Pluma invitada

Más allá de la estabilidad económica

David Casasola 
investigador junior del Cien

Al describir la situación económica del país, informes nacionales e internacionales utilizan la palabra “estabilidad macroeconómica”, que en términos generales implica tres características: primero, que durante casi dos décadas Guatemala ha experimentado tasas de crecimiento económico alrededor del 3.5%. Segundo, que hemos tenido inflaciones de un dígito —por debajo del 6% en promedio durante los últimos 20 años—. Tercero, que año tras año el déficit fiscal se ha mantenido bajo control, por debajo del 2% del producto interno bruto —en el 2019 se aprobó un déficit del 2.4%—. Aunque se agradece la estabilidad macroeconómica y es una condición necesaria para el desarrollo, no puede ser la única característica positiva que destaque para un país que enfrenta los desafíos sociales y económicos de Guatemala. Cuyo mercado laboral es incapaz de crear las oportunidades de generación de ingreso que millones de guatemaltecos requieren para mejorar su calidad de vida.

Cuando se analizan los resultados de las Encuestas Nacionales de Empleos e Ingresos, destaca que los ingresos que generan los cuatro millones de personas asalariadas han caído en 12%, al compararse con los ingresos percibidos en el 2002. Asimismo, muestran que el ritmo al que crece la oferta de trabajo supera considerablemente el ritmo al que se crean oportunidades de empleo formal. En la actualidad existe una brecha de empleo de tres millones de personas, dentro de la cual hay alrededor de un millón de jóvenes entre 15 y 24 años que no estudian ni trabajan.

Los desafíos económicos y sociales del país son evidentes; no obstante, las políticas, programas y acciones encaminadas a enfrentarlos siguen ausentes. De cara a un nuevo proceso electoral, es fundamental que el próximo gobierno asuma el compromiso de impulsar cambios sustantivos, que saquen al país del letargo económico en el que se ha encontrado en las últimas décadas. De lo contrario, habrá que esperar otros cuatro años, dándonos por servidos si al menos conservamos la estabilidad macroeconómica. Mientras tanto, se sigue hipotecando el futuro de millones de niños y jóvenes, quienes no podrán aspirar a tener una mejor calidad de vida a la que tuvieron sus padres. Seguimos a la espera de que se defina e implemente una ruta para el desarrollo del país, para que autoridades electas lleven a cabo intervenciones específicas, agresivas y coherentes que respondan a una visión de largo plazo, que nos permitan celebrar algo más que una macroeconomía estable.