Escenario

Horrores idiomáticos y algo más…: Se fue Irina 

El día en que la conocí, hace ya muchos años, daba una conferencia a la que acompañé a mis padres y pensé: Su voz se parece a la de los surtidores cantarines de las fuentes de la Antigua Guatemala y al tañer de las campanas de oro. Después tuve la oportunidad de tratarla, amable, con una sonrisa en los labios y con esa entonación melodiosa de que era dueña. Incansable viajera, llena de vida, aun después de la muerte de sus padres a los que siguió amando siempre, inteligente, instruida y muy bonita, supo sembrar amores y así fue su cosecha. Amaba la naturaleza, las antigüedades y las veladas con sus amigos, los libros. Escribía novelas, cuentos, crónicas de viaje y pasajes y sensaciones de su infancia, adolescencia, juventud y madurez, con la fluidez de pluma que solo poseen los verdaderos inspirados. Era sencilla, como César Brañas, el inolvidable “dueño” de la página literaria de El Imparcial, donde escribió mucho tiempo, y noble y generosa: Hizo una gran labor por que la cultura se enseñoreara de Guatemala, tanta como el bienquerido Tasso, su entrañable amigo.

Durante varios años, ella y el gran poeta y prosista León Aguilera ocuparon una página completa de Prensa Libre. Cuando la prensa cambió su sección literaria a Culturales, siguió escribiendo y éramos vecinas. Mi columna sale los miércoles, la de ella salía los jueves. ¡Qué penoso resulta usar ese verbo en pretérito! Hubo un tiempo en que invariablemente nos encontrábamos, dejando nuestros respectivos artículos, y su charla era amena e interesante. La vi por última vez este año en el Club Alemán, en la entrega de premios que anualmente realiza la infatigable y talentosa periodista María Eugenia Gordillo -directora, y con razón, de la Hemeroteca Nacional- auspiciada por la Asociación Alejandro von Humboldt y otras entidades culturales. Me hizo el honor de ponerme la medalla de Maestra de Letras que generosamente me fue concedida y nos abrazamos con el cariño habitual, quizás con un abrazo más estrecho, porque ella sintió agrado y yo, mucho agradecimiento. La vi frágil, como una mariposa cuyas alas pueden quebrarse casi con un soplo, pero a la vez entera, con la mente brillante y clara.

Su partida me sorprendió y me dolió el corazón, porque, sí, el corazón duele cuando se marchan los seres a quienes uno quiere y más aún si se siente esa admiración que le tuve desde que la conocí. Me será penoso abrir las páginas culturales del jueves, no encontrar su firma allí y no poder leer sus columnas gratas en las que amalgamaba su amor a la vida con la profunda sabiduría de quien contempla con nostalgia las hojas pasadas de ese libro que todos escribimos y que tiene un final ineludible.

Quizás algún día, en ese “trasmundo” del que hablaba mi querido maestro, don Salvador Aguado, volveré a escuchar su voz cantarina como la de los surtidores de las fuentes de Antigua Guatemala y sonora como el tañer de las campanas de oro.