Escenario

El escritor guatemalteco Eduardo Halfon presenta su libro Signor Hoffman

Para el escritor guatemalteco Eduardo Halfon los viajes, las reflexiones, la ausencia y la soledad son temas medulares de su reciente libro de relatos Signor Hoffman, que se presentará hoy.

Eduardo Halfon es considerado uno de los escritores más representativos de Latinoamérica. (Foto Prensa Libre: Cortesía Álvaro Hurtado)

Eduardo Halfon es considerado uno de los escritores más representativos de Latinoamérica. (Foto Prensa Libre: Cortesía Álvaro Hurtado)

Los protagonistas de sus narraciones pueden ser cualquier persona. Sus relatos son cotidianos, llenos de particularidades que los vuelve reales, humanos y palpables.

Halfon, quien reside en EE. UU., al igual que en sus anteriores libros, apuesta por la sobriedad y el trabajo en sus escritos, los cuales aterriza en lugares, que parecen familiares.

Signor Hoffman se presenta hoy, a las 19 horas, en la librería Sophos, Plaza Fontabella, zona 10.

¿Cómo surgen cuentos tan diferentes, pero con personajes tan parecidos y cotidianos?

Toda página que escribo surge del mismo lugar, y le pertenece a un mismo libro. Como si estuviera escribiendo un gran libro, y publicándolo por entregas. Ahí, en esas páginas, están mis temas, mis miedos, mis anhelos, mis inseguridades, quizá hasta mi sangre. No invento nada. Me siento a escribir y escribo la historia de mi vida, una y otra vez.

¿Sus personajes literarios surgen de sus constantes viajes?

No solo mis personajes. Yo diría que mi literatura es una literatura que viaja, que no está quieta, que parece estar siempre buscando su hogar. No tengo una ciudad literaria como Joyce tenía su Dublín, o Hemingway su París. Viajo mucho. Me he mudado mucho, desde niño, acaso también buscando ese hogar. Escribo de mis viajes, a partir de mis experiencias hago ficción de ellas.

¿La bitácora de la vida de sus personajes se asemeja a lo que se vive o nos encontramos todos los días?

Me gusta eso de la bitácora de las vidas de mis personajes, como si sus vidas estuviesen escribiéndose en antiguos legajos. Un cuentista trabaja con lo cotidiano que es la puerta de entrada a una realidad mayor, a una intimidad más grande. Nos delatamos en lo cotidiano.

¿Por qué nos distraemos de esa cotidianidad?

Quizá porque estamos esperando la gran historia sin darnos cuenta de que la magia está en los fragmentos.

¿Cómo surge cada historia?

Siempre de una imagen. Empiezo a escribir sin plan ni expectativa, sin nada en mente más allá de una imagen rugosa, atractiva. Una jaula de bambú en Sipacate, por ejemplo, o un campo de concentración en Italia, o los últimos garabatos que me escribió mi abuelo polaco, antes de morir. Quiero darle al lector esa imagen. No describírsela, pues la literatura no es un ejercicio de descripción, sino invitarlo a sentirla conmigo.

El relato Arena blanca, piedra negra, ¿es la búsqueda de una playa la reivindicación de algo perdido?

Mis personajes y mi narrador parecen que siempre buscan el mar. En Calabria, en Sipacate, en Belice o en Israel. Hay algo mítico en el mar ¿no? Como si ese fuese un ideal o como si tuviese en nosotros algún poder curativo. Pero es así solo en mi literatura. Personalmente evito el mar. Me mareo con facilidad. No me gusta nadar en las olas. Pensándolo bien, quizá es por eso que me atrae tanto el mar mientras escribo. Porque al leer un buen cuento nos sentimos igual que cuando estamos en el mar: mitológicos, insignificantes, mareados, a la deriva.

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