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La monja que no acepta parejas: la historia real de una luna de miel que se volvió una pesadilla

Elegimos el lugar equivocado para ir de luna de miel. De tranquilo, el sitio pasó a ser lúgubre. Siga leyendo esta historia de terror enviada por una lectora de Prensa Libre.

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Conozca esta y otras historias de terror escritas por algunos de nuestros lectores. (Foto Prensa Libre: Freepik)

Del 28 al 31 de octubre lo invitamos a leer una selección de las historias de terror que compartieron algunos de los lectores que respondieron a esta convocatoria hecha por Prensa Libre a través de sus distintas plataformas. Entre estas se elegirán cuatro para publicar en la Revista D del domingo 23 de noviembre.

Voy a empezar diciendo que ya habían sido muchas las advertencias. Para quienes creemos en Dios y sabemos que, cuando algo no nos conviene, suceden muchas cosas que intentan evitarlo.

Esto sucedió en el 2013. Íbamos de luna de miel, y yo había reservado un bonito hotel boutique en Antigua Guatemala, en la zona norte de la ciudad. Llegamos un sábado de finales de mayo, después de una falla mecánica que se corrigió con agua bendita, además de habernos perdido cerca de Parramos y casi llegar al volcán.

Cuando llegamos, nos atendió muy amablemente el encargado. Al entrar al vestíbulo, se veía, bajo el piso, parte de una ruina. El recepcionista notó que me llamó la atención y su explicación solo inició la extraña experiencia que vivimos. Él dijo: “Aquí creemos que vivimos en dos dimensiones o realidades: una, lo que sucede allá abajo, y dos, lo que vivimos acá arriba”.

Continuamos por un lindo jardín de aspecto rústico. Mientras tanto, el encargado nos contaba que ese local había sido la residencia de una novicia adinerada que fue enclaustrada en el convento de al lado para evitar que tuviera una relación amorosa con su pretendiente. Obviamente, esto iba en contra de su voluntad.

El resto del sábado transcurrió con mucha normalidad y alegría.

Todo cambió el domingo siguiente. Después de asistir a misa, al regresar de noche al hotel, todo se veía diferente. La habitación lucía oscura y silenciosa. Encendí la televisión y se escuchó un maullido terrible; claro, en una película. Yo empecé a desempacar algunas cosas de mi mochila y fue muy extraño escuchar cómo el ruido que hacía con los broches y los cierres se repetía a unos pasos de mí. No era eco.

Al meternos a la cama, encontramos una extraña y enorme araña. Inmediatamente avisamos, y el encargado —que era una persona diferente— tardó mucho en cambiarnos de habitación. Esta era más pequeña y tenía una inquietante biblioteca en el recibidor. Allí, y a pesar de que en la terraza solo había mesas y no árboles, a través del tragaluz se veía una sombra que iba, pero no regresaba. Esto sucedió varias veces. Hicimos oraciones, sintonizamos en la televisión el canal católico y sacamos toda clase de rosarios e imágenes religiosas. Al final, se fue aquella cosa desconocida que no nos dejaba dormir.

Al día siguiente salimos literalmente corriendo. Tiempo después nos enteramos de que a la dueña original de la casa no le gustaban las parejas porque le recordaban aquello que no pudo tener. Gracias a Dios, todo terminó y, en la Semana Santa siguiente, yo pude volver a entrar a ese lugar y decirle al retrato de ella: “Ya no te tengo miedo, no pudiste con mi fe”.

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