de 1981, al poco tiempo de irme a la cama, una onda expansiva entró a través de mi ventana; los vidrios se quebraron. Alcancé a ver una luz cegadora y sentir un calor intenso”, refiere Alejandro Aldana.

¿Qué había pasado? Los guerrilleros explotaron potentes bombas. El 28 de diciembre de ese mismo año hubo un nuevo ataque.

Últimos días

Conforme los hijos crecían, la residencia fue quedando vacía. Los últimos tres ocupantes fueron el coronel Aldana, doña Aída y su hijo menor, Alejandro, quien a principios de la década de 1990 tuvo una pequeña oficina de levantado de texto y gráficos que se llamaba Fama ilustrada.

Ahí se imprimieron la revista Por qué —de Danilo Barillas— y el periódico No nos tientes, del Honorable Comité de Huelga de Dolores, de la Universidad de San Carlos.

Alejandro se mudó a Estados Unidos en 1991. A partir de entonces, la casa la ocuparon únicamente los esposos.

Desocupación

Carlos Aldana falleció el 18 de septiembre del 2003. Debido a ello, doña Aída se mudó a la casa de una de sus hijas y la icónica residencia quedó virtualmente vacía y empezó con su rápido deterioro.

“Desde el exilio de mis padres, la casa fue ilegalmente expropiada”, expresa Alejandro Aldana. “A la familia solo se le permitió vivir ahí a lo largo de todos esos años; esperamos que algún día pueda ser regresada a sus hijos, los herederos legítimos. En un futuro, esperamos que Villa Aída sea una casa de cultura; no se quiere destruir, porque es un ícono de la arquitectura art déco en Guatemala”, señala.

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