Vida

Lo cursi y lo kitsch

Lo kitsch nace de la mala conciencia, como negación del ser como un dolor consciente de su pobreza

En el paraíso nada era kitsch, porque el hombre no era mortal, sino un pequeño apéndice del universo. Pero… el hombre no se conformaba con ser sólo eso, hombre, y de golpe lo fue.

La conciencia le dolió, y en las manos se le perdió el futuro. Entonces quiso ser ángel o pájaro, pero despertó y era hombre. Se llenó de angustia por la pureza perdida; esa angustiosa añoranza, ese equívoco de querer ser más de lo que se puede ser es la lejana y atávica semilla de lo kitsch.

Si hacemos historia vemos que la representación del ser humano desnudo no inmutaba a los primeros artistas. El primer escultor o pintor que coloca la hoja de parra al desnudo, pabellón inútil del pudor, ayudó a crear lo kitsch; pero lo kitsch no es la hoja de parra, sino la vergüenza que sintió el artista; es decir, el kitsch nace de la mala conciencia, como negación del ser como un dolor consciente de su pobreza.

Adán y Eva se avergonzaron de su cuerpo más que de su pecado; por ello se cubren, en lugar de pedir perdón. Es así como surge el primer gran acto kitsch: por su hipocresía y su falsedad. Lo es también cuando Caín, inmerso en la inmensidad y locura de su acto pregunta: ?¿Acaso soy el guardián de mi hermano??.

Esas preguntas que se suceden a lo largo de la historia, por su falsedad y pretendida inocencia, son kitsch, como Judas cuando en la última cena se acercó a su maestro y le preguntó?: ¿Acaso soy yo, Señor??.

Sólo Jesús, en su infinita bondad, no le propinó una bofetada. En en estas preguntas se encierra todo lo falso del ser y toda la degradación de la realidad y del espíritu. Pero de kitsch todos tenemos un poco, como de músicas, poetas y locos; como vocación vital o como doctorado Honoris Causa. Vemos, entonces, que lo kitsch no es tan inocente, porque es engañoso, falsifica los sentimientos y, por ende, al arte.

Por eso mismo, una pintura con estas modalidades posee una sustitución de categorías y una sobrecarga de medios. Para un artista kitsch, lo que importa es el ?efecto?, y lo más deleznable es que antepone el dinero al arte, logrando enormes beneficios de este antiarte o mentira artística. En cambio, lo cursi es lo exquisito fallido, es querer llegar a la cumbre de lo distinguido y quedarse a la mitad, creyendo haber llegado.

Lo cursi es el ensueño diario de la humanidad. Cursi es ?si yo fuera rey?; kitsch es ?si yo fuera presidente?. La devoción religiosa ha creado la imaginería hogareña, tanto los pasteles de primera comunión con su cáliz dorado como los muñecos-novios del pastel de boda son esencia y presencia de la más profunda cursilería.

Cursi son ciertas representaciones del Cristo niño sonrosado, de bucles ensortijados; no dudo que la tarjeta, en sus orígenes, fuera una pequeña obra de arte, pero como vemos, al poco tiempo cayó en la cursilería, y para siempre será el refugio ideal de ésta.

Pero kitsch es el doble retrato del Papa con el Hermano Pedro, porque en este retrato el pintor trata de copiar los rasgos específicos del arte. El conjunto no posee un carácter de homogeneidad, y sus conceptos son obsoletos. El kitsch ilustra al mundo, no como es sino como lo desea o lo teme.

El kitsch es engañoso, tiene muchos niveles, algunos de los cuales son bastante elevados como para resultar peligrosos para quien ingenuamente busque lo verdadero.

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