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Centenario de Juan Rulfo: cómo el escritor mexicano más traducido se consagró con un puñado de páginas

A Juan Rulfo le bastaron unos pocos cientos de páginas para convertirse en Juan Rulfo: uno de los escritores mexicanos más universales y el más traducido, un célebre narrador, un creador de imágenes.

"Si Rulfo estuviera entre nosotros en este 2017, año de su centenario, vería confirmarse su hipótesis con respecto al círculo vicioso en que suele estancarse la historia de México", escribe Jorge Zepeda. (FUNDACIÓN JUAN RULFO)

"Si Rulfo estuviera entre nosotros en este 2017, año de su centenario, vería confirmarse su hipótesis con respecto al círculo vicioso en que suele estancarse la historia de México", escribe Jorge Zepeda. (FUNDACIÓN JUAN RULFO)

En el aniversario de su nacimiento este 17 de mayo, Jorge Zepeda, un académico e investigador de la obra del autor de “El llano en llamas” y “Pedro Páramo”, reflexiona en este artículo para BBC Mundo sobre la vida de Rulfo.

“Nada más objetivo que la lectura de Pedro Páramo para comprender la deriva actual de México”, señala .


El momento decisivo en la vida del escritor Juan Rulfo fue su temprano encuentro con los libros en la biblioteca del sacerdote católico Ireneo Monroy, depositada en la casa de la abuela materna de Rulfo en San Gabriel.

Retrató este pueblo en una de sus fotos más tempranas, tomada desde las alturas vecinas hacia finales de la década de los treinta. En los libros, Rulfo encontró la posibilidad de trascender el encierro a que obligaba la inestabilidad de esos años en que ocurrió la revuelta cristera.

En la fotografía, halló una manera de lidiar con la realidad, que le resultaba inasible desde el punto de vista de la escritura. Solía asociar ésta exclusivamente con la imaginación y con la táctica de insistir hasta que surgiera el personaje, al cual dejaría en libertad para desarrollarse.

Sólo daría cuenta de sus hechos, los relevantes para contar una historia. De ahí el carácter fragmentario de su narrativa, presente de manera principal en la novela Pedro Páramo, pero también visible en cuentos como “El Llano en llamas” y “El hombre”, para tomar sólo un par de modelos de su libro publicado en 1953.


Para llegar a esa síntesis Rulfo estaba dotado de una autocrítica feroz, que lo llevaba a escribir de manera incansable durante las noches. Destruía casi en la misma proporción en la que escribía. Según testimonio de su hermana Eva, al asear la habitación de Rulfo en casa de su abuela paterna en Guadalajara encontraba hojas desechadas con textos que serían el fermento de su mundo narrativo.

La amistad con el escritor Efrén Hernández templó ese perfeccionismo y lo llevó por la ruta que lo conduciría a su primera novela, “El hijo del desaliento”, la cual descartó por estar llena de retórica. Sobrevivió a la evolución de su estilo un fragmento, conocido como “Un pedazo de noche”, publicado en 1959.

Efrén Hernández promovió sus primeras publicaciones. Éstas comenzaron a finales de junio de 1945 con “La vida no es muy seria en sus cosas”. Esa primera etapa concluyó en 1951 con “¡Diles que no me maten!”. Ambos aparecieron en páginas de la revista América, de la cual Rulfo también formó parte como miembro del consejo de redacción. En Guadalajara, en ese mismo 1945, Rulfo sorprendió a los animadores de la revista Pan al entregarles los cuentos “Nos han dado la tierra” y, meses después, “Macario”.

La respuesta al libro “El llano en llamas y otros cuentos”, que contenía siete de los ocho que Rulfo publicó en su momento en América ?además de ocho nuevos? fue decisiva para refrendar su afiliación al Centro Mexicano de Escritores en un inmediato segundo periodo como becario en 1953-1954. Fue aceptado para escribir una novela cuyo germen comentaba en 1947 en carta a su entonces novia, Clara Aparicio.

Los cuentos fueron, desde ese enfoque, ejercicios narrativos para adquirir las habilidades necesarias con vistas a concretar una obra que inicialmente se titulaba “Una estrella junto a la luna”, después “Los desiertos de la tierra”, a continuación “Los murmullos” y que sólo al llegar a la imprenta recibió el nombre del protagonista, Pedro Páramo. En ella, Rulfo muestra cómo toda una cadena de hechos aparentemente inconexos en realidad tiene su origen en un episodio remoto que conduce a la destrucción de esa comunidad llamada Comala.

La aparición de “El gallo de oro” en 1980 confirmó que Rulfo buscaba nuevos temas tras la publicación de “Pedro Páramo” en 1955. Su exigencia característica y la intención de no repetirse hacen de esa novela breve una muestra del rumbo que podría haber tomado la narrativa de Rulfo si libros como la novela “La cordillera” y algunos otros se hubiesen materializado. Juan Pablo Rulfo recuerda que hacia 1985 su padre parecía haber encontrado el tono que deseaba imprimir a su escritura. Su deceso el 7 de enero de 1986 truncó dichas oportunidades.

La muerte de Rulfo fue un hecho particularmente doloroso para la sociedad mexicana de mediados de los ochenta. Al homenaje de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes se sumaron no sólo los previsibles integrantes del medio cultural mexicano, sino también el común de la gente. Esa misma gente que, ante la devastación causada por el terremoto del 19 de septiembre de 1985 en la capital de México, había salido a la calle a prestar apoyo y ayuda a sus conciudadanos, aquellos a quienes el régimen priista entonces encarnado en la figura del presidente Miguel de la Madrid Hurtado dejó a su propia suerte.

Si Rulfo estuviera entre nosotros en este 2017, año de su centenario, vería confirmarse su hipótesis con respecto al círculo vicioso en que suele estancarse la historia de México. En una entrevista que respondió por escrito al periodista argentino Máximo Simpson, Rulfo exponía que la sangrienta conquista española, punto de origen de la sociedad mexicana, obligaba a ésta a reproducir la violencia de manera periódica.

La crónica de la actualidad, por sí misma, bastaría para arrojar un reflejo que actualizara los ambientes, las situaciones, las temáticas de El Llano en llamas. Y los dominios atomizados del crimen organizado en las distintas regiones del país traen a la mente el ejercicio del poder a la manera de los señores feudales. Nada más objetivo que la lectura de Pedro Páramo para comprender la deriva actual de México.

Escritores como José María Arguedas, Jorge Luis Borges, Tahar ben Jelloun, Kenzaburo Oé, Susan Sontag, Mario Vargas Llosa, Urs Widmer y Gao Xingjian, entre otros, han expresado su admiración por Rulfo sin escatimar elogios. El director de cine Werner Herzog considera, por ejemplo, que “Juan Rulfo tiene una visión única, los personajes que narra son poderosos. Hay que leerlo para saber cómo desarrollar personajes, lo leo antes de calentar motores para escribir.”


(*) Jorge Zepeda es doctor en Literatura Hispánica por el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México y licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Autor de La recepción inicial de Pedro Páramo (1955-1963). El tema principal de sus indagaciones es, desde 1998, la respuesta crítica a la obra de Juan Rulfo.

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