Escenario

El polémico testamento de los premios más famosos del mundo

Ocho años antes de que Alfred Nobel muriera, los diarios publicaron su obituario. Lógicamente fue un error —la Prensa lo había confundido con su hermano Ludvig—, pero al inventor le quedó clara una cosa: “Las necrológicas lo describían como un hombre que se había forjado toda su fortuna con dinamita y explosivos y sobre el que resultaba difícil decir que había contribuido con algo bueno a la humanidad”.

Así lo cuenta el director del Museo Nobel, Gustav Källstrand. Para el acaudalado sueco, aquella dura condena de los periodistas, que incluso llegaron a tildarlo de “mercader de la muerte”, fue una llamada de alarma. Sin embargo, aún ocurrió algo más para que el 27 de noviembre de 1895, hace ahora 120 años, Alfred Nobel incluyera en su testamento la donación de su patrimonio a la fundación que entregaría unos premios con su apellido. Y lo que sucedió tiene nombre de mujer.

A la activista por la paz Bertha von Suttner y el inventor de la dinamita les unía una estrecha amistad, de la que Nobel hubiera deseado algo más. Esta mujer a la que durante un breve lapso de tiempo contrató como su secretaria personal era exactamente “la que Alfred había buscado durante tanto tiempo”, escribió Lars-Ake Skagegard en 1993 en una biografía sobre el fundador de los famosos galardones.

“Ella lo alentó para que donara una parte de su fortuna a distintos movimientos pacifistas”, añade también Källstrand. Más tarde, yprobablemente inspirado por ella, Nobel le habló de sus planes de patrocinar un premio por la paz. Y es que según la leyenda, el uso de su invento más famoso le tenía muy deprimido.

El resto de galardones que este año se fallarán a partir del 5 de octubre no se los mencionó a su amiga. “Pero la idea de donar dinero a la ciencia o a fines filantrópicos es probablemente anterior”, señala Källstrand. En primer lugar, porque su familia tenía una situación suficientemente cómoda y, en segundo, porque Nobel opinaba que la riqueza heredada hacía más vagas a las personas.

Así, el inventor quiso distinguir a aquellas personas que contribuyeran al progreso de la humanidad a través de sus ideas. Lo que a día de hoy aún no se sabe es si Alfred Nobel fue capaz de prever en vida la agitación que causaría con su particular testamento. Y es que su última voluntad enfureció de tal manera a algunos de sus familiares que incluso la combatieron ante los tribunales.

“Hay quienes dicen que simplemente eran codiciosos y sólo buscaban el dinero”, dice Källstrand. Otros opinan que les preocupaba de manera sincera el legado del inventor. “A Nobel no le gustaban los abogados, y por eso no contrató los servicios de ninguno para redactar su testamento”, afirma el historiador. No obstante, esa no fue la única causa por la que su testamento hizo saltar chispas.

Nobel solo añadió que los galardones deberían distinguir en cinco categorías a quienes “en el año transcurrido, hubieran realizado una gran contribución a la humanidad”, pero dejó abierto cuáles. A los dos ejecutores de su última voluntad les aguardaba por tanto una tarea titánica, y las instituciones a las que encargó que entregaran los premios quedaron sorprendidas. “No tenían ni idea de lo que pasaba y estaban un poco nerviosos”, cuenta Källstrand.

Algunos dudaron si asumir o no la tarea, entre otros motivos por las críticas de la prensa internacional, que podrían aportar más problemas que fama a Suecia y Noruega. Entre tanto, a muchos suecos no les agradaba que fueran los noruegos quienes entregaran el Nobel de la paz, pues la Unión entre ambos países se encontraba sumida en una crisis.

Pasó mucho tiempo hasta que todos los problemas estuvieron resueltos. Los primeros galardones no se entregaron hasta cinco años después de la muerte de Nobel, y hasta hoy se siguen gobernando prácticamente por las mismas reglas. El lunes los inaugura el anuncio del Nobel de

Medicina, pero los premios no se entregan hasta la ceremonia del 10 de diciembre, día de la muerte de su patrocinador. Eso sí, lo que éste se imaginó exactamente hace 120 años sigue siendo una incógnita.

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